Por fin el día había llegado. Me sentía como en mi primer día de clases; nervioso, ansioso, pero dispuesto a dar mi mejor esfuerzo en lo que sería mi primer entrenamiento de Crossfit.
Como lo había dicho en la columna anterior, mi lugar de entrenamiento será el box de crossfit Volor, ubicado en 1 y medio Oriente entre 12 y 13 Norte en Viña del Mar. Mi profe, Alfredo, me dijo que la primera clase sería de prueba, algo suave para ver si engancho o no.
Llegué temprano y mientras esperaba que abrieran el box, me topé con otros dos alumnos. Como buen periodista les pregunté qué tal la disciplina. Ambos muchachos me contaron maravillas y señalaban que era lo mejor que les había pasado. Después vino la pregunta de rigor por parte de ellos: '¿Y qué edad tienes?'. Lleno de orgullo dije 33. No se rieron, pero se miraron y uno dijo 22 y otro 23. O sea sería el 'tata' del grupo.
Comenzamos el calentamiento. Estiramiento, elongaciones y sentadillas. Lo hacía bien y dentro de mí pensaba: '¿Esto era? Ja, lo tengo dominado'. Fueron pasando los minutos y mi profe me daba más indicaciones: estirar los brazos, hacer sentadillas y abrirse de piernas hasta más no poder. '¿Duele?', decía el profe. Comencé a sudar, a sudar mucho.
La cosa se puso peluda cuando pasamos a hacer abdominales y lagartijas. Es increíble cómo te puede llegar a pesar el cuerpo si es que durante gran parte de tu vida no has fortalecido ni un solo músculo. Por eso cuando el profe dijo 'arriba uno' para hacer una lagartija, fue como si me pidieran que levantara un camión lleno de concreto.
Bien, pero eso sólo era el calentamiento; ahora venía lo bueno. Me juntaron con uno de los muchachos con los que me había topado en la puerta. Cada uno teníamos que hacer un circuito de ejercicios básicos. Sentadillas, lagartijas, abdominales y tirarse al suelo y pararse rápido. Cada uno debía hacer tres rondas de los ejercicios en diferentes repeticiones. A la mitad de la primera ronda pensé 'qué cresta estoy haciendo acá. No puedo, no me puedo el cuerpo. Cómo tan debilucho'.
El muchacho de 23 años ya había terminado y yo seguía tirado en el suelo tratando de hacer un maldito abdominal. Mi profe me gritaba, en buena, 'dale, dale, dale, dale'. Con la ayuda y motivación del profe y mi compañero que había terminado, obviamente mucho antes que yo, pude terminar la serie.
Terminamos. Y había que correr una vuelta a la cuadra. Sudado, colorado y con el cuerpo adolorido dije 'esta es la mía'. Salimos a correr y luego de haber avanzado cerca de 300 metros llegaron los calambre, calambres por todo el cuerpo. Llegué apenas al box y me tiré al suelo, muerto, sin que el cuerpo quisiera responder.
'¿Te gustó?', me preguntó el profe. Lo quedé mirando sin decir nada. '¿Vas a volver?', volvió a preguntar el profe. Lo quedé mirando y le respondí que sí. 'Ok, ese es el espíritu. Todos parten igual, no te desanimes. En cuatro meses te tengo listo'.
Esa fue la primera clase, no quiero ni pensar cómo van a ser las siguientes, pero acá estamos y de alguna manera llegaremos a la meta.
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