Vinito Mestre en el Jardín Botánico
Tomamos el metrotren para ir al Jardín Botánico, junto a mi hijo y mi nueva amiga. Nos bajamos en la estación de El Salto y después esperamos que pasara la micro 20 (ahora tiene una nueva numeración), la que nos dejó en las puertas del parque viñamarino.
Ya en el metrotren comencé a bajarme unas maltas en lata, ya que el día estaba bastante soleado y llevaba un cooler con 6 envases de esa cerveza negra, que además de quitar la sed da la sensación de llenar el estómago, muy parecido al efecto que provoca el cola de mono.
Ese día el cantautor argentino, Nito Mestre (a quien cariñosamente lo apodo Vinito Mestre), realizaría un show. la entrada, que era una pulsera, costaba cinco mil pesos, e incluía la entrada al Jardín Botánico.
Mi amiga no conocía el sector de la laguna, sólo había visitado la zona de las asaderas. Quedó impresionada con la belleza del paisaje. Mi hijo, que había comprado maíz en la entrada, se entretenía lanzando el alimento a los patos y gansos.
Sacamos unos "sanbiruches" de atún con huevo duro y mayonesa y los comimos con un botellón de buen tinto, que descorchamos en el pastito.
Después partimos hacia el recital, que era en un sector donde había que atravesar un puente. Ahí habían unas 100 personas (cabían como mil), que tiradas en el césped esperaban tranquilamente la salida del trovador argentino. Fue así como Vinito Mestre, acompañado del hijo de Eduardo Gatti, cantó sus mayores éxitos. Me emocioné con "y rasguña las piedras" y mientras mis ojos se me humedecían, pedía vino para poder pasar el momento en forma piola.
El recital fue bastante íntimo y al final todos los participantes se tomaron una foto con el artista, como si fueran un gran equipo de fútbol. Fue divertido y nos retiramos todavía escuchando los grandes éxitos de Sui Generis, que marcaron a toda un generación que en fogatas en la playa se enamoró, fumo marihuana y bebió vino barato.
Nunca fui jipi, crecí en la oscura década de los 80 y en los momentos en que tuve que optar por una tribu urbana me convertí en un "Intillimaiden", donde fusione mi chaleco de lana de colores con una polera de Slayer. Sigo manteniendo los mismos gustos musicales. Soy capaz de cantar una canción de Silvio Rodríguez y después machacarme la cabeza con Sepultura. Nunca he creído en los encasillamientos, y menos musicales, y es así como me he visto cantando a todo pulmón temas de Sandro, Leonardo Favio, Charly García, Marilyn Manson o Prodigy.
Tengo una verdadera amalgama de gustos en mi oído neuronal y ese día volvía al pasado, especialmente a los inviernos en Bahía Inglesa, donde con mis amigos fuimos acampar durante muchos años y volábamos por los cielos bajo el implacable sonido de Vinito Mestre y sus socios.