Hoy 1° de noviembre el porteño Eduardo Cabezón González festeja cien años de vida. Y lo hará rodeado del cariño de parientes y amigos, y en especial de su amada esposa María Sandia, con quien cumplirá 75 años de matrimonio en 2015.
Este hombre centenario se encuentra en perfectas condiciones de salud. Por ejemplo recorre a pie el trayecto entre las plazas O'Higgins y Victoria, donde está su hogar. Tiene mil historias y anécdotas que contar. Don Eduardo cree que pudo haber nacido a través de una partera como era habitual en esos años. Sus recuerdos más lejanos en su niñez son de los albores de la década del 20', cuando corrían unos pequeños carros hacia su hogar en Santa Elena Viejo, donde además estaba una antigua maestranza. "Mi mama cosía la ropa de los tranvías y yo la ayudaba", dice. Lo mandaban a comprar pan frío en esas calles cubiertas de adoquines. En los 30' murió su padre y en los 40' recuerda el temor en la población por la Segunda Guerra Mundial. Trabajó en una pastelería en avenida Francia con Independencia donde hacía pan de Pascua y otros productos. En esos años aparecieron en su camino sus dos grandes amores: Santiago Wanderers y su mujer María Sandia, con quien se casó en 1942. "Yo no pensaba casarme", asegura. Claro porque en forma pícara se acuerda que iba a ver a bailar a las 'piluchas' en la bohemia porteña. No olvida los nombres de las más famosas casas de remolienda: "La Ñata Lucha", "El Maricón Humberto", "Juan de la Cambucha", "Los Siete Espejos", son algunos que vienen a su privilegiada memoria. "Uno iba tranquilo, no había delincuencia", acota. A mediados de los 40' ingresó a trabajar como mayordomo a El Mercurio de Valparaíso, donde incluso vivió por 22 años junto a su mujer. Tuvo que cargar pesados rollos de diarios de hasta 160 páginas hacia la estación de trenes para que se fueran al interior, entre otras faenas que le hicieron ganarse el cariño y amistad de periodistas y funcionarios. A modo de anécdota recuerda que cuando el ascensor no funcionaba, debían llevar en andas al director de la época a su oficina. O cuando un burro entró al ascensor del diario y se paseó por el segundo piso.
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