La noche del servilletero
Me puse de acuerdo con mi brother fotógrafo para ver el partido de la Selección Chilena contra Venezuela en el Moneda de Oro. Nos reservaron la mesa y a las 19.30 estamos instalados con un ron en la mano esperando que la oncena roja saliera a la cancha.
Un amigo me llamó por teléfono y me dijo que andaba con su madre y su hermano chico y me pidió que le hiciéramos un hueco (aunque esa palabra suena rara) en la mesa. La mamá de mi amigo es súper buenamoza y simpática y su hermano era muy dicharachero. Nos comimos unas chorrillanas y seguimos bebiendo con la buena compañía.
Mi amigo es ultra fanático del Wanderers y yo soy evertoniano de corazón. Igual eso no impide la sana amistad. El loquito, cuando Chile metió como el tercer o cuarto gol se mando un "ceacheí" junto con el tradicional grito del "eseaene" wanderino. Un caballero de la barra gritó por el Everton y yo lo apoyé con el aguerrido "everforever".
Me percaté que en la mesa de al lado, integrada por viejitos con sus cabellos blancos, le molestó un poco el grito ruletero, pero nada más.
El asunto es que seguimos tomando como cosacos y en la mesa llegaban y se iban personas. Como a las 12 de la noche, en medio de mi borrachera, volví a gritar por el Everton y uno de los vejetes lanzó un servilletero metálico a nuestra mesa, provocando que se quebraran varias copas y platos. En la mesa, donde se generó la ordinaria agresión, alcancé a observar a varios militantes de la Nueva Mayoría y trabajadores de la Intendencia Regional.
Mi brother fotógrafo se paró a increpar a los viejos ordinarios y se cuadró, como un luchador de Sumo, dispuesto a teñir de puño la noche. Uno de los implicados estaba en silla de ruedas y yo me dije: "si hay que pelear me tiro altiro sobre el inválido". Así de curado estábamos.
Al final, y como siempre pasa en el Moneda de Oro, el asunto no se convirtió en gresca, y los vejetes cobardes se fueron, mientras los mozos nos recogían los vasos y platos quebrados.
Podemos ser de equipos diferentes, el Moneda de Oro puede ser territorio caturro (como me lo dijo la bella dueña del recinto), pero de ahí a lanzar un servilletero metálico rompe con toda regla de urbanidad y buenas costumbres. ¡Viejos ordinarios!