Cada vez que un campeonato se acerca a su fin es común ver los mensajes de aquellos futbolistas -e incluso de algunos técnicos- que no cumplieron de acuerdo a lo esperado, expresar a través de ellos que desean continuar en la institución que no supieron defender para tomarse una revancha.
Poco digna la actitud de quienes prácticamente ruegan por una renovación de contrato que no supieron ganarse en la cancha.
Puede haber muchas razones para explicar la falta de rendimiento de quienes fueron fichados para potenciar los equipos. Lesiones, enfermedades, físicamente mal preparados o simplemente porque comienzan a vivir el ocaso de sus carreras, aparecen como las principales. Pero hay algo que ya no nos extraña, porque forma parte de las cosas del fútbol: muchos de ellos aparecen casi renovados en las últimas fechas como para demostrar plena vigencia.
Lo peor de todo esto es que existen dirigentes que -de buen corazón o ignorantes de lo que debe ser el fútbol profesional- ceden ante estas presiones y caen en la trampa.
Los clubes deportivos profesionales deben actuar como tales y no como instituciones de beneficencia haciendo favores que no corresponden. El fútbol es rendimiento y vigencia, especialmente cuando se tienen pretensiones de convertirse en protagonistas de toda competencia y no simples participantes con metas menores, como no descender de categoría.
Lo propio debe ocurrir con los jóvenes que aparecen esporádicamente en el cuadro de honor.
No por haberse formado en una entidad existe la obligación de mantenerlos eternamente allí. El cupo en un plantel se gana y se debe cuidar permanentemente y no basta con reconocer que se es wanderino o evertoniano de corazón, sólo por ejemplificar. Parece duro, pero así debe ser en todo orden de cosas referido a lo laboral. A quien lo vea diferente, respeto su opinión, pero creo que está equivocado.