El tiempo de la sumisión
Europa se cae a pedazos. Desde sus primeras novelas que el escritor francés Michel Houellebecq parece querer ilustrar este punto: la decadencia que golpea al viejo continente, donde ya no es posible amar o tener relaciones desinteresadas y donde el dinero y la codicia han arrasado por completo los corazones.
Sumisión, la última novela de Houellebecq, pega más fuerte de lo que uno cree a primera vista; la historia de Francois, un profesor universitario experto en Huysmans y a quien en cierta forma tiene como guía espiritual y a quien imita de forma desesperada intentando salvar su propio destino.
Ambientada en el año 2022, buena parte de las páginas de Sumisión se abocan a las elecciones presidenciales francesas, y donde, sorprendentemente y en base a múltiples alianzas el partido de la Hermandad Musulmana logra abrirse paso hasta colocar a su candidato Ben Abbes en el Palacio del Eliseo. Houellebecq se demora en justificar el acontecimiento totalmente impensado y es aquí donde la novela saca las garras y expone la tesis que ya nada queda para nosotros en Occidente. Es decir, hay fundadas razones para vivir en sociedades hipercapitalistas: el sentido de vivir para el dinero y el consumo, pero es un sentido que ya no se basta por sí mismo y que al cabo de años o décadas nos deja agotados, a menudos hastiados y cercanos al nihilismo.
Es como si hubiésemos llegado a un punto histórico donde los postulados del individualismo ya no tienen lugar. Como ese fenómeno creciente que ocurre en las cárceles chilenas donde la población evangélica domina sin contrapeso, los presos se convierten masivamente y donde, o conviven todos juntos como hermanos o uno se queda solo y a merced de la crueldad de los elementos. En Sumisión ocurre algo parecido: Francoise es un hombre desencantado, solitario y sin trabajo que descubre que en la vereda del frente hay un trabajo muy bien pagado en la Universidad de la Soborne y donde como docente de alcurnia puede legalmente llegar a tener ¡dos o tres esposas!
Hecha la propuesta de una actividad erótica casi ilimitada acaba por sofocar los remilgos de Francoise ante una fe en la que no puede creer, pero donde los beneficios de vivir en una comunidad que profesa dicha fe son irrebatibles. Sigue siendo un individuo egoísta pero que descubre que el mejor camino para su egoísmo es unirse a la comunidad. Un camino que es visto con resquemor por el autor y quien pareciera querer advertirnos de ese insospechado futuro que nos
espera.