"Quédate y no te muevas". Ésa fue la frase que José Luis Rodríguez dice haber escuchado en su cabeza en febrero de 1988, sobre el escenario de la Quinta Vergara, en el inicio de uno de los momentos más recordados en la historia del Festival de Viña del Mar, y que culminaría inmortalizado por otra frase: "A veces hay que escuchar la voz del pueblo".
El episodio, en que por más de 15 minutos el cantante permaneció inmóvil sobre el escenario esperando una Gaviota de Plata, es uno de los que Rodríguez recuerda ahora en "El Puma y yo" (Planeta, $18.900), libro de su autoría que acaba de llegar a Chile.
El mismo cantante prefiere no referirse a este volumen como uno apegado a la tradición biográfica, y opta por llamarlo "apuntes y reflexiones para una biografía". Y la lectura le da la razón: Con un estilo extremadamente coloquial, casi como la transcripción de una conversación, el "Puma" se refiere a los distintos momentos que han marcado su vida y su carrera.
Entre ellos el de Viña 88, que recuerda como "algo de ensueño", pese a que Antonio Vodanovic hiciera lo imposible por contener la arremetida del público, ya que los reglamentos le negaban al venezolano el trofeo que tanto anhelaba. Sin embargo, "pasaban los minutos y la ovación no paraba", recuerda el hombre de "Pavo real".
Rodríguez conocía ese reglamento, pero lo pasó por alto, hasta consolidar el episodio con el clímax conocido por todos. "Yo estaba como flotando en el aire cuando, de pronto, solté una frase espontánea. Créanme que fue impensada, dije: 'A veces hay que escuchar la voz del pueblo, a veces...' ".
Hoy, Rodríguez dice ser conciente de lo que eso significó, por el momento histórico que vivía Chile: "Aquello cayó como un trueno y al propio tiempo un alivio para un pueblo oprimido por una dictadura. La expresión resultó tan grande en su sencillez que repercutió en todo el ámbito político. ¿Cómo alguien se atrevía a decir esa frase estando Pinochet en la presidencia?".
Y no fue la única vez en que relacionó a Pinochet con sus atrevimientos. Según recuerda, en una visita anterior acudió una noche a la Quinta Vergara como espectador, y a dos filas de él observó al fallecido dictador, presenciando un show con tapones en los oídos. "Aquí tiran una bombita y nos vamos todos al carajo, y yo como un tonto sentado tan cerca de este señor", dice haber pensado entonces. J