"No, te equivocas. Pedimos dulces por el día de Los Santos", exclaman a coro y casi en pie de guerra un grupo de estudiantes que, disfrazados de princesas y héroes medioambientalistas -dicen ellos- , reparten golosinas a los transeúntes a un costado de la Plaza Victoria, a eso del mediodía de ayer.
Y es que en la previa a la noche más tenebrosa de todas, los porteños toman el pulso a la encrucijada bruja. ¿Corresponde conmemorar a una tradición pagana tan alejada de la nuestra? Damián Seguel, estudiante del liceo Eduardo de la Barra, ladra un rotundo no. "Ni ahí con eso. Algunos vecinos lo hacen pero nunca me cautivó". Opinión similar emite el ciudadano Óscar Rodríguez: "Somos copiones de los gringos. Oiga, lo malo es que tengo que salir a buscarles dulces a mis nietos".
En la otra vereda, hay empatía con el festejo brujo. Romina es una estudiante universitaria de Quilpué. Ella, como muchos jóvenes de su edad, fueron los primeros en ver venir -y vivir- esta "festividad". "Cuando chica salía disfrazada a pedir dulces. Ya no, solo voy a fiestas y carretes alusivos al tema".
En esa línea, otra mujer, pero algo mayor, hace memoria, sonríe y lanza: "Era realmente entretenido. La pasaba súper bien con mi hijo. Lo disfrazaba y a buscar caramelos", atesora Claudia Hidalgo, funcionaria y oriunda de Barón.
Fiesta de la luz
Una opinión de peso es la del padre Pedro Nahuelcura. La sola terminación de su apellido ya es motivo de atención. "La trampa del mal comienza con eso del 'dulce o travesuras. Eso promueve antivalores en los niños". Con la cruz en la mano, procede a una reflexión: "Ojo, nosotros también celebramos esta noche. La llamamos Fiesta de la Luz: salimos con disfraces alusivos a héroes reales como los bomberos y repartimos golosinas". ¿La finalidad? "Recordarle a la gente que es el gran día de Todos los Santos".
Para el también director de la Pastoral Movilidad Humana del Obispado de Valparaíso, la idea de salir en patota la misma noche tiene objetivo: crear la cultura del acaparamiento. "Nos interesa como congregación que la gente se empape más de nuestros santos. Y no a esos falsos valores que pregona el Halloween".
Negocio de miedo
En avenidas Uruguay, Victoria y Condell, el desfile de máscaras, calabazas y disfraces están que arden en las vitrinas comerciales.
Héctor Arancibia, propietario de la importadora Anaís, afirma que esta es una buena fecha porque duplican ventas. ¿Sus productos estrellas? Máscaras de goma, que van de 4 a 10 mil pesos. También son furor las guindarlas para adornar los hogares y el juguete regalón: la bruja del tarro, dice Hidalgo. "Este ha causado mucha sensación" asegura el comerciante. A su lado una cliente, junto a su pequeño, se animan a llevarlo. Su hijo procede a enfundarse una tenebrosa máscara de Hell Boy. "Mamá, está sí que es una fiesta, la mejor de todas". J