Restoranes peruanos a la conquista del Puerto
Hay aventuras que son macizas como un bloque. De esas que poseen la fuerza de lo mineral, de lo atávico por fuera, pero que por dentro ostentan el temple del saber cautivar.
En calle Esmeralda, casi como que no quiere la cosa, los peruanos, frente a frente, están decididos a conquistar al Puerto. Pero a través de lo que mejor son conocidos, y en todo el mundo: sus insuperables manjares culinarios.
Basta darse una vuelta en la zona para ser testigo de una competencia que, para bien de los porteños, hay donde, y del bueno, en el qué elegir. Aquí el espectáculo gastronómico alcanza sus mayores cotas de grandeza y realismo.
La revolución incaica parece no solo incubada en laboratorios gourmet de combate, también aplican estética que seduce a vista y guata por igual.
Así, una vez en el interior del Sazón Nazca, su decorado invita a jugar al arqueólogo del tenedor: vidrios plagados de líneas de Nazca, jeroglíficos que trasladan a un pedacito del Perú mitológico y menús para todos los gustos, son carta en sus tres pisos (pronto contarán con una sala para eventos). También tienen sus valores agregados que bien agradecen sus comensales. Allí están el chef Robinson Goñi y Wilder Palomino en el primer frente.
Alex Mego es el encargado. Destaca por sobre sus 15 trabajadores como buen capitán. A los 27 años de edad y oriundo de Cajamarca -en el país vecino-, posee una labia que convence hasta al más acérrimo tacaño. Dice llevar seis años en la zona y uno al mando del Nazca, junto a su hermano. "Vengo trabajando en el rubro desde hace años". Tanto, que ya posee otro local en Edwards, y la mira puesta en otro más. También en Valparaíso.
"Desde que abrimos, seguimos manteniendo mucha clientela, a pesar de que se han puesto más restaurantes de mi país muy cerca", manifiesta Mego, quien opta por ver el vaso medio lleno: "De alguna forma, la competencia nos trae beneficio, ya que nos obliga a ser mejores".
Trincheras gourmet
Al cruzar Esmeralda, en el N°1151, la calle, como en la Primera Guerra Mundial, pone a los bandos del Rimax a enfrentarse cara a cara. Promociones y el saber cautivar clientes de un target ejecutivo: banqueros, comerciantes, diplomáticos, políticos y hasta periodistas que se dejan caer a las horas de gran concurrencia, son agradecidos.
Peruchos Restobar hace comprender el por qué de la autoestima de una cocina -como otras grandes- que supo nacer a la sazón de los pobres pero que a través de la creatividad la volvieron rica. Sus menús parecen intervenidos por cirujanos plásticos: tiraditos y la recomendación de quien sabe: Risotto de palta y salmón barnizado. O el sabroso ceviche.
Y el quién sabe aquí es su chef y encargado, Jorge Alvis, que cambió vivencias de su natal Departamento Amazonas peruano por el todo o nada en la ciudad Puerto. "Me vine en mayo de forma definitiva. El pasado 31 de octubre abrimos, junto a mis dos socios chilenos, con un lleno que se ha mantenido gran parte de este tiempo". Como en batalla, los negocios y estrategias son clave. Incluso cambios de bando. "Aclaro que antes estuve trabajando en el restaurante del frente, el Nazca". Los meses que alcanzó a laborar allí Alvis, fueron suficientes para fraguar un desembarco que tiene, a su criterio, contento y en el boca en boca, a sus menús que ya son éxito. "Ojalá se pueda dar que consolidemos una franquicia". Con respecto a la competencia, asegura que los engrandece. "Al final todos somos embajadores de la marca Perú". Y añade: "Nos va muy bien".
Contar con una cocina a la vista en su único piso, tres coloridas pizarras que publicitan sus platos y un imponente cuadro de Machu Picchu que se roba gran parte de la panorámica de las 19 mesas ubicadas frente a un rústico bar, pone a Peruchos Restobar dentro del mapa gourmet porteño.
Uno más de los diez establecimientos de comida peruana que mes a mes comienzan a sentar base en el corazón, y estómago, de los turistas y chilenos golosos. Ya sabe, de la buena vida y la poca vergüenza. A mucha honra. J