Nicole Valverde S.
Jeannette Molina, de 52 años, es una porteña del cerro San Roque, y tiene cuatro hijos que la adoran. Lamentablemente, hace más de cinco meses que sufre de fuertes malestares en su estómago. Y el lunes pasado tuvo una fuerte crisis acompañada de dolores insoportables, por lo que fue a parar a urgencias del Hospital Carlos Van Buren.
El diagnóstico de siempre: ha sido una gastroenteritis. Sin embargo el mal nunca terminaba con los tratamientos. Tal vez, porque su mal nunca fue bien atendido, ya que Jeannette tiene una particularidad que la hace distinta al resto de los pacientes. Ella es sorda de nacimiento, y no puede escuchar ni hablar.
Sus hijos, que saben comunicarse con ella a través del lenguaje de señas, y gracias a la ayuda de esa conexión única del amor entre una madre y sus hijos. Ellos son quienes la acompañan a realizar todos sus trámites, incluso al médico, al banco, y a pagar cuentas.
Por eso, denuncian su impotencia e incomprensión de que a éstas alturas de la vida, donde se habla de inclusión y se rechaza la discriminación, no encuentran profesionales capacitados para atender a quienes tienen capacidades diferentes.
"Después de un par de exámenes, finalmente la diagnosticaron de una infección respiratoria. Pero el lunes estuvo desde las 7 de la tarde hasta las 6 de la mañana ahí en urgencias, porque nadie le entendía qué le dolía, ni qué sentía en ese momento. Ni siquiera los médicos", dice su hija Paola Araya, con cierta decepción.
Y agrega: "en ninguna parte del sistema privado y menos en el público hay gente profesional o trabajadores que manejen el lenguaje de señas. Nuestra madre nos tiene a nosotros. Pero qué pasa con la gente sorda que está sola, que no tiene a nadie que le ayude a hacerse entender", apunta.