Atención, glotones: todos los caminos en Valpo llevan al Capri
La consigna: remangarse la camisa y mancharse los dedos en lujuriosos platillos. Aquí encontrará la suculenta cocina casera tan pintoresca como los fogones del Puerto. Un restorán con pasión y servicio a la altura de los patrimoniales.
Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso
Cada mediodía un torbellino de voraces mandíbulas analiza desesperadamente la hora desde sus calientes asientos a la sazón de una popular orquesta gástrica que les hace implorar a sus adentros: "Voy y vuelvo (ojalá hacerla larga…)".
Salen desbocados oficinistas, empleados y gozadores del diente desde todos los puntos y oficinas del plan porteño. Apresuran el paso como hormigas hambrientas en un desierto. Casi al son de una marcha estudiantil, paran en Cochrane 664. Hasta que por fin, frente a sus narices, emerge en todo su esplendor aromático aquel santuario gourmet por excelencia del Puerto, la cuna de la buena mesa llamada Restorán Capri.
Si usted anda con las lucas justas, pero quiere comer rico y que lo atiendan como rey o reina -vamos, la del buen chileno nomás- hágase un favor: ingrese a este palacio de las delicateses culinarias made in Valparaíso, que ya es un clásico probado desde 1955.
Porque aquí se vive una fiesta diurna donde los comensales son agasajados con menús que lo harán enloquecer por tirar a la chuña alguna supuesta dieta o la manda calórica.
Las intuiciones sibaríticas del Capri se remontan a una cocina de sello local, abierta a su entorno, de estibadores en etiqueta, articulada con recetas generosas y aquellas porciones a prueba de pecadores de la gula (¿o no lente vegano?).
Hablamos de preparaciones equilibradas en sus condimentos, de sabores profundos y con ese toque criollo emanado de sartenes domesticados a la usanza familiar… capaz de conquistar hasta a los paladares más fifís.
El valor agregado empieza por su autodidacta relacionador público, como se hace llamar César Pincheira Araneda -nacido en Concepción, pero porteño por adopción- en el arte del saber hacer amistades, que se deja querer, que tiene cuento, que se maneja en el asunto como mago que saca del sombrero un conejo (a propósito, ¡sólo aquí probará el imperdible plato de conejo escabechado!), que saluda con un vigoroso "buenos días" y se despide con un aplaudido "espero volver a verlos muy pronto. ¿Rico, no?".
Su 'know how', como diría más de algún gerente que, por cierto, aquí también la hacen de picada regalona, evoca a una estrategia comercial apalancada en la tradición familiar. Un factor que los tiene galopando, desde hace 15 años cuando adquirieron el restorán y que en ese entonces albergaba sólo 12 mesas "pero llenas", en el techo del éxito económico y el boca en boca como estrategia comercial: 120 a 150 platos diarios son vendidos de 12:30 a 16:30 horas, que es el horario habitual del Capri, abierto de lunes a sábado.
Su capacidad en 100 metros cuadrados: 90 personas cómodamente sentadas, en 30 mesas. Saquen números y reservas.
Al rico conejo
Una cocina que invoca a la Pachamama más voraz, su lado B, cuyas creaciones se ciñen a aquella minuciosa materia prima de primera calidad demostrada por el desfile de jugosos platos apegados a la tierra y el mar que lo dejarán marcando ocupado.
O si no, aléguele nomás a don César, que para eso está: pone pecho a balas que seguro serán de fogueo, porque a usted lo hará, como mago de la convicción que es, repetirse con todo gusto un menú de conejo, riñones o la "mejor Chorrillana" -según él-, aunque esté a reventar su guata de llena.
Si es por ambiente, hasta pareciera que Lucho Barrios o el 'Guatón' Loyola se vieran reflejados en cada detalle sonoro o visual que aquí destella; a primera mano, se palpa una atmósfera entre fonda, picá y potente barra. Y como aquí todo está pensando para pasarla chancho, disponen de buenos baños y dos cocinas: una para fritura y otra exclusiva para los guisos calientes.
Así como el gran Elías Figueroa decía que "el área chica es mi casa", doña Antonia González (una porteña de pocas palabras), esposa de César Pincheira, impone respeto al vapor de sustanciosas sorpresas como la 'creativa' de la cocina. "Me apasiona mi labor", añade ella. Y es que desde su talentosa cocción al punto nacen, por ejemplo, esos apetitosos ravioles, cuya masa y pasta la hacen aquí. "Son mortales, mejor que los caseros", asegura Carlos, un comensal de cerro Barón que lleva años como cliente fijo. También en esa sabrosa línea están el fino salmón con salsa margarita y la paila marina.
Patrimonio gourmet
"Puedo decirlo con un poquito de soberbia que la gente agradece recuperar estos platos", nos complementa Pincheira, quien se lanzó desde su VIII Región a Valparaíso en el año del Mundial de 1962, como buen futbolero y colocolino que es, para conquistar la zona. Primero sedujo a la ahora chef Antonia (también a su familia) y luego, una vez saltado el rubro zapatero "la necesidad crea el ingenio" dice, se aventuró en lo gastronómico con su primeraguagua culinaria: parrillada 'La Espuela', que vio vida entre 1970 y 1976, hasta que el apagón bohemio de la época le hizo bajar cortinas al negocio. "En ese tiempo no habían parrilladas. Era una novedad", aclara Pincheira.
Ahora sus ojos se clavan en el vaso de tinto -su bebida favorita- para sumergirse en las hojas del calendario. "Tuve que buscarme otros derroteros. Me las arreglé en el casino de la muni de Valparaíso".
Eso hasta que el camino lo llevó a una minita de oro que había que ponerle hombro, justo en el despertar del nuevo milenio.
Hoy el Capri lo componen 12 trabajadores, entre cocineros, ayudantes, plancheros y garzones. Además, el matrimonio Pincheira-González tuvo dos hijos que portan igual nombre que su progenitor y que hoy lo secundan en la parte logística del local. Hasta su nieta Marua Pincheira, atiende en caja. "Este negocio es familiar".
Y los clientes así lo agradecen. Si vamos al menú, en invierno sus estandartes al pedido son la chuchoca y la cazuela de vacuno y de papa. Eso sí, aquí se trabaja por espacio temporero. "Yo mismo salgo a comprar todos los productos", ratifica el locatario. Ya a las ocho de la mañana, César Pincheira está en pie y escogiendo los productos frescos en El Cardonal, Caleta Portales y mercados de la zona.
En la época estival que acaba, el pastel de choclo, humitas y los porotos granados hicieron de las suyas. De hecho, mesas agrupan a una marea de franceses que, mientras elaboran un documental sobre Valpo, se dan tiempo para almorzar a lo grande. Dos días en la localidad e igual número de visitas de galos al Capri. Como el goleador albo Esteban "LCD" Paredes, regalón de don César: 100% de efectividad.
Capri al paso
"El porteño es muy cariñoso", recalca. Por eso, y para darles en el gusto -aparte del decorado panzer-, ahora el enfoque está puesto al lado… en el 'Capri al Paso': 20 metros cuadrados, sin pretensiones, que busca posicionarse en el nicho de los jóvenes, con un valor sustancialmente menor en los precios. La nueva picá promete empanadas fritas de mariscos, papas fritas, Chorrillanas, pescado frito, entre otros manjares del aceite.
A sus 75 años, con un aire al comentarista che Fernando Niembro y el político Guillermo Teillier, don César Pincheira argumenta sentirse contento con que los clientes reconozcan en el Capri, una parte de ellos. Espontáneo, y ya en su segundo vaso del delicioso vino rojo, se relaja: "Seguiré acá hasta cuando tengan que echarme. ¡Esto me da vida!".