Siempre he sido de la idea que aquellas personas que hayan sido elegidas por votación ciudadana, no deberían ser reelegidas, aunque lo hayan hecho bien. Generalmente, quienes son reelegidos sufren un relajamiento y al final lo único que los incentiva es incrementar más su patrimonio y el resto que se las arregle como pueda.

En el último de los casos, la eliminación de las reelecciones serviría para que otros tengan la posibilidad de asegurar su futuro y para que no sean los mismos de siempre los favorecidos.

Jorge Valenzuela Araya

A mis 53 años deseo expresar mi profundo malestar con la gente cronológicamente adulta que descalifica al recién electo alcalde de Valparaíso en razón de tener 31 años (los mismos que tenía Prat al abordar el Huáscar; los que tenía Cristo durante su ministerio). Que yo sepa nadie nace con 50 años o más (salvo Lao-Tse, dicen).

Me parece legítimo criticar al opositor político cuando éste lo merece en virtud de sus actos o de sus dichos. Pero descalificarlo o menospreciarlo en virtud de la edad refleja la amargura del detractor por la juventud perdida y la envidia que le produce constatar en otros los talentos que no se poseen o -peor- que nunca se aprovecharon.

Amargarse por la juventud perdida (que no se pierde: transcurre) revela una profunda falta de inteligencia para comprender la vida como fenómeno biológico y como experiencia vital. Criticar al joven en cuanto tal desnuda nuestra estulticia. Revela que nunca nos preparamos para envejecer, muy probablemente porque nunca prestamos debida atención a nuestros propios viejos.

Atentamente

Rodrigo Sepúlveda Úbeda