'Guerrilla Verde': el colectivo porteño que liberó a la ex-Cárcel
En verano, las flores del huerto y sus ciclos se hacen notar en el Parque Cultural. Con un suelo que no superaba el 20%, desde 2015 una veintena de voluntarios laboran en su siembra y cultivo. Sepa de un milagro, donde casi no había vida.
Guillermo Ávila Nieves - La Estrella de Valparaíso
El paseo en ascenso por calle Cumming es instructivo. Posee cierta belleza observar las prendas colgadas en los balcones mientras a ras de suelo aquellos aparatos destartalados en la calle obligan a poner el punto de mira sobre un paisaje hiperrealista, como al pintoresco lienzo del artista canadiense Mike Bayne.
Si de objetos al camino se trata, uno clama atención: aquel auto varado que, tal viejo buque, sirve de improvisado parque infantil donde peques parecen sentirse a sus anchas.
Y algo de eso se palpa en el lugar que nos convoca, un poco más arriba de ese Fantasilandia a la chatarra. Hablamos de un recinto donde antes sólo había rejas, tortura y muerte… y hoy presume de un valor más allá de toda ley: la vida. Y si hay que ponerle color, que sea verde. De esperanza. Como el Wanderers o aquel coro de Diego Torres, que más bien se potencia a lo crudo RATM.
Soldados Pachamama
El día que me encuentro con ellos, asoma una joven de mirada penetrante a "pata pelada" inmersa en las faenas, cual guevarista de Ñancahuazú, dando vida -donde no la había- a un alargado terreno de mil 200 m2 app, al interior de una de las construcciones, en su tiempo, más deprimentes -y represiva- de la zona.
Derecha y luego izquierda, pienso en voz alta. Dicen que las cicatrices sanan, aunque algunas más lentas. Despellejadas. Cierto, las paredes del edificio de la ex Cárcel, hoy Parque Cultural Valparaíso, mantienen su color, aunque por dentro, aún se perciben esas heridas, como un animal magullado al que alguien en un macabro ejercicio le ha arrancado la piel a tiras.
Pero aquí la gente del taller Guerrilla Verde, que van de cinco a 25 miembros -depende de la ocasión-, está acostumbrada a las emociones, con cable a tierra. Y no lo hacen dominados por un complejo esnob de aquellos que conciben viajes presumiendo de los bajos fondos que visitan y después regresan a su acomodada guarida.
Precisamente, el trabajo de este peculiar colectivo urbano es al aire libre. Consiste en involucrar a la comunidad donde residen para hacerla partícipe de los proyectos ambientales que participan. Y no sólo eso; también introducirlos… de raíz al "Huerto".
Una cantidad de semillas de caléndula son clave para el control de plagas, la restauración del suelo y la atracción de insectos benéficos que aquí pululan.
Volvemos a la joven de mirada profunda enraizada entre las flores. Martina Knittel se llama. Viñamarina -con vivencia en Canadá- a sus treinta, cuenta que lleva cinco años radicada en espacio Ancora, en la Subida Ecuador. Se trata de un espacio autogestionado de trabajo, alimentación y vivienda, de tipo multidisciplinario.
Ella es una de las cabecillas de Guerrilla Verde: un taller nacido hace dos años en el Patio Volantín de agricultura urbana con la idea de recuperar espacios públicos para el cultivo natural. En simple: propagar el verde en la ciudad. "Intervenimos distintos puntos tanto de las calles como casas vecinas en la cuenca San Juan de Dios". Esa experiencia les permitió llegar en 2015 a los grises parajes de la ex Cárcel. "Hemos hecho el ciclo de las cuatro temporadas aquí", ahonda Martina en su neutro acento.
"Esto era café cuando llegamos, un desierto... un suelo compacto y seco, el patio de una cárcel. Me fascina promover vida en un lugar simbólico". A través de ensayo y error, la activista verde refuerza la idea que se ha tratado de un trabajo de aprendizaje. "Hemos traído materia orgánica para mejorar la calidad del suelo".
Sidhartha Corvalán Gómez, oriundo de cerro Yungay, afincado en Viña -gracias a su mujer, Pamela Díaz, con quien tiene 5 hijos- es actor de profesión, gestor cultural y está a cargo del área de mediación del Parque Cultural Valparaíso. "El huerto es uno de los espacios que más me ha llegado: es una metáfora viva de este proyecto".
Y vaya que Corvalán conoce bien este espacio. Aquí fui "okupa" entre los años 2000 y 2010. Incluso tenía su celda en una galería donde funcionaba su bodega, "de mi propia compañía de teatro", dice.
Si uno bucea en los registros visuales de Arcana, aquel mítico proyecto visual enfocado al quehacer de los presos y que vio luz de la mano del cineasta Cristóbal Vicente, este lugar ahora no es ni la sombra de lo que fue. Allí donde se ordenaban filas, donde estaba demarcada la línea de fuego -o "muerte"-, aquella distancia que separaba el muro perimetral de la reja custodiada al tiro por gendarmes, hoy es la línea de la vida. O como Sidhartha llama, "un bello jardín de frutales sin los olores de antaño. Este huerto emociona. ¡Y a los que estuvieron presos!".
Uno de los programas más significativos del área de mediación es el "Huerto Invernadero'. Llevan cuatro años desarrollándolo desde la apertura del Parque, en el antiguo patio de los Pimientos en la ex Cárcel pública porteña. Aquí, donde antes sólo había dos pimientos sobre la tierra más infértil y no drenaba el agua, ahora hay un espacio vivo. Que muta.
Verano florido
En la actualidad, acá todo es orgánico, en armonía con la naturaleza: no aplican pesticidas ni nada tóxico. Sólo observación para no matar el ecosistema.
A simple vista, lo sembrado ya germina: se aprecian yerbas medicinales, menta, poleo, melisas, manzanilla, ruda, ajenjo, salvias, calas, lavandas; hortalizas comestibles... alcachofas, lechugas, acelgas, rúculas. Y habas.
Así, de la nada, levantaron un plan maestro a cargo del arquitecto Santiago Naudón Muñoz como permacultor: un invernadero, de cultivo vertical, camas bajas y espacio para la observación de la luna. Y fue en esta parte donde la comunidad se hizo del trabajo en un voluntariado participativo de la mantención y cultivos de la tierra.
Pareciera que el Parque lee y observa su territorio. Lo que la ciudad está diciendo para luego entregar herramientas (que aquí se ofrecen). Pero es la comunidad organizada la que lleva este tema. "Como Parque somos una plataforma para hacer visibles esas prácticas", complementa Corvalán.
La iniciativa de Guerrilla Verde pasa por la agricultura urbana y la soberanía alimentaria. Eso sí, el trabajo del huerto no tiene un discurso ecológico o de educación ambiental. "Su relato tiene que ver con una reafirmación espacial y de las personas que lo habitan", como prefiere catalogarlo el gestor cultural.
Valparaíso tiene una profunda ruralidad, arraigada en una parte de los porteños que resulta poco conocida y visible. Como lo exponían las películas emblemáticas del director Aldo Francia. Es cosa de adentrarse sobre la cota 600, arriba de la avenida Alemania. Allí donde antiguamente estaban los hacedores del carbón y las carreras de caballos.
En esos lugares, donde no había cómo y para cultivar -por las condiciones geográficas de la ciudad-, se las ingeniaron para ganar terrenos a las plantaciones en quebradas. Es cosa de ver Playa Ancha, en su cuesta afloran chacras y huertas. Y si vamos con lupa al plan portuario, vemos que se toman la vereda con jardineras.
Y a eso apunta la idea del huerto en la ex Cárcel. O como califica Sidhartha: "Trabajo de comunidad. Que integre a los adultos mayores que también necesitan de estos espacios".
Causa orgánica
Acá arriba, donde el sol pega fuerte y se hace un corredor de viento gran parte del año, hay que saber afirmar bien las plantas. Que sean resistentes. "Sabemos que los choclos no deben estar huachitos, por eso tenemos que potenciar un buen suelo", nutre al habla Martina. "Ha sido un proceso de aprendizaje para todos", dice también la diseñadora gráfica, que toma esta labor como una terapia para además, golosa, "llevar alimentos frescos para la casita".
Guerrilla Verde se junta dos días a la semana. Los martes y sábados. Su horario: de 10:00 a 13:00. A los miembros, dicen, les gustaría agregar otro día.
Y como toda siembra merece un agasajo, Guerrilla realiza un hito mensual "Los almuerzos de la cosecha": una gran mesa orgánica y comunitaria.
Alejandro Lozana es de Bogotá, Colombia. Lleva meses en nuestro país y hoy está de cuclillas embarrado en el jardín entre plantas aromáticas y alimenticias como habas, ajos, perejil, tomatillos del diablo. "Una experiencia increíble. Recuperar espacios con la agricultura que acá es más personalizada".
Su experiencia en huertos comunitarios en Bogotá, como "Techo Tiba", un ex sitio abandonado y recuperado en colorido banco de semillas, le inyecta plus a su labranza acá.
Guerrilla Verde partió con Pablo ("mi compañero de casa", corrobora Martina Knittel). Luego se sumaron, entre otros, Vivi, Andrea, Cate, Pauli, Elisa, Álex, Javier, Marcelo, Alexander con la quinoa y don Guillermo, comandante del espacio Huerto.
Precisamente don Guillermo Nieto, a sus 56 años, es un entusiasta por las plantas. Como jardinero (ya edificó lo suyo en parque "El Encanto", cerro Mariposas), acuña que lleva unos meses trabajando acá, "para hacer crecer esta bella idea del huerto y yerbas medicinales".
Su receta: "Trabajar con cariño", cuenta Nieto, quien naciera en la flora del cerro La Cruz y cuya pasión le regaron sus abuelos, hasta crecer inclinado a la tierra. El mensaje de don Guillermo, con manguera en mano: "No hay que perder las áreas verdes. Debemos querer la naturaleza y al Parque". Porque el Espacio Huerto-Invernadero es una invitación a mirar más allá. A una guerrilla que incita... al movimiento verde.