Masiva procesión: el último adiós del joven animalista punk
Dolor, desolación, plegaria de justicia y tocata a todo pulmón se vivió en la despedida del joven Camilo Navea Del Canto, quien fuera ultimado la madrugada del sábado en las inmediaciones de la plaza Aníbal Pinto de Valparaíso.
Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso
"¡Nuestras muertes son tan violentas como nuestras vidas!". La chica de cresta capilar roja y tachuelas en forma de espinas adosadas a su chaqueta negra en señal Ramones no para de lanzar sentidas ráfagas a la rima junto al ataúd, lugar donde la madre del difunto y los suyos buscan consuelo... para lo impensado.
El mensaje de la joven llega, y a todo ruido, en una ceremonia sobrecogedora, "como le hubiese gustado al porteño". Así llama a Camilo, otro punky que no se identifica porque odia a la prensa. "Él no andaba macheteando; era un defensor de los animales y buen cabro", susurra casi a escondidas.
Dos de la tarde y el camposanto número tres de Playa Ancha parecía un recital: poleras negras, chelas, algunos porros y muchos canes, el deseo de Camilo. Pero todos aquí están en señal de respeto. De luto. Es el último adiós, a su manera en modo tocata, de Camilo Navea Del Canto, aquel joven punk de 19 años que la madrugada del sábado recibió una mortal estocada en el tórax -por defender a un perrito vago- de parte del vendedor de sopaipillas Alex Bravo Verdejo, de 33, quien está detenido.
El mismo Camilo que también fue acólito desde los 12 años, como bien narra Liz Cisternas, amiga cercana y que sigue con su indumentaria de técnica en enfermería, acorde al anhelo profesional del velado: ser técnico veterinario en el Duoc UC de Quillota. "Camilo estuvo ligado a la iglesia. Compartíamos harto. Siempre daba aliento. No había maldad en él", recuerda Liz aún en evidente estado de shock.
Una voz al fondo pide la palabra. Catherine Toledo pertenece al grupo animalista Anubis, ubicado en el sector Pacífico, Playa Ancha. El mismo lugar donde durante todo febrero pasado Camilo Navea limpió los caniles y sacaba a pasear a los perritos, sus almas gemelas, como lo era su querida mascota Chocolate. "Nos ayudaba mucho en todo. Nos dejó un legado", acuña Toledo.
Francisco Soto tiene a su hijo "Gatomalo", como lo apodan en la tribu, dándole a la batería en una canción llamada 'Sube la cerveza'. "Él era su yunta, pero no le gusta hablar con prensa. Yo conocí a Camilo en Bellavista, era buen muchacho y quería estudiar. Una pena".
Patricio Tabilo fue uno de los oradores ya en el cementerio. Siempre estuvo al tanto de los pasos de Camilo, desde que el joven malogrado vivía en la calle Julio Verne, en Barón. "Camilo tenía cuatro mundos: el familiar, de amigos, estudios y animales. En su tiempo libre limpiaba caca de perros, por amor. El tipo lo mató con una estocada. Queremos justicia: no puede quedar impune".
Suenan las campanas
Tres horas antes, 11 de la mañana. "Al paraíso se llevan a los ángeles". La despedida del párroco -que hizo asomar lágrimas a muchos ojos- casi al término de la misa en una iglesia Sagrado Corazón de Jesús en la cual no cabía un alfiler (entre esos los concejales Marcelo Barraza y Zuliana Araya), en el ombligo de Barón, no sonó como una mera frase ritual.
Después de 48 horas del crimen, el dolor entre familiares, compañeros y amigos, seguía latente y más intenso, tanto como los temas punkis a la vena que vacilaba Camilo.
"Siento que esto fue algo terrible, una tragedia. Pero era la hora de Camilo. El Señor espera por un ángel como él", reza a La Estrella, Patricio Marambio, párroco, que con nueve años a la prédica en este lugar santo, sólo atinaba a ver con su mirada cristalina a aquel ejército de sombras silenciosas que despedían al "porteño" en una ceremonia emotiva.
Y en ese estado se encontraba, junto a los ramos de flores y el féretro, Cinthya Del Canto, quien trataba de consolar en lo imposible a su hermana, la madre de Camilo. "De pequeño estuvo en mi hogar: mi sobrino era un joven lleno de sueños, al que le gustaba ayudar a los animalitos. Él defendió a un perrito, no le interesaba pedir plata, no tenía la necesidad. Fue apegado a esta iglesia", corrobora su tía Cinthia en el mismo lugar donde Camilo se desempeñó como monaguillo.
Afuera, espera el cortejo fúnebre. En la conducción de la limosina, por esas vueltas del destino, un pariente: José Luis Vilches. "Fue sobrino de mi ex mujer, Sandra Silva, quien está afligida, como todos. El sábado cuando retiramos a Camilito del Servicio Médico Legal fue algo muy fuerte. Su mamá está destrozada".
Salen micros desde la iglesia, una de ellas repleta de punkies que entre avenida Brasil con Bellavista, epicentro punk, truenan bocinazos. A tono con el legado, para quienes lo conocieron, de Camilo: dar su vida por un animalito.