Bajo la cueva en C° Castillo vive el 'hombre de hojalata' de Viña
Por más de 35 años, este corpulento hombre se las ha arreglado para sortear micros, lluvias y accidentes al oficio de la cerrajería en un estacionamiento que es motivo de curiosidad entre cachureos y herramientas. Aquí su historia.
Desde el interior profundo y húmedo de lo que podría confundirse con una cueva tenebrosa a los pies de un cerro, en este caso en las faldas de Cerro Castillo, se escucha el martilleo y aprecia el resplandor a las luces de la soldadura. Herramientas cargadas al metal, como un taladro de pedestal, tornillos, serruchos y perforadora.
La locomoción, específicamente microbuses, pasan a centímetros de esta comprimida área de trabajo. De peligros, una voz profunda, como este garaje de 12 metros de largo, emite sonido al riesgo vehicular: "No hace mucho, una micro que venía de Agua Santa se estrelló a dos metros de esta entrada". Y retumba a la inquietud: "Cuando escucho frenadas, uno se asusta. Especialmente cuando llueve. ¡Aquí han chocado micros y atropellado a personas!".
Quien habla en tono pausado, a pesar del desafío a la vida y la rígida estructura corporal que lo asemeja a un "hombre de hojalata" al deambular, es Mario Torres, propietario del Taller de Cerrajería, enclavado en calle Valparaíso 59, quien agrega al compás de esta estrecha factoría que lo suyo al laburo son las rejas de cortinas, ante jardines, cobertizos. "Lo que me pidan realizar: reparaciones, escuadras, lámparas...".
Ahora termina de armar un bandejero de panadería que debe adaptarlo a una pieza metálica "que es más chica. Los trabajos que hago son para puros particulares". También se las ingenia para la última repasada a un respaldo de cama de bronce.
Taller al claroscuro
Sus relucientes productos sobresalen entre sombras propias de un lienzo de Rembrandt. En los rincones de este taller los cachureos, pese al revoltijo, tienen su razón de ser. Don Mario, de profunda mirada esmeralda, observa. Y argumenta lento: "Llevo 35 años trabajando acá. ¡Hay mucha pega!".
Don Mario no está solo. Tiene dos ayudantes que le facilitan el día a día, pese a sus 64 años de edad. "Se necesitan buenos pulmones", acota ahora con la energía de un adolescente. Su oficio viene de cuna: "Mi padre se llamaba Domingo Torres, él empezó a trabajar en esto. Hacíamos de todo con fierros".
Recuerda que a sus 15 años de edad, mientras estudiaba, se hizo en estas lides esmerilando, que es sacar la soldadura. O "pescar la galleta y esmerilar". Añade que cuando recién se casó, a hoy tiene dos hijas alejadas de esto, confeccionó un juego de comedor. "Un amigo me enseñó a hacer sillas...".
Antes de aquí, el taller funcionaba en calle Viana, "en el edificio blanco. El dueño de este local conocía a mi padre, entonces nos ofreció este estacionamiento, abajo del hostal, en Cerro Castillo. Ahora el taller es mío, pero no el local", asegura Mario Torres, quien radica en Concón.
A hoy, "lo que más mandan a hacer son las cortinas metálicas, defensas de ventanas y reparaciones de cortinas a las que se le cambian los resortes". De 10 de la mañana hasta pasada las 20 horas, seguro encontrara don Mario al horario laboral. Eso sí: de lunes a sábado. "Aquí, siempre en faena, al pie del cañón", sentencia.
De cerca, sus extremidades superiores parecen un mapa: las cicatrices se le pliegan como tatuajes en su acaramelada piel de hojalata: manos, brazos y cuello; todas heridas de guerra que lo curten en el labrado de los fierros. "Ya ni siento los cortes en el cuerpo. Una marca por aquí, otra por allá, por descuido... instando cortinas uno se pasa a llevar la vida", desliza viril, a la vez que suelda uno de esos metales en apariencia pesado.
Su uniforme al overol: delantal de cuero, gafas de protección y máscara que lo blindan de posibles cortes con la galleta y más.
A la bitácora, hay trabajos queridos. "Al ex hotel Miramar le hicimos los letreros. También al antiguo Banco Fomento. Sí, hago muñecos de hojalata", lanza don Mario Torres, mientras se despide con un movimiento lento a la articulación metálica. Del futuro, como este local, de luces y sombras: "Manuel, mi sobrino de Santiago, es posible que se quede con este taller. ¡Mi vida!".