Una pieza clave

De los escritores chilenos vivos, Germán Marín es por lejos el mejor. Su vasta y brillante obra lo sitúa como un pilar fundamental dentro de las letras locales. Sus personajes vencidos y nostálgicos se quedan en la retina, son entrañables. Esa saudade, desde lo marginal, que los oxigena, permite que no pasen al olvido, situándose, muchas veces, bastante más allá de las páginas de un libro.

La cada vez más consagrada editorial Lecturas Ediciones reeditó recientemente "Fuegos artificiales", la primera novela de Germán Marín que fue publicada por la editorial Quimantú en abril del '73. Quemada y prohibida por los militares chilenos durante la dictadura, la novela se encontraba perdida hasta la fecha, inhallable incluso para los grandes coleccionistas; sin embargo, los círculos literarios nacionales deben -debemos- aplaudir a rabiar este rescate, pues tenemos en nuestras manos la obra que faltaba, la lámina clave para seguir estudiando y disfrutando al último bastión de las plumas nacionales.

La novela es protagonizada por José Clorindo Inchaurraga, un terrateniente poderoso y autoritario que domina el pueblo y sus alrededores infundiendo miedo a partir de su posicionamiento social. Estamos ante un retrato vivo y descarnado de un latifundista propio de Chile en el siglo XX; esa figura macabra y fascista, que funcionara como pilar fundamental en el derrocamiento de Salvador Allende.

Contrario a lo que en un comienzo se podría llegar a pensar, la novela no es un documento de denuncia ante el horror que viven los trabajadores en las zonas rurales del país; más bien José Clorindo Inchaurraga es el que teme, se angustia, piensa que las masas campesinas lo van a cercar, que irán por él, que le van a expropiar. Algo similar a lo descrito por Joan Manuel Serrat en la canción "Disculpe el señor", donde grupos organizados de pobres van en busca de un aristócrata que, por sus intereses creados, determinó sus condiciones de existencia.

"Fuegos artificiales" posee varios niveles escriturales. A ratos deambula por la ficción histórica con una escritura llana; en otros pasajes, se torna todo barroco y denso; también hay frases sueltas que funcionan como un collage. Pese a las diferentes técnicas que permiten el engranaje, Marín se desenvuelve con elegancia en cada una de ellas, demostrando que desde joven tenía una escritura prolija que con el tiempo seguiría perfeccionando.

Estamos ante un puzzle histórico, híbrido, que desafía al lector, que lo hace ser parte. Además de los saltos temporales y espaciales, hay un retrato de Chile que va desde la década del '30 hasta la del '60; una escritura histórica sobre las ruinas -de contexto y de interioridades- que funciona como eje descriptivo de la decadencia de la aristocracia.