Se busca maximizar el orgasmo restringiendo la respiración, pero traspasar la línea de la peligrosidad puede llevar a la muerte.
La velada de dos está en su momento cúlmine. Ambos despojados de sus ropas, complejos y prejuicios se entregan en pos de la búsqueda del placer. Entonces, de improviso, la mano de ella emerge entre las sábanas y se aferra firmemente al cuello de su pareja. Ésta suelta un leve suspiro y, por un breve instante, el silencio es el protagonista entre esas cuatro paredes. ¿Continuar o no?, la respuesta sólo la tienen los protagonistas.
Mejor acompañado
Mirian Mondaca Herrera
salud@estrellavalpo.cl
No son pocos quienes en algún momento se encantaron con la práctica de la asfixiofilia o sofocación erótica, pero sí son escasos aquellos que alguna vez tengan el arrojo de reconocerlo en público. Ni siquiera alguien con el carácter y la fama del actor David Carradine lo gritó a los cuatro vientos, y sólo cuando su cadáver desnudo fue encontrado dentro de un clóset con signos de haberse autoasfixiado, los demás se enteraron de su exótico gusto en el plano sexual. Como él, han sido varios los músicos, actores y otros personajes públicos que dejaron la vida buscando un orgasmo sublime.
Esta práctica sexual está clasificada dentro de las parafilias, porque existe la preferencia por una actividad "que está considerada fuera de lo normal", indica Alejandro Fernández, sicólogo y docente de la Universidad de Valparaíso, aunque agrega que "lo considerado normal es absolutamente social la definición". No obstante, lo común para una persona quizás no lo sea para otra, por ello las convenciones en el terreno del sexo deben ser conversadas por los miembros de la pareja. En el caso de la asfixiofilia, que incluso implica riesgos fatales, es crucial que se establezcan claramente los límites.
En general, quienes ejecutan esta práctica, recalca el sicólogo, no sólo se conforman con sentir que les falta el aire sino que también necesitan la experimentar la sensación física de sofocación. En este punto, "a la persona que hace esto no le sirve, por ejemplo, meterse en un lugar donde hay poco oxígeno. Lo que necesitan también es sentir el ahorcamiento físico", recalca Fernández.
Habitualmente las personas que recurren a la asfixiofilia lo hacen sin culpas ni prejuicios, por lo que viven la experiencia sin sufrimiento, ya que no la consideran algo indebido. El problema surge cuando una de las dos personas, en el caso de que no se prefiera la autosofocación, no está de acuerdo con esta práctica.
Hay registros de sofocación erótica hace siglos y, a juzgar por la continuidad de su práctica en el tiempo, muy probablemente seguirá realizándose. Como esto involucra posibilidad de daño y hasta muerte, el sicólogo aconseja que por seguridad no se haga en solitario. Es preferible que "un compañero esté todo el rato monitoreando la conducta, el estado de la otra persona", recalca el profesional.
En segundo término, la pareja debe definir entre sí un gesto clave que le permita salir del estado de sofocación, deteniéndolo cuando la persona que está experimentando la asfixia siente que ha traspasado el límite de lo seguro. Eso, enfatiza Fernández, le permite al sujeto definir hasta dónde puede llegar el otro. "Ojalá sea un gesto o un golpe con la mano, porque si a esa persona la están asfixiando es poco probable que pueda hablar".
Por último, no es prudente comenzar de inmediato con una sofocación total. Esta práctica tiene que ir de menos a más en sucesivas sesiones, siempre revisando el estado de avance de la conducta y el daño que puede ir apareciendo. "Si una persona, por ejemplo, después de dos veces tiene una marca fea en el cuello, ojos rojos o moretones, claramente se está produciendo un daño que hay que evitar", acota el sicólogo.