En la cúpula de agosto, partieron en dos el mismo camino, Aretha Franklin y Guillermo Hinzpeter. ¿Y qué compartieron estos refugios de la jornada cultural panamericana? No sólo la misma generación (ella del '42, él del '40), sino el trasplante de la música y el teatro a formas menos protegidas en su época. Aretha, nacida en Memphis -tierra del blues-, destinada a Detroit -naciente tierra del soul- para reinterpretar el alma humana que se revuelve entre la divinidad y el amor terrenal. Guillermo, porteño, va a rehacer su función en París como espectador finísimo del deambular de la segunda mitad del siglo pasado…
Hicieron una vez los dioses, preocupados por la voz humana, una apuesta. En el hemisferio norte, lugar común de la inmigración global, descubrieron una gracia junto al río Mississippi, que luego marchó a la ciudad de los motores, Detroit. Allá, creció cantando en iglesias bautistas, la fe de su padre (que fue amigo de Martin Luther King), hasta personificarse en reina del soul, cuando los reyes tenían que desdoblarse en Otis Redding y Marvin Gaye.
Bajo el trópico de Capricornio y la Estrella del Sur, a casi 8.500 km, se encaramaba en su cuna 'Guillermito' -y llegó a ser alto-. Con los años aprendió a interpretar buena parte de las paradojas que se dan en un puerto como Valparaíso. Él, nacido de re-cortes europeos y el deambular hebreo, ensayando en la pobreza con la vitamina del sol y del céfiro. Vértigo del gesto inmediato, con pausas. Una escena llega hasta donde tenga que llegar… y llegó a París, la villa de los luises, la Bastilla, y ¡Piaf! O sea, la conjunción porteña: pudor y comunas, cerros y penales, el honor con perfume de sangre.
Pues bien, acaban de saltar a otro aire, por otro rumbo, Aretha y Guillermo. Una dejó la forma única de la voz de una mujer salida de un coro de ángeles negros, y el del Puerto, al que retornó como un personaje de Thomas Hardy luego de caminar por Manhattan por un buen tiempo, reunió durante años la nostalgia acorde con el lugar donde en cualquier momento podríamos ver de nuevo a la Taylor besar o alejar las muletas de Paul Newman, o a Gary Cooper descender de un burro en el Almendral de camino a la guerra civil española.
Este septiembre, dos volantines tentarán de alcanzarlos, y esperemos que vuelvan con dos gemas del rayo verde.
Nacho Corces