Guillermo Ávila N.
Es septiembre, y con ello la ventolera típica de la Ciudad Puerto que levanta hasta lo imposible. Más allá de las fondas, chichas, empanadas "caldúas" y pie de cueca, los juegos tradicionales como el trompo, palo encebado, rayuela, la llevan. Pero hay uno, para muchos y muchas, eclipsa las miradas al cielo en estas fechas patrias: el volantín.
Juego, este último, que habría llegado a mediados del siglo XVIII a Chile, en baúles y maletas de viaje de monjes benedictinos. Eso de acuerdo a Héctor Alarcón, escritor e investigador especialista en Historia Aeronáutica, con la lupa puesta al pasado de quienes solían competir en sus ratos de ocio con estos leves armatostes confeccionados, antiguamente, con coligue y papel de color. "Luego de la Independencia, cuando se comenzaron a celebrar las Fiestas Patrias, el juego del volantín ya rivalizaba con otros", reseña Alarcón.
Hoy, encumbrar volantines resulta un acto mecánico que sigue desafiando la gravedad: alzar el cometa hacia el aire; manejar desde el suelo el hilo como un titiritero que controla su marioneta; ponerse en punta de pie y dar saltitos al tira y afloja. La maniobra, si el artefacto logra mantenerse ante los embates o la falta de viento, arroja satisfacción. Y orgullo.
Aro. Es septiembre, y con ello otro desafío de altura que tienen los profesores de matemáticas: cómo convertir la asignatura en un ramo atractivo y valorado por los estudiantes.
En esa línea, una interesante investigación es la que propone una tradicional casa de estudios porteña al tema del volantín.
Su mentor: Lianggi Espinoza, profesor e investigador del Instituto de Matemáticas de la Universidad de Valparaíso (IMUV) y doctor en Matemática Educativa por el Cinvestav-México.
El investigador se abocó de cabeza al estudio desde la socioepistemología (marco teórico de la matemática educativa) que indaga en el conocimiento social, cultural e históricamente situado. Enfoque que le permitió ahondar en lo que nos convoca este 18: los saberes producidos y difundidos por jugadores expertos del volantinismo nacional.
Regalón absoluto en zonas populares, para chicos y grandes, el volantinismo de competencia es un deporte criollo "cuya pericia implica la adquisición y el uso de un sistema de explicación de alta complejidad, ligado al corte de los hilos más que la habilidad propia de la manipulación del volantín", advierte Espinoza, para quien los resultados del estudio muestran "la existencia de un complejo sistema de explicación, producido y difundido en la práctica, en que está presente el pensamiento matemático".
El académico lo explica así: al igual que en el ajedrez, el disfrute del juego está ligado a la puesta en uso de este sistema explicativo, el cual contiene variables que actúan de manera simultánea y que varían en función de la posición espacial del corte. "Las posibilidades para resolver una jugada son múltiples y operan en décimas de segundos". Por esto, dice Espinoza, la cantidad de decisiones que se puede optar "en un combate son numerosas", sostiene el matemático.
Historia y aprendizaje
"Antes, esto del volantín y su competencia era muy popular en Valparaíso". La anécdota corre en boca de Archibaldo Peralta, una de las figuras de la zona más especializadas en la historia porteña.
En cerro San Roque, donde hoy está todo poblado con edificio y casas, evoca Peralta, antes había una loma que subía desde la plazuela O'Higgins "que la llamaban El Desecho: allí se hacían competencias de volantines donde estaba la gente del lugar y quienes conocían esa tradición en la zona".
Tras la competencia, el público, recuerda el histotiador porteño Peralta, se pasaba a las quintas que se especializaban en comida, "sin música de fondo ni bailoteo, para disfrutar de pasteles de choclos, asados, empanadas".
En relación a lo cognitivo -continúa ahora Lianggi Espinoza- para alcanzar grados de pericia se requiere poner en uso prácticas de anticipación, representaciones mentales y procesos de reflexión de las jugadas, "característicos de ciencia moderna".
En lo que respecta al aprendizaje, los principiantes aprenden a través del mecanismo de "observación-imitación" y de "variaciones", por ensayo-error y reflexión sobre la acción. Los expertos activan procesos creativos y de construcción de nuevos conocimientos.
De vuelta a la historia, el "volantín", según el investigador Héctor Alarcón, era de formato cuadrado, al igual que los actuales, pero se hacían de diversos tamaños. A los más grandes, que se diseñaban en género se les llamaba "pavos". A los más chicos, simplemente "volantín", siendo éstos los más populares.
Ya al ahora, según el estudio, tras el volantinismo existe toda una escuela fuera de la escuela, en la cual los jugadores se reúnen por el disfrute de aprender. Enseñan y aprenden en relaciones de pares e interacción con expertos. Además, cada campeonato es un aula, en la cual los jugadores que están escalando en grados de pericia están en constante aprendizaje.
Para el académico de la Universidad de Valparaíso resulta interesante detenerse en la noción de "ángulo" que tienen los jugadores. Según sus palabras al detalle técnico, "todo cruce de los hilos se da en cierto ángulo, pero también en cierta posición, dimensión e intensidad".
Y agrega Espinoza: "En el aula la noción de ángulo está definida de manera muy precisa, en cambio para los jugadores es una definición más polisémica, es decir tiene muchos significados".
Otra diferencia a juicio del investigador del Instituto de Matemáticas de la Universidad de Valparaíso (IMUV) es que en las escuelas la idea de ángulo es estática, "pero para los volantineros es una concepción dinámica, vale decir es un ángulo que está en movimiento y ese aspecto dinámico también es característico de la ciencia. Hoy en el colegio uno quisiera poder trabajar con el ángulo de manera dinámica, pero a los estudiantes les cuesta mucho, en un aula es difícil", afirma.
Para Lianggi Espinoza en el volantinismo de competición uno puede observar una manera de pensar matemáticamente. "Es exactamente el mismo mecanismo de análisis de los grandes matemáticos, que en este caso está operando en un contexto cotidiano y lo realiza una persona que no fue a la universidad, pero que ha decidido hacer de este deporte un estilo de vida.
¿El reto? "Que en las escuelas los alumnos disfruten de aprender matemáticas", concluyó Espinoza.
El estudio formó parte del proyecto de investigación titulado "La construcción social del saber matemático en tres prácticas cotidianas", financiado por Conicyt-PAI.