El hombre en la Luna
La primera imagen consciente que tengo de mi existencia es la luna en una noche oscura. Desconozco la edad que tenía o el momento exacto. Solo recuerdo haber estado en los brazos de mi mamá y recuerdo haberme sentido seguro. A veces creo esa imagen es la responsable de mi reacción y emoción a ver la luna brillando en el mar, un día que fuimos a la playa. Mi abuelo me compró una vieja revista sobre los avances espaciales de los soviéticos y de los norteamericanos, y en una hoja de papel me hizo calcular la velocidad de la luz. Aparte de aprender que no tenía dedos para el piano con las matemáticas, aprendí que quería ser un cosmonauta. Un astronauta. Mi mamá me compraba libros sobre los hitos de la carrera espacial y me emocionaba pensar y soñar como lo harán hecho Gagarin y Armstrong para aguantar la corporal presión espacial y la presión mental de estar haciendo algo increible. Repasé una y mil veces los relatos de Korolev y Von Braun, y sobre un sillón elucubraba acerca del frío espacial que debe sentirse estar en la luna. La misma luna que un par de veces regalé y la misma que me vió un par de veces fallar. La misma que me vió bailar en una Costanera con un recuerdo hermoso, su mano y la mía, la banca mirando al mar y un termo con Té. La misma que fue testigo de cuando tiré una botella de whisky al viento, mientras una historia se demoronaba entre palabras.
Se cumple medio siglo desde que el primer hombre piso la luna. Un hecho solo comparable con el encuentro de Europa y América. Encontrar un hermoso nuevo mundo, que día a día me iluminó en la noche y siempre estuvo ahí. Algo tan cotidiano y diario, pero también fascinante y desconocido. En las posteridades de las rimas de los viejos artilleros quedará grabado que, los cohetes fueron los responsables de llevarnos más cerca de la luna y más cerca del sol.
Alfredo Martínez Hidalgo