Secciones

El drama y calvario del chilote que vivió con una tijera en la guata

Fue por una apendicitis al hospital y terminó con un artículo cortante de 25 centímetros que estuvo seis años en su cuerpo.
E-mail Compartir

¿Se imagina vivir con una tijera quirúrgica alojada en su estómago? ¿Qué diría si un día un doctor le dice: "Ahora me explico sus molestias. Usted tiene una tijera de 25 centímetros en la guata". Dolores, imposibilidad para trabajar e incluso sentarse como un ejercicio tan normal y cotidiano era un auténtico suplicio para un paciente que ha vivido los peores momentos de su existencia. Pues bien, este episodio forma parte de la triste realidad que vivió un modesto trabajador que vive en Quellón, en el sur de la Isla Grande de Chiloé, quien conoció en primera persona los efectos dejados por una clara negligencia médica.

Bernardo Zumelzu Alderete, 56 años, de oficio cargador, jamás imaginó que una operación de apendicitis le generaría los más variados trastornos en su salud y que cambiarían radicalmente su vida. El poblador recuerda como si hubiera sido ayer cuando en septiembre de 2003 una dolencia abdominal lo derivó primeramente hasta el hospital local, desde donde fue trasladado al centro asistencial de Castro para ser operado del apéndice. Hasta allí todo bien, recuerda el paciente, quien habla desde su domicilio ubicado en población Destilatorio del austral puerto chilote.

-¿Y qué pasó?

-En Castro me operaron. Estuve 26 días hospitalizado con un dolor intenso. Pensé que se me había quedado recogida la costura o puntos de la operación. Para mí la operación estaba bien hasta ese momento.

Si bien la cirugía cumplió con el objetivo clínico, hubo una secuencia de episodios que comenzaría a marcar el angustiante caminar de este empleado portuario que se prolongaría por la próxima media década. "Después del alta médica y la herida que traía en el estómago, yo me tuve que venir a Quellón en un bus, de allí estuve seis meses sin poder trabajar, sin poder hacer nada para poder subsistir y cuando traté de trabajar no pude", recuerda el afectado.

Zumelzu relata que transcurrido este período de tiempo intentó infructuosamente retomar sus labores de carga y descarga en el muelle donde siempre había realizado este tipo de trabajos que requería de mucho esfuerzo. No pudo. "Los dolores eran intensos", rememora e insiste que siempre atribuyó los síntomas a los efectos dejados por la intervención a la que se sometió a manos de los profesionales de la salud en el Hospital Augusto Riffart de Castro.

-Yo pensaba que iba a pasar. Y no pasaba. Tuve que ir al Hospital de Quellón.

Le dijeron: apendicitis. Él dijo que ya lo habían operado de apendicitis. Se va. Luego, a fines del 2009, el chilote ya no podía tolerar los dolores. Su vida era un infierno. Resuelve volver al hospital quellonino. Un médico de turno lo deriva hasta el nosocomio de Castro. Le hacen un examen, le hacen una radiografía, y luego quedan todos estupefactos.

-Lo que ve en su estómago es una tijera, señor Zumelzu- le dijo el doctor.

-¿Cómo dice?- respondió Zumelzu.

-Una tijera, señor Zumelzu. A menos que usted sea aficionado a comer metales, ignoro cómo llegó a su estómago.

Y el cargador del muelle actuó impulsivamente: lo primero que hizo fue sacar una foto a la radiografía. Luego experimentó un bajón razonable. Comprendió que estaba inmerso en una pesadilla. "A mí el mundo se me fue abajo completamente. Nunca me imaginé ni sospeché que los dolores eran a causa de la tijera. ¡Pero sí estaba todo bien cuando me operaron!", grita impotente. Agrega: "Nadie me dijo nada, todos se escondieron, se reían de mí, cuando pasaba la ronda médica los médicos me miraban nomás y nunca me dijeron nada". El paciente visiblemente afectado en ese instante recuerda que como medida urgente se decidió que fuera operado para extraerle el instrumento quirúrgico que llevaba habitando por media década en su organismo. No se podía dilatar. La intervención se organizó para hacerla tres horas más tarde.

Pero las consecuencias de este acto de negligencia médica, como la catalogó Bernardo Zumelzu, no solamente le causaron molestias físicas, sino que también problemas al interior de su núcleo familiar. Era simplemente la lápida a todo el calvario que por largos años arrastró, sin que alguien se hiciera responsable de lo sucedido en uno de los quirófanos del centro asistencial de la capital chilota.

Mucho dolor, poca plata

Hace diez días Zumelzu recibió 13 millones 600 pesos y, en lo que resulta una actitud exótica, se enfureció. Es una indemnización que le pagó el Servicio de Salud de Chiloé por haberle depositado una tijera afilada, medianamente abierta, en la zona central de la guata. Zumelzu había puesto una demanda e imaginó que recibiría un dineral. ¿Por qué tanto? Porque, gracias a la tijera, él perdió su trabajo. Gracias a la tijera perdió a su familia. Por una tijera se quedó adolorido, incapacitado para agacharse porque un pinchazo lo hacía gritar, desvalido. La tijera maldita lo dejó solo.

-Lo pasé muy mal. Lo perdí todo. Y gasté mucha plata.

-¿Es caro vivir con una tijera adentro?

-Muy caro. Además de no poder trabajar, tuve que consumir remedios para el dolor. Gasté plata en viajes.

-¿Quedó disconforme con el dictamen judicial, Zumelzu?

-O sea, me da vergüenza la plata que me pagaron. Muy poca para el daño causado.

Ocurre que el drama para este trabajador portuario no terminó con el desalojo de las pinzas metálicas desde su estómago. Es decir, tuvieron que pasar cuatro años para que tomara la decisión de emprender acciones legales en contra del hospital. Lo hizo este 2013. Completó, de esta forma, casi 10 años de un calvario interminable y que derrumbó su vida.

-¿Qué siente ahora después de haber pasado el 17% de su vida perturbado por una tijera?

-Rabia contra el sistema.

-¿Nada más?

-Rabia contra los médicos. Yo creo en la justicia, yo me siento mal, ahora no estoy trabajando, me sustento gracias a mi hija y mi yerno.

El conocido trabajador del puerto chilote de Quellón en un intento por dejar en el pasado esta triste y espantosa historia admite que jamás se imaginó que un acto de esta naturaleza terminaría por arruinarlo desde todo punto de vista. Y aún tiene fresca en la memoria ese instante en que le muestran la tijera quirúrgica bordeando sus costillas. Y se ofusca: "¡Qué me lo iba a imaginar! Me dio tanta rabia que llegaba a llorar solo. La gente se reía de mí".

A veces se le acercaban los vecinos y le decían entre carcajadas:

-¿Almorzó tijera cruda, vecino?

Zumelzu no reía en esas circunstancias. Y lo vuelve a decir: "Para mí era un calvario".

Como si la cicatriz de la operación abdominal y transitar por la vida con una "tijera a cuestas" no hubiera sido suficiente, Bernardo Zumelzu enfrenta otro tipo de dolencias causadas por dolorosas várices en una de sus piernas, lo que le impide trabajar con normalidad, no haciendo más que profundizar la angustia y drama que por tantos años ha arrastrado producto de este acto negligente.

Solo el respaldo económico y moral de su hija y yerno han mitigado en parte la angustia del quellonino, quien a través de su testimonio de vida aboga para que nunca más un usuario del sistema público de salud, viva la realidad con la que tuvo que lidiar producto de una negligencia por la cual pagó un precio tremendamente alto.