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Las mujeres de arcilla

Trabajan de sol a sol para mantener a sus familias con una ancestral receta para hacer ladrillos ultra resistentes.
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Cuando las dinámicas económicas apuntan a formar cada vez más fuentes de trabajos ligadas al comercio y a las actividades terciarias, un par de mujeres de la comuna de Nogales va contra la corriente: se rebelaron y renunciaron a "apatronarse", para llevar el sustento a sus casas con sus propias manos.

Patricia Figueroa y María Mena son las dos protagonistas de un negocio duro, que comienza cerca de las cinco de la mañana y que no conoce de temperaturas extremas o fríos intensos. Ellas tienen la fortuna de no tener jefes y de imponerse sus horarios, pero deben estar atentas a conseguir y mantener los clientes que hacen sustentable este trabajo.

"Si nosotras no hubiéramos apatronados, tendríamos horarios como mucha gente que pasa todo el día afuera de la casa y no puede llegar más que a acostar a los niños. Acá las dos mantenemos casas y lo hacemos con nuestro trabajo. Es duro, pero nos permite mantener a nuestras familias y no le faltamos a los niños que es lo más importante", señala Patricia Figueroa.

el origen

Patricia nació en Los Ángeles. Fue en la VIII Región donde aprendió este oficio de sus padres. En el caso de María, su conocimiento del arte de trabajar con arcilla viene también de su familia. "Nosotros éramos de Linares y ahí se hace harto ladrillo, entonces uno de chiquita aprendió a trabajar en esto para ayudar a los papás de uno", señala.

Las vueltas de la vida hicieron que ellas se encontraran en Nogales, en la V Región. Ambas, como jefas de hogar, tenían que sacar adelante a sus familias y fue tras un par de conversaciones informales que decidieron dedicarse a trabajar el ladrillo.

"Las dos teníamos la necesidad de trabajar y de mantener a los hijos que tiene cada una; conversando nos dimos cuenta de que las dos sabíamos hacer ladrillos y ahí nos pusimos a trabajar no más", explica María.

Su socia, Patricia, agrega que el comienzo fue bien difícil: "Cuando partimos, por ahí por el 2005, la sufrimos harto porque nosotras no tenemos nada nuestro, pagamos arriendo en la casa, pagamos arriendo en el terreno donde trabajamos y pa"qué lo voy a mentir, también lloramos, pero acá estamos. Con harto esfuerzo hemos seguido y por lo menos a nuestros niños no les falta nada".

Uno de los secretos de esta sociedad es que las dos son de carácter fuerte, pero no tienen peleas. El humor y las ganas de sacar adelante a sus hijos hace que los obstáculos y las dificultades vayan siendo superadas.

duro proceso

duro proceso

Hacer un ladrillo no es pega fácil y ya lo saben las protagonistas de esta historia. De partida, hay que traer la arcilla. Ella la consiguen en la localidad de San Pedro, al sur de Quillota.

Tras ese largo recorrido, donde tienen que pagar por el flete que les trae su material, deben comenzar un largo y arduo proceso, en que la arcilla se va remojando y trabajando lentamente durante varios días.

Para esta tarea incluso deben conseguir un caballo, que es el que va ablandando y trabajando el material en el que ellas pondrán manos a la obra posteriormente.

Generalmente, este proceso toma días completos, desde muy temprano hasta que el sol se esconde. Con ellas trabaja una persona más, un varón, que es el que pasea al caballo y cumple un rol fundamental en el proceso.

"Acá la mezcla la cuidamos, la idea es que se mantenga húmeda; de ahí le aplicamos nuestra fórmula mágica, unos condimentos especiales que dan el toque especial; y luego de eso ya se le puede dar forma al buen ladrillo", explica Patricia Figueroa.

Una vez que las mujeres le dan el visto bueno a la mezcla, el varón de este equipo va cortando los ladrillos y luego viene la pasada por el horno para dar la solidez. Tras ello, María y Patricia vuelven a la acción: acarrean los productos y luego de lijarlos, los van ordenando al sol para su revisión.

sin ayuda

El trabajo de estas dos mujeres linda con la artesanía, pues el proceso sigue los rasgos y las claves del antiguo ladrillo sureño. Su utilidad va desde ampliaciones de casa, hasta construcciones completas que se han inclinado por este ladrillo probado antes de las gangas que parecen piezas de rompecabezas, con diseños que muchas veces no son tan eficientes.

Patricia y Marta trabajan con el esfuerzo propio y la confianza de sus clientes. Durante todos estos años, sólo se ganaron un proyecto de apoyo por parte del gobierno regional y fue hace cuatro años. Quizás si pudieran conseguir algún apoyo, su emprendimiento podría mejorar sus condiciones y, de paso, nivelarlas con otros productores que cuentan con un capital mayor para mantener en pie su producción.

"Nosotras no pedimos nada gratis, queremos encontrar gente que crea en nosotras, somos ordenadas y esperamos que en algún momento podamos optar a algún proyecto que nos permita consolidar un poco más todo nuestro esfuerzo", explica Patricia. Y no es para menos, pensando en que su único medio de transporte son sus bicicletas y que no tienen ningún bien raíz que les pertenezca, pese a los años de lucha que llevan.

Calidad a toda prueba

Calidad a toda prueba

Como nunca faltan, Patricia y María también han tenido que pasar malos momentos con desubicados que se han querido pasar de listos.

"Nosotros atendemos bien a todas las personas que llegan a comprar, pero a veces hemos tenido gente que nos mira y empieza a someter el ladrillo a varias pruebas, hasta azotes contra piedras se han llevado, pero siguen firmes. Ahí a uno le da pena porque es su trabajo, pero hay que aguantarse no más", explica María Mena.

Patricia agrega otros datos de la dura vida de la mujer chilena: "No es fácil porque hay partes en que nos toca bien y mal. A veces hay clientes que dicen que ladrillo hecho por mujer es confiable, pero nos ha tocado otros lugares donde por ser mujeres no han querido comprar", comenta.

María añade que una vez tuvieron una anécdota especial: "Llegó un caballero que nos quería hacer una compra grande, en la conversa se dio cuenta de que eran hechos por nosotras y no quiso llevar todos los que pidió. Entonces se llevó unos poquitos y me va a creer que a la semana andaba acá comprando todos los que le faltaron", rememora con un par carcajadas que escapan como señal de éxito.

Aunque no les gusta contar su fórmula, para Patricia la técnica es una sola: "Nosotras confiamos en nuestros ladrillos porque los hacemos con dedicación y manejamos nuestro sistema que no cambia. De repente saldrá uno malo por algún detalle particular, pero ladrillo bien trabajado no falla", sentencia.

"Nosotros éramos de Linares y ahí se hace harto ladrillo, entonces uno de chiquita aprendió a trabajar en esto para ayudar a los papás de uno". Patricia Figueroa, fabricante de ladrillos.