Desayunando con la familia de "Superocho" Alarcón
Compartimos con la viuda y los tres hijos del mítico animador de radio Festival. Acá, su faceta más íntima y desconocida.
Fueron noventa y cuatro minutos de conversación: un desayuno en donde estuvieron casi todos. La Estrella se reunió con la familia del desaparecido animador de radio Festival, Carlos "Superocho" Alarcón. Ahí estaban Jacqueline Quinteros, su mujer; y sus hijos Carlos (33), Juan Pablo (25) y Lucas (12). Por cierto, también el recuerdo vivo del animador viñamarino, el consejero regional, el amigo, el amante, esposo y amigo.
Ciertamente la historia de Alarcón daría para un libro. De hecho, en la familia la idea ya está instalada. Pero en lo inmediato esperan continuar con la labor que comenzó en el área social -y de forma pública- el hincha de Wanderers de Valparaíso.
Un amor a toda prueba
Jacqueline era a quien más amaba Carlos, de eso no había duda. Su "gordita", siempre estuvo presente cuando él hablaba de su familia, sin contar cuando sobre los escenarios se refería a su amor eterno, la persona que siempre estaba en sus mañanas al despertar y nombraba a "Roberto", provocando las risotadas del público.
Jacqueline es también la madre de sus tres hijos, la amiga, amante y compañera. Por estos días, una de las viñamarinas que más ha recibido abrazos de apoyo y reconocimiento a la labor que cumplió su marido.
La historia dice que Alarcón llegó a su vida como el joven que le hacía "gancho" con Miguel Oyarzón, un viñamarino que -al igual que Alarcón- integraba el grupo de humor musical Los Shelton"s, donde también estaba Claudio Ubilla. El destino hizo que el por ese entonces bandejero del grupo se quedara con el amor de la mujer que aconsejaba, y con el tiempo la transformara en su más fiel asistente. Trabajar con el marido es cosa complicada y Jacqueline lo tenía claro, pero cumplía.
La mujer recuerda una de las pocas rabietas de Alarcón: "Carlos no sabía ni el número de camisa que ocupaba, ni menos de zapatos. Yo era su asistente y había que saber llevarlo. Un día en un evento de Quilpué, a 10 minutos del escenario notó que su chaqueta no era del mismo terno que el pantalón. Gritó, no sabía qué había pasado, pero supo que el error había sido de él. Todos le dijimos que no se notaba, pero él seguía insistiendo que con las luces se notaría. Al final, salió así al escenario y nadie se dio cuenta", detalla Jacqueline. La mujer agrega que Alarcón tenía unos 20 ternos, perfectamente ordenados. Es que el animador era de aquellos a los que le gustaba tener todo en línea. Juan Pablo, el hijo del centro, acota que su padre tenía rituales para casi todo y confirma que sus trajes eran un tema sensible. "En su auto tenía un gancho para colgar el vestón en el asiento de atrás, y cuando íbamos todos en el auto había que subirse por el otro lado y no tocarlo ni en las curvas porque o si no se podía doblar".
La rutina también era marca registrada de Carlos. De hecho, Jacqueline cuenta que al menos se demoraba una hora en arreglarse, y Juan Pablo acota que no podía bajar ni subir de su auto sin saludar a cada uno de los tres santitos que tenía en distintos lugares. Era algo tan habitual como besar a su mujer varias veces durante el día.
Festival de Viña
Durante el funeral, Juan Pablo hizo una alusión al Festival de Viña del Mar, que sacó los primeros aplausos de una jornada llena de homenajes. El certamen viñamarino era un tema para Alarcón y así lo reconocen todos en su familia. Juan Pablo y Carlos hijo advierten que nunca les dijo que sería un sueño, pero que era una de esas cosas que se pueden advertir sin que se digan. Jacqueline, su compañera, reconoce el deseo de su marido. Alarcón era animador y eso lo ponía en primera fila para justamente "animar" el certamen y no conducirlo, como ocurre en la actualidad. Pero lo cierto, es que Viña no fue una realidad para "Superocho".
Sin preguntarlo, la familia recuerda el año 2001, cuando Alarcón estuvo a punto de conducir el certamen, responsabilidad que tomó finalmente Ricardo Montaner, quien incluso lo invitó hasta su hotel para presentarle sus respetos. Ese año Alarcón sería jurado internacional del festival y allí viviría un día de furia, tal vez el único, que se le recuerde públicamente.
Jacqueline desclasifica el momento: "Ese año hubo gente en el municipio que le sugirió hablar con el productor del festival para que le permitieran animar aunque sea la previa de la noche estelar. Lo iba a hacer en el O"Higgins, pero luego de mucho intentarlo, el productor le cerró la puerta y antes de escuchar cualquier cosa, le dijo "no tengo nada que hablar contigo". Ahí Carlos se enfureció, le dijo que le gustara o no, él era jurado internacional y lo subió y lo bajó a garabatos en el hall del hotel. Luego de eso, no quería ir esa noche al festival, sino retirarse. Le pedí que fuera igual y al día siguiente veíamos. Ese día, en la mañana, el productor lo llamó para felicitarlo, pues nunca nadie lo había retado de esa forma".
Pero su relación con la Quinta Vergara también tuvo momentos de alegría. Fue en el Festival de la Cebolla cuando su amigo Carlitos Williams irrumpió en su conducción y anunció la entrega de una gaviota por los 20 años de vida artística de Alarcón. El animador se emocionó, abrazó a su hijo y luego de eso se comenzó a oír un "se lo merece", gritado por toda la Quinta Vergara. Esa imagen sería el recuerdo más alegre de Alarcón y el premio tal vez más justo a un hombre que respetaba y quería a ese escenario como nadie.
Carlos hijo da cuenta de la última experiencia de su padre con la animación y la Quinta Vergara: "Yo estaba en el staff de Ruddy Rey, era el encargado de sonido, y mi papá con mi mamá estaban esa noche en el palco. A nosotros nos adelantaron la presentación media hora. Ana Gabriel se fue sin cantar dos temas y Rafael Araneda presentó a Ruddy en medio de las pifias. Mi papá sufría en el palco porque no entendía cómo lo habían tirado así a los leones", cuenta Alarcón Quinteros. Su madre, que estaba con el animador, grafica en que prácticamente había que "amarrarlo a la silla".
"Él no se explicaba cómo en comerciales no se tranquilizó a la gente, eso lo descompuso, le dio rabia porque para él todos los artistas deben triunfar en el escenario", contó.
apoyo en silencio
En la familia, la muerte del animador se ha ido asumiendo con el pasar de los días. Carlos, Juan Pablo y Jacqueline compartían no sólo los tiempos de calor de hogar con el hombre fuerte de la radio Festival, sino que también eran parte de la productora "Ocho Pro", la que armaron en la familia.
Jacqueline también se sorprende con historias que sólo el animador conocía, y donde una y otra vez, quedaba en evidencia su humildad y espíritu por ayudar, algo que él explicaba por la necesidad de apoyar las iniciativas de quienes vivían en campamentos.
"Hasta el día de hoy no nos dejamos de sorprender de tanto apoyo que daba. Una señora nos contó que Carlos aceptó ir a ver a una pareja de abuelitos postrados y ciegos, sus papitos, y que cuando lo escucharon no podían más de la alegría, y así también el caso de un niño de Valparaíso, que estaba en estado vegetal, pero que cuando vio a Carlos y escuchó su voz, se descontroló", cuenta la mujer, complementando que una mujer incluso les aseguró que la alegría que les entregaba el conductor de la Festival en las mañanas ayudó a que junto a un tratamiento pudiera erradicar el cáncer de su cuerpo.
Pero esas visitas, y la presencia del animador en eventos solidarios no eran las únicas acciones sociales que realizaba. Devotos de la virgen de La Pompeya y asiduos visitantes del Cristo de Tabolango, en Limache, Carlos Alarcón y su familia siempre fueron agradecidos de la vida y compartían -lo que podían- con quienes lo necesitaban, algo que sus tres hijos ven como una enseñanza que nunca olvidarán y que replican cada vez que pueden.
Hoy la vida ya comenzó nuevamente para la familia. Por ahora, quieren complementar la tarea que comenzó su padre. En lo artístico, las esperanzas están en Lucas, quien postula a ser el próximo animador de la familia. Carlos quiere seguir junto a su madre con el rol social de su padre, al igual que Juan Pablo, quien espera darle -ahora en el cielo- el gusto a su padre de verlo titularse como abogado.
La vida sigue y los Alarcón Quinteros lo tienen claro.
Por ahora, sólo quieren mantener vivo el legado de su padre, y seguir dándole a quienes lo necesitan esa mano amiga que nunca les negó Carlos "Superocho" Alarcón.