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Sabella y sus fantasmas

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Es tan raro cuando por fin sucede algo que imaginamos meses, años. Momentos que han sido tan anticipados, tan vistos antes de que sucedan que, cuando suceden, son por supuesto mucho más y mucho menos.

Millones de argentinos excesivos nos pasamos tantas horas estos años imaginando en el Maracaná, contra unos bosnios o serbios o algo así, a los Cuatro Magnifícos. Aunque hubieran estado, la realidad siempre habría sido menos rica que todas las variantes presentidas. Pero, además, no estaban. El técnico Sabella decidió, a último momento, cambiar todo.

¿Habrá visto algo? ¿Una revelación, aparición, fantasma? Sabella había armado por fin, hace dos años, un equipo para sostener a Messi y darle el gusto: sus datos principales eran los tres delanteros -Higuaín, Agüero, Él- y Gago en la mitad para armar juego con el 10. Con ese equipo le fue más o menos bien, se clasificó, se consolidó: era su equipo titular. Pero de pronto, dos o tres días antes, le pasó algo y decidió cambiarlo por otro, un equipo con cinco defensores, sin Higuaín, sin Gago. Dos años de trabajo, desdeñados: como si hubiera llegado anteanoche, ví la luz y subí. Alguien dijo que se asustó de pronto; yo nunca lo diría.

Fue un desastre, por suerte fue un desastre. La Argentina se tiró atrás, no manejó la pelota, fue superada por un equipo muy menor. La atacaron porque se dejó atacar; no armaba juego porque no tenía quién lo armara. Y los jugadores, se supone, habían entendido el mensaje del técnico: hay que cuidarse, muchachos, precaución ante todo.

¿Habrá visto, entonces, ese primer tiempo? Porque, a la salida del segundo, lo sabemos, Sabella volvió a parar el equipo consagrado. Tuvo, al menos, la dignidad de aceptar su error y tratar de enmendarlo. Es encomiable, no es lo que preferiríamos encomiar. En cualquier caso, el nuevo mensaje era tan otro: muchachos, jugamos a que somos nosotros los que jugamos, jugamos a que nos tengan miedo.

Funcionó. Gago supo manejar el mediocampo, Messi siguió perdiendo pelota tras pelota pero hizo una -con taco de Higuaín- perfecta, como si fuera un buen imitador del 10 del Barcelona. Ese segundo gol es la esperanza. Y lo es, sobre todo, ese rato en que la Argentina se impuso en la cancha: dominó. No fue brillante y fue solo un partido pero fue, al mismo tiempo, una lección. Suponemos que Sabella la entendió. Al fin y al cabo, él se la dio a sí mismo.

«La Argentina se tiró atrás,