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Entre la amargura del partido y San Pedro

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Me propuse ver el partido de la Selección Chilena contra Brasil en mi casa. Compré un buen pedazo de lomo, unos chorizos blancos y listo. Estaba acompañado sólo por mis dos hijos. Cuando metió el gol 'La Roja' destapé una botella de champaña y la mezclé con bebida energizante. Estaba terrible de ilusionado. En el primer tiempo prendí el fuego y empecé el asado. Lo empezamos a comer antes de los penales. Después la historia ya todos la conocemos y nuevamente quedamos en lo mismo: 'Jugamos como nunca y perdimos como siempre'. Desde que soy chico pasa eso y hay que asumirlo. Punto final del tema. Al otro día partí a la festividad de San Pedro, que me encanta. Partimos caminando desde mi casa, en el cerro San Juan de Dios, hasta la Caleta El Membrillo. La niña iba en coche y mi hijo me ayudaba a transportarla. Lo único que tomamos para apurar el tranco fue el ascensor El Peral, en el cerro Alegre. Ya junto a la procesión un hombre, disfrazado de cóndor, se acercó a saludar a mi pequeña. Ella se asustó un poco, pero no lloró y me dijo que le gustaban los ruidos de tambores. Lo estaba pasando bien, en medio de diablos, osos polares, chinas con tremendas piernas y un ambiente muy festivo y buena onda. ¡Pucha que son bonitas las niñas con sus faldas girando y mostrando la pierná porteña!

Había decidido con anterioridad almorzar en el tradicional restorán Bote Salvavidas. Pedí una mesa pegadita a las ventanas, ya que me daba miedo estar en la terraza por las sorpresas climáticas a que nos tiene sometido este invierno. Me zampé un congrio frito a lo pobre. Venía coronado con dos huevos fritos. Llegué a pasarle el pancito al plato. También me zambullí un pisco sour y un copón de vino blanco, que apenas remecieron mis alcohólicas neuronas. Mi hijo se comió un plato de tallarines con camarones y salsa blanca y la pequeña sólo se tomó un jugo de frutilla.

Volvimos a la casa felices de haber visto una fiesta tan colorida y bonita, que une la tierra con el mar y donde todos bailan y cantan con esperanzas de buena onda. La amargura de haber perdido el partido ya comenzaba a diluirse y comentábamos lo entrete que es tener tradiciones de este tipo. Juro que el próximo año me embarcó en los botes con mascarones de proa para vivir esta fiesta en el océano.

Nos quedamos dormidos, soñando con diablos y chinas buenamozas, pero de pronto un fantasma llenó la noche. ¡Era Pinilla y su maldito tiro en el travesaño!