Secciones

La historia de Daniel, un niño abandonado

Fotos: Bryan Saavedra

E-mail Compartir

El 3 de marzo de 1990, Juana Zamora Rojas da luz a su último hijo: Daniel David Pastén Zamora. Con él son siete. Su padre, Pascual Pastén, está feliz. No saben que vivirá abandonado.

A medida que Daniel crece, sus hermanos van saliendo de la casa, convertidos en padres. En el hogar quedan él y su hermana mayor, Teresa.

En el Colegio Calama, Daniel cursa cuarto básico, es querido por sus profesores, tiene buenos promedios y juega siempre de arquero. Le gusta estar solo. Es el más alto del curso.

Teresa va unos cursos más arriba. Está entrando al mundo oscuro de la calle. Hoy así lo recuerda su hermano Cristian Pastén (38), trabajador del terminal agropecuario.

-Ella siguió eso y cuando trató de enderezarse, era muy tarde. Ya estaba inmersa en el mundo de la droga, el alcohol, la prostitución -dice Cristian.

Pasa el tiempo y Teresa (15) conoce a Aníbal Castillo. Se emparejan y viven en la casa de su suegro, Jacinto Castillo.

Daniel se va del Colegio Calama. Sus compañeros no saben por qué. En la Escuela Claudio Arrau juega ajedrez. Es uno de los mejores, pero algo no calza. El sicopedagogo del recinto, Roger García, determina que Daniel tiene un leve déficit mental.

Se va a la Escuela Diferencial Loa F-33 por unos meses y luego se desconoce si volvió a la educación.

Teresa acaba de tener a su único hijo a los 18 años, Aníbal. No puede escapar de las drogas. Su familia la visita en la casa de Jacinto. Daniel se preocupa, pero no hay caso. No es posible que Teresa siga criando a su hijo. Por ello es que Jacinto decide hacerse cargo de su nieto de nueve meses.

Se separan los padres del niño. Pasa el tiempo y Teresa es violada y asfixiada por F.A.C. Su cuerpo de 19 años es encontrado el viernes 18 de febrero de 2005 en un canal de regadío de las afueras de Calama, cerca de las nueve de la mañana. Sin ropa de la cintura hacia abajo.

Según Cristian, la tarde del jueves Teresa busca dinero en la casa de sus padres. Lo encuentra, pero Daniel la sorprende. Discuten. Él la golpea. Ella, en su desesperación, sale desinteresada de la casa.

-Él se culpa de que si él no le hubiese pegado a mi hermana ese día jueves, mi hermana no salía en la noche y al otro día no amanecía muerta.

Daniel se azota la espalda en una baranda ubicada entre calle Latorre y Antofagasta, en pleno centro. No sabemos por qué lo hace. Pasan por ahí su sobrino, sus hermanos, el homicida de Teresa. Ya no es el mismo que a los 13 años.

Pascual pide justicia por la muerte de Teresa mientras Daniel, destrozado, se refugia en su madre, pero su conducta cambia drásticamente.

La familia vive en la población Independencia. El otro Daniel rompe una tele y prende fuego en su pieza con frazadas.

El otro Daniel es un sanador, conversa con Dios. Le dice a la gente que son pecadores y que se quemarán en la hoguera. Si algo le refutan, responde con un bate.

-Estuvo así casi seis meses así. Le dio una crisis muy fuerte -recuerda Cristian.

La relación entre los padres termina. Su padrastro rechaza a Daniel.

La situación empeora con el cáncer de su madre. Está postrada y Daniel no deja que una vecina vaya a cuidarla. La echa de la casa incluso a golpes.

Daniel termina en la calle. Ahí se maneja bien.

Para las elecciones del 2009, Cristian es designado como vocal de mesa, pero no puede cumplir con su deber cívico, porque su madre fallece la noche del sábado 12 de diciembre. Daniel se derrumba.

El sujeto del semáforo es de color verde. Cruzamos la calle en la esquina de Daniel. Lo miramos y seguimos en lo nuestro. Todos los días recuerda a su madre, a su hermana y a su padre, quien vive en Vicuña, IV Región.

Con el tiempo la gente ha empezado a darle ropa, comida, cervezas, cigarros y dinero.

Daniel lleva un tratamiento con fármacos por su enfermedad. Le aumentan la dosis, pero no funciona al mezclarse con alcohol. Lo sumerge en sus malos recuerdos.

No hay avance. Golpea a los médicos. Se escapa del hospital. No hay caso. Un día llega a Tocopilla a la casa de su tío Mario.

Daniel es recibido por Meri, su hermana. Un día en su hogar hay mucha basura. El otro Daniel recolecta desperdicios de sus vecinos en el patio. Le dice a su ella que los transformará en oro. Lo trasladan a la casa de Elizabeth, su otra hermana. Su casa termina llena de piedras. Daniel le dice que construye un arca. Sus hermanas no pueden más.

Avanzan los años y Daniel vive en la calle. Duerme cerca del estadio de Cobreloa. Tiene un colchón y se tapa con cartones. Durante el día transita por la Feria Modelo y la Feria Rotativa se la sabe de memoria.

La calle lo va criando y por eso la municipalidad de Calama y la gobernación deciden intervenir. Lo internan en el Hogar de Cristo. Escapa. Lo tratan en el COSAM. Se arranca. Buscan a los familiares. No están.

Daniel anda por la feria. Sucio. Se llena la cara de mondadientes, de trabas. Se mete fósforos en la oreja. Daniel viene masturbándose en la calle. Deforma su zapato por la deformación de su pie izquierdo. Camina como un pingüino mareado, con inseguridad. La gente ríe. Sienten curiosidad. Sienten pena, pero pasan de largo.

En una reunión entre las autoridades se decide internarlo por un mes en el siquiátrico del Hospital de Antofagasta. Le dan el alta médica y vuelve a Calama, al centro diurno Buena Amistad, un dispositivo de rehabilitación tipo 2, a la espera de mandarlo a un centro de larga estadía. Algo que no existe en la región.

A finales de 2012 Daniel ingresa al Buena Amistad. No cumple con el perfil por su enfermedad dual: sicosis y adicción al alcohol. Se queda igual. Su sicosis orgánica es diagnosticada por el ex siquiatra del hospital local, Ignacio Lino.

Daniel conoce a la kinesióloga Daniela Pinto en este centro. Ella se transforma en su terapeuta referente. Logran un vínculo. Él le enseña a jugar ajedrez. Ella a caminar.

En el centro de rehabilitación le ensañan hábitos básicos, trabajan su baja autoestima, pero no hay mucho avance: fármacos y alcohol otra vez. No hay una familia detrás.

Daniel se aburre de tener una vida con normas, con reglas, con otras personas. La relación con Daniela termina a fines de enero de 2013.

-Yo le preguntaba 'pero tú ves cosas' y él me decía que 'no, yo no escucho cosas ni veo a nadie, si yo no soy loco' -cuenta Daniela.

David Sebastián Vallejos tiene la edad de Daniel. Tiene esquizofrenia y lo cuida su madre en Argentina. Su padre, Juan Vallejos (65) está en Calama, tiene un acento chileno-argentino y cuida a Daniel hace tres meses en una parte de la casa que le arrienda a Jacinto. Antes ya lo había acogido por un invierno.

Juan es evangélico, dice que a Daniel lo bailan las autoridades y la familia. Ha sentido compasión por él. Entiende sus caprichos, sus (no) horarios, y lo quiere como un hijo.

La noche enfría las latas de su casa. Casi no se ve su cara. Piensa que no es humano que Daniel esté abandonado. Mira hacia atrás. Abre la puerta y Daniel está apoyado contra la pared. Nos mira desde el fondo. Su rostro refleja la pena de un niño.

Daniel levanta su cabeza, mira al techo con la boca abierta y da un suspiro. Sus ojos se humedecen. Escucha sus pensamientos, pero Juan los interrumpe para decirle que el sábado tiene que bañarse.

-Acá alguien tiene que hacerse responsable. Siquiera tramitarle una pensión para que, el día en que yo no esté, el Daniel por lo menos pueda pagarse una habitación.

La pieza de Daniel es de madera. Huele a comida, Juan entra y apaga la cocina. La cena está lista para ambos. Cierran la puerta.

Una de las últimas tardes de mayo Daniel come en su esquina. Hay viento y frío en la ciudad. Separa las papas fritas con mayonesa. Su botella de agua está a la mitad. Lo miramos. Daniel ni se inmuta. Se para. Ya son cerca de las ocho de la noche. Se va y su esquina se queda esperándolo hasta el otro día. J