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La historia del porteño que vistió de verde olivo

gustavo alvarado

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Todos los días, Sergio Ramos Espinoza sale desde su casa en la Villa Independencia, en Viña del Mar, rumbo a su trabajo en la zona de almacenamiento extraportuario en la parte alta de Valparaíso. Tiene que viajar casi una hora y media para llegar, tiempo suficiente para pensar en su familia -su esposa, las dos hijas de su primer matrimonio y los dos de su actual pareja-, en su religión -es pastor evangélico- y en sus proyectos de vida: Sergio planea volver a Valparaíso, al barrio Santa Elena donde creció, para vivir allí y fundar, a futuro, su propia iglesia.

Hasta ahí, la vida de Sergio Ramos Espinoza se parece a la de muchos chilenos. Pero las experiencias que marcan la historia personal de este hombre de talante sereno y hablar pausado bien podrían catalogarse de extraordinarias.

Sergio, guardia, pastor, padre de familia, fue en su pasado un chileno verde olivo, uno de aquellos compatriotas que, en los años '70 y '80, recibieron instrucción militar en Cuba y pelearon guerras ajenas en los cruentos conflictos de Centroamérica y África, siguiendo las ideologías de la época.

Hoy Sergio ha tomado distancia de aquellas ideologías que lo hicieron enfrentarse con la muerte en las guerras de Nicaragua y El Salvador. Reniega de la política, pero reconoce que su formación militar y las experiencias de la guerra dejaron huellas en su vida. Y, desde el punto de vista de su fe, piensa que los durísimos años que pasó en las combativas junglas de Centroamérica fueron algo así como pruebas que Dios puso en su vida.

Tras el golpe de estado de 1973, muchos chilenos llegaron a Cuba para recibir instrucción militar en la isla. La idea que los impulsaba era retornar en algún momento al país y comandar una insurrección para derrocar a la junta de gobierno comandada por Pinochet. El propio Fidel Castro alentó esta idea, convocando a los jóvenes de izquierda chilenos a formarse en las Fuerzas Armadas Revolucionarias Cubanas (FAR).

Algunos de estos jóvenes habían llegado a la isla antes del golpe; otros arribaron en los meses y años posteriores, varios de ellos provenientes del exilio.

Se formaron en los centros de instrucción militar de la isla, bajo las órdenes de oficiales cubanos y vistiendo el clásico uniforme verde olivo. Sin embargo, la idea de retornar a combatir en Chile se fue diluyendo en el tiempo y gran parte de ellos terminó peleando en conflictos en países africanos y centroamericanos, donde Castro buscaba consolidar su influencia.

'Muchos compatriotas jóvenes, militantes de partidos de izquierda, ingresaron entonces voluntariamente a las FAR cubanas, se hicieron oficiales y combatieron en guerras de Centroamérica y África. Suponían tal vez que esa experiencia en los trópicos les serviría más tarde para tomar el poder en Chile. Algunos cayeron en tierras lejanas, otros decidieron olvidar para siempre ese pasado y hay quienes realizaron acciones armadas y terroristas en el país. Todos ellos son piezas de un sorprendente y vasto plan, fraguado por políticos que fracasó. Éste significó frustraciones y también sangre, y del cual la mayoría de los chilenos no sabe nada', escribiría sobre el tema el narrador y ex ministro de Cultura, Roberto Ampuero.

Sergio Ramos fue uno de estos muchachos. Pero no llegó al ejército cubano por sus ideas políticas sino más bien por su deseo de ser un militar.

En 1974, con 14 años, Sergio, sus padres y sus dos hermanos partieron a Suecia. Sus padres profesaban ideas políticas de izquierda, pero él era sólo un adolescente trasplantado a un mundo muy distinto al de su querido barrio Santa Elena. 'A esa edad yo no sabía lo que quería, no tenía una orientación clara ni me interesaba la política. Yo quería estudiar algo, pasarlo bien…', recuerda.

La adaptación a la escuela, el idioma y la cultura fue difícil, pero el adolescente encontró su espacio en la práctica de disciplinas físicas. 'Lo que siempre me gustó a mí fue el deporte de contacto: combate, boxeo y todo eso. Desde niño me ha gustado. Así es que me puse a entrenar allá y eso prácticamente me absorbía', relata.

Precisamente su pasión por el combate lo convenció para aceptar la propuesta que un día le hicieron en el gimnasio donde entrenaba. 'Allí había jóvenes que tenían esa orientación política... Ellos me vieron y me captaron. Me ofrecieron si quería hacer una formación militar afuera. Y yo, como pollito nuevo, acepté', cuenta.

No pasó mucho tiempo hasta que Sergio Ramos abandonó Suecia, junto a otros dos chilenos, con rumbo a Cuba. Tenía 18 años y salió sin revelar a sus padres su intención. 'Yo estaba nervioso, expectante; era algo bastante serio, pero estaba contento pues sabía a lo que iba', confiesa.

Durante unos tres años, recibió entrenamiento militar en la Isla de la Juventud y adoctrinamiento político marxista. Apenas se graduó como suboficial, con la especialidad de artillería terrestre, el porteño y otros de su generación recibieron su primera misión. 'Nos dijeron: ahora se van a Nicaragua, van a estar allí un año, en zona de guerra. Si salen con vida, van a seguir tomando nuevos destinos', cuenta.

Por aquellos años, Nicaragua vivía la revolución sandinista, apoyada por Cuba. El país estaba dividido en seis zonas de guerra y a una de esas áreas fue destinado Ramos.

'Éramos varios, más de quince chilenos, y nos repartieron en distintas compañías. El primer día me dieron unas tabletas, porque había muchas picaduras de bichos que transmiten enfermedades. Ese día partimos por la tarde, caminamos como cuatro o cinco horas. Otros días empezábamos a caminar desde que el sol salía hasta que se escondía', recuerda Sergio.

Cargados con sus fusiles HK 47 Kalashnikov, corvo, granadas, yatagán y una pistola Makarov 9 mm, los soldados recorrían pantanos y terrenos escarpados bajo el húmedo calor, en busca de reductos enemigos. En una de esas jornadas, un insecto picó a Sergio y un compañero debió rajar su pierna con un cuchillo, sin anestesia, para extraer la infección. Otro día, se perdió en la jungla y pensó que moriría en manos de la Contra.

'En el tiempo en que estuve en Nicaragua, no combatí mucho, ya habían arrasado prácticamente con la Contra. Gracias a Dios no fui herido en combate, pero muchos chilenos murieron ahí. Vi muchos heridos, muertos por los enfrentamientos…', relata.

Exhausto, pero ileso, completó su año en Nicaragua, sin saber bien cuál sería su siguiente misión: 'Cuando se me cumplió el año, nos sacaron en camiones. Yo dije 'me voy, ya no quiero más guerra', literalmente... Pero no salimos de Nicaragua. Ellos fueron selectivos. Se nos planteó la misión posterior que era ir a otro país. Lo que venía era peor: al lado de eso, Nicaragua fue un paseo'.

La incursión en tierras salvadoreñas fue en muchos sentidos distinta. Allí, Sergio Ramos y los demás militares entrenados en Cuba librarían una guerra de guerrillas en contra del ejército regular de El Salvador, país conocido por sus temidos 'boinas rojas'.

Cuando Ramos cruzó la frontera, había unos doce chilenos en el grupo. 'Llegamos por tierra, en buses. Pero era algo mucho más clandestino. Yo iba de civil, con una identidad falsa. Me llamaba Daniel Durán Pacheco', relata el porteño.

Tras cruzar la frontera de El Salvador, un contacto los llevó hasta un campamento, donde había hombres de distinta procedencia. Muchos combatían en uniforme, pero no era reglamentario. Las unidades eran más pequeñas y se movían constantemente de lugar. En lo táctico, la lucha era desigual: la guerrilla peleaba contra un ejército profesional, dotado de helicópteros y aviones. Pero en la preparación y el armamento, dice Ramos, estaban mano a mano. 'Teníamos un armamento espectacular, fusiles HK 47, AK 47, M 16, HK chinas y yo anduve incluso con un fusil francotirador, el Dragonov, ruso', recuerda.

En El Salvador, este porteño se enfrentó cara a cara con la muerte. Vio gente caer en combate, participó de ajusticiamientos y él mismo estuvo a punto de morir en dos ocasiones. Por milagro, dice, está vivo aún.

'Ahí fue muchos más arduo, vi más muerte y lo digo con arrepentimiento, me tocó participar en ajusticiamientos. En el primer ajusticiamiento yo no participé en la ejecución de la persona pero vi cómo lo interrogaban…', relata. 'El segundo fue en la ciudad', continúa. 'Nos dijeron que teníamos que ir a tal lugar a buscar a unas personas. Íbamos en formación de fila, yo iba adelante. Sacamos a cuatro personas, a todos las ajusticiaron menos a uno, que lo dejaron ir. A mí me tocó ajusticiar a uno, nunca me había tocado hacer algo así… Él fue muy valiente... Estaba amarrado. Lo empujaron y cuando cayó me dijeron 'dale' y yo le puse el AK en un costado…'.

Sergio Ramos pensó que iba a morir en tierras salvadoreñas. En el año en que estuvo en ese país, participó en al menos veinte combates directos, con los enemigos a cincuenta metros de distancia.

Recuerda como una traumática pesadilla los momentos en que, arrimados contra la ladera de una quebrada, él y sus compañeros trataban de permanecer quietos, mientras las balas de las ametralladoras punto 50 o las M60 eléctricas descargaban sus ráfagas desde los helicópteros que los seguían.

En dos ocasiones, Sergio salvó de la muerte por razones que sólo años después se explicaría. Un día, entró sin saberlo a un campo minado. 'Eran minas de pateo, unas cajitas de madera que se ponen a ras de suelo y no se notan. Usted pone el pie, hace contacto y explota. Esas minas despedazaban, volaban la mitad del cuerpo, eran muertes horribles… Yo sentí algo bajo mi pie y no supe qué hacer, me quedé en blanco, así es que sólo salí caminando en forma normal… Mis compañeros quedaron atónitos, no podían entender cómo salí caminado', relata.

La segunda cita con la muerte ocurrió de noche, cuando Ramos dormía en un refugio similar a una trinchera. 'Yo estaba tratando de descansar un poco y de pronto sentí cómo un proyectil salió del mortero… lo escuché cómo venía rompiendo el aire y cómo cayó a dos metros de mi cabeza y… se enterró en la tierra y no explotó. Ese proyectil me habría reventado', cuenta.

Por esos días, Sergio Ramos no creía en Dios. Sólo años después, ya conectado con su fe, supo que esos episodios fueron parte de un plan mayor: 'Yo entiendo hoy día que fue injerencia de Dios, el Señor tuvo misericordia y en ese momento me protegió. Yo debería estar muerto…'.

Durante ese año en El Salvador, muchas veces se quebró y sintió miedo de morir. 'Cuando nos dijeron que nos iban a sacar, me volvió el alma al cuerpo', confiesa el porteño.

Al término de su misión, lo trasladaron de vuelta a Cuba, pero no volvió a vestir el uniforme verde olivo. Joven aún, se enamoró y se fue a vivir con la familia de su novia. El retorno a la vida de civil no fue fácil: dormía a saltos y todas las noches lo acosaban las pesadillas sobre la guerra. Tuvo sueños extraños, casi místicos, e incluso recurrió a la santería y el ocultismo para tratar de librarse de los demonios que lo acechaban tras sus experiencias.

Al cabo de un año, sus padres le mandaron pasajes para que retornara a Suecia. Allí se reencontró con su familia, pero también conoció a Dios. En parte sanó de sus heridas internas y entendió muchas de las cosas por las que atravesó.

'Las cosas no pasan por pasar, yo ahora entiendo que el Señor me puso en eso por algo. Yo todavía me acuerdo porque son experiencias que no se olvidan, pero no es como antes. Lo que más me preocupa ahora son los asuntos del Señor, he tenido experiencias hermosas con Dios. Dios restaura', afirma con convicción.

Hace un año, Sergio Ramos retornó a Chile. Se ordenó pastor y espera algún día tener su propio ministerio. De su vida en el primer mundo, no se trajo nada material. Es un hombre humilde, vive en un toma, viaja todos los días una hora y media para llegar a su trabajo y se gana la vida como guardia. De sus años verde olivo, tampoco se trajo mucho: reniega de la política y de las ideologías, y sólo rescata lo que le dio su formación militar.

El ex combatiente porteño hoy sólo quiere volver a Valparaíso y servir a Dios. J