A la hermosa Adelaida Loyer Green
Podría escribir en esta ocasión de muchos carretes que han pasado por mi cuerpo en los últimos días y que me han dejado bastante dañado neuronal y físicamente.
Me fui a meter al concierto de Jorge González, en el Teatro Municipal de Valparaíso, donde me bebí hasta una botella de champaña escuchando al ex líder de Los Prisioneros. Al otro día me fui a Rockout, en las piscinas Broadway, en la ruta 68, donde bailé como mono con Los Morton y Devo. Sin tener descanso, me fui a Horcón, a despedir el año con los apoderados del curso de mi hijo mayor, donde bebí un exquisito mojito y seguí dándole a la champaña.
De todo eso podría escribir y relatarles las alcohólicas aventuras que me pasaron. Sin embargo, he decidido hablarles sobre una hermosa y delicada obra de teatro que tuve la oportunidad de ver en una sesión privada, llena de amistad, cariño y mucha buena onda.
Adelaida Loyer, la creadora de la obra, me invitó a su hermosa casa, ubicada en los altos de la plaza Birsmarck. Mientras preparaban el espectáculo, mi hija se dedicó a saltar en esas camas elásticas, que actúan para los ojos de los niños como un poderoso imán.
La obra, de títeres, marionetas y sombras, se llama "Travesía por otros mundos" y cuenta la historia de dos hermanos porteños que se quieren mucho, pero que la tragedia, tan común en esta ciudad, les cambia radicalmente su destino. El niño, encumbrando su volantín, se cae al mar y desaparece para siempre. Su hermana, junto a un luminoso gato, van a buscarlo a un mundo paralelo.
La obra está construida en una escenografía que se mueve y va mutando según la trama. Todo está lleno de luces, con detalles muy delicados: el mar, el ascensor, los ojos del gato, el barco con las calaveras mexicanas.
Mi hija veía una obra de teatro por primera vez. Con sus dos años a cuesta me pregunto: ¿que va a pasar aquí? Se me ocurrió decirle que saldría una niña como "la doctora juguetes" (un programa infantil de TV). Cada cinco minutos gritaba a todo pulmón: ¿y cuando sale la doctora juguetes?, provocando la risa de los asistentes.
Adelaida y su equipo realizaron una pequeña joya, y en varias ocasiones miré el rostro de mi hija, que se iluminaba cuando aparecía el gato y otros personajes. A mí los ojos se me llenaban de agua y una emoción me recorría el cuerpo, mucho más fuerte que cualquier alcohol o droga que haya tomado.
Cuando terminó la obra fui a saludar a la hermosa Adelaida Loyer, quien también lloraba de emoción. Aprovechamos de cantarle el cumpleaños feliz a Fresa Parra (la hija del gran Eduardo Parra, de Los Jaivas), quien también estaba en la obra.
Me retiré feliz y contento de haber participado de un acto tan potente en emoción y cariño, donde todos los presentes eran personas buenas, amables, llenos de optimismo por tratar de convertir este mundo en algo mejor.
¡Queremos más obras, Adelaida!