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Entusiastas jóvenes se unen a la pasión por los cupcakes y las decoraciones personalizadas

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Matías y Paloma no solo son pololos, sino que también ambos están unidos por su pasión por el rock, y también por los cupcakes. Durante el día, ella trabaja como laboratorista dental y él estudia Nutrición, pero al caer la noche se transforman en grandes pasteleros especializados en estos populares quequitos.

"Ninguno de nosotros ha entrado a una sala a estudiar repostería, ni nada parecido. Todo comenzó hace un año, para mi cumpleaños", dice Matías Alarcón, alumno de la Universidad Católica penquista.

Fue en esa oportunidad cuando Paloma decide sorprenderlo con un par de cupcakes. Aquellos pasteles fueron no sólo la sensación de la fiesta, sino también el inicio de una hermosa historia hoy llamada "Cupcakes & Rock".

"A todos les gustaron. Ahí nos dimos cuenta que la Palo (su polola) tenía harto potencial para crear diseños. En una conversación le pregunté: ¿Amor, y si los vendemos para tener platita para nuestras vacaciones y nuestros gastos", relata.

Es así como de a poco les fue picando el bichito, hasta que un día, pusieron todas las cartas sobre la mesa y decidieron lanzarse con todo en el camino de la repostería. "Por mi carrera, igual le pego algo a la cocina. Entonces, decidimos compartir la pega. Yo me dedicaba al tema de las preparaciones y ella se preocupaba de los monitos y todo lo que era la decoración", comenta el estudiante.

Aquella decisión, que surgió tras una taza de café, no fue nada de fácil. No querían realizar pasteles como cualquier otro. Debían ser especiales, debían tener algún detalle que los caracterizara. El desafío era grande. "Queríamos que nuestras creaciones fueran únicas. Que la gente las viera y se acordara de nosotros", relata Matías, añadiendo que "le pusimos Cupcake & Rock, a nuestro proyecto y tuvimos mucha suerte, porque desde un principio nos fue muy bien (...) Nosotros entregamos productos muy personalizados a bajo precio y eso la gente lo aprecia", explica.

Se reinventó

Otra de los jóvenes penquistas que decidió apostar por el rubro de los pastelillos decorados fue Ellen Navarrete, quien hace un poco más de un año, dejó su puesto de supervisora por su gran pasión: la repostería. "Un día mi hija comenzó a mirar los programas gringos, donde realizaban competencias de cupcakes y me dijo que hiciéramos en la casa para probar", relata.

En ese momento, la joven madre no tenía idea de cómo se preparaba este tipo de producto. Tuvo que acudir a la receta de una reconocida pastelera española para comenzar a probar su mano en la cocina. "Los primeros que realicé los hice para mi cumpleaños. Fueron hartos, pero nadie de mi familia los quiso comer, porque estaban un poco feítos", señala entre sonrisas.

Pese a la poca recepción que tuvieron sus pasteles, no pudo botarlos a la basura. Es que fueron arduas horas de mezcla y de decoración. Por eso, al día siguiente, los llevó hasta su trabajo y los compartió con sus compañeros de pega. "Se los regalé en el desayuno. Esa fue la mejor decisión que tuve. A mis colegas les encantaron y unos cuantos me preguntaron si hacía para vender. Les dije que no en un principio, pero fue tanta la insistencia, que finalmente, acepté. Ese día me di cuenta que podía ser un potencial negocio", expresa.

Aquella situación se transformó en el puntapié inicial para que esta mujer comenzara nuevos desafíos. "Poco después me despidieron de la empresa en donde trabajaba y la verdad es que poco me afectó, porque ya estaba pensando en dejar mi trabajo. La preparación de los cupcakes me quitaba harto tiempo, pero igual lo seguía haciendo porque me dejaba buenas lucas", relata.

Ya a tiempo completo dedicada a esto, los pedidos fueron aumentando progresivamente. Su día más difícil ocurrió el 13 de febrero pasado, cuando tuvo que cocinar 500 pasteles para una celebración de San Valentín. "Contraté a mi mamá y a un par de primas para que me ayudaran. No tengo cocina industrial, ni nada de eso todavía. Además, me gusta entregar mis productos fresquitos, por eso fue todo complicado. No dormí en 27 horas. Ese día lloré, la pasé mal y me dolió mucho la cabeza, sin embargo, igual hice la entrega. Aunque me prometí, que nunca más aceptaría un pedido así", sostiene.

Hermanas

A diferencia de Ellen, las hermanas María Jesús y María José Martínez antes de empezar en el mundo de los cupcakes tenían conocimientos referentes a la pastelería. "Mi hermana es fonoaudióloga y yo estaba decidiendo mi futuro en la U. Ambas siempre hemos sido apasionadas por la cocina", expresa María Jesús.

La idea de crear la empresa llamada "Amélie Cupcakes", surgió de la menor de ellas. "Me fui a vivir con mi hermana y le comenté lo que tenía pensado. A ella le fascinó, puso el capital y nos embarcamos con todo", sostiene.

"Al principio comenzamos con pedidos pequeños que nos hacían nuestros familiares. Después se fue corriendo la voz y más personas llegaron consultando por nuestros productos", agrega.

Pese a que lleva un año en el área, la experiencia para estas jóvenes penquistas ha sido maravillosa. "Mi hermana me ayuda cuando puede, porque tiene un trabajo estable. Por ejemplo, para los pedidos que tuvimos estos días, trabajó conmigo a full. No podría haberlos terminado sola. Ella lo ve como un hobby, pero yo no. En un futuro quiero dedicarme a la pastelería, tener un local y vivir de esto", afirma María Jesús.

Emprendedora

Denisse Pineda, sin duda, es la que tiene más experiencia en lo que respecta a los cupcakes, ya que es profesional en el área y toda su vida se ha dedicado a la pastelería. Su pasión por los pasteles y las tortas surgió cuando tenía sólo 17 años.

"Quedé embarazada y necesitaba hacer algo que me ayudara a tener ingresos. Quería independizarme, por eso comencé a realizar galletas", relata.

Con el paso del tiempo, vio que sus productos tenían muy buena recepción, por eso pensó que sería bueno estudiar cocina para profesionalizar su trabajo. "Un tiempo probé en otras áreas, pero me quedé en la pastelería. Esto es lo que mejor sé hacer y lo que más me encanta", sostiene.

Su éxito fue tan rotundo que decidió instalarse con un local en pleno centro de Concepción. No obstante, por circunstancias del destino, tuvo que cerrarlo a fines del año pasado. "Es un tema que me causa mucho dolor. No me gusta hablar de aquello", sostiene.

Aparte de trabajar en su taller de cocina ubicado en Los Huertos Familiares de San Pedro de la Paz, también se desempeña como profesora en un reconocido restorán local.

"Me encanta enseñar lo que sé a mis alumnos. Eso me llena el corazón. También me gusta harto que a mi segunda hija, le apasione tanto como a mí la cocina.

Ella fue quien me dijo que sería bueno realizar cupcakes. Los comenzamos a preparar en uno de sus cumpleaños y desde ese día, no he parado de hornearlos", señala con profundo orgullo. J