El maestro Marsalis
¿Cuántas veces salimos extasiados de un concierto, aún con la adrenalina de la música resonando en la piel, en el corazón o la mente? La calentura y emocionalidad del momento sin duda habrían opacado un juicio más sereno y quizás más profundo del espectáculo que nos ofreció el sábado la Lincoln Center Jazz Orchestra bajo la insoslayable dirección del gran Wynton Marsalis en el Teatro Municipal de Santiago.
En primer lugar, constatar que la calidad y la excelencia como siempre deben ir vestidas con el ropaje de la modestia, aunque también con una profunda vocación de trabajo ¿cuántas horas de ensayo, cuánto conocimiento de música y de su historia, cuánto talento y virtuosismo al servicio de un mensaje, de una idea o de un sentimiento? Lo del concierto del sábado fue sin duda la conexión mágica entre un grupo de hombres virtuosos conocedores de un ethos y absolutamente comprometidos amorosamente con su misión de recorrer la vastedad de la música del S. XX de este lado del Atlántico. Si el 19 fue el siglo de los Beethoven, Wagner y Debussy el 20 lo es de Jelly Roll Morton, Duke Ellington, John Coltrane o Thelonious Monk, y lo que hace Marsalis, casi como si estuviera frente a un grupo de alumnos en una sala de clases, es pasearnos por toda esa música desde su propia mirada, con sus arreglos, con sus énfasis, con su trompeta satinada y con su magistral dirección
Rodrigo Reyes Sangermani.