Autodisciplina
Mi hijo llega con su libreta de notas y tiene promedio 6.1. Lo felicito y lo invito a cenar a donde el escoja: "Quiero ir al Malandrino", me dice con seguridad y partimos al cerro Alegre para comer esas exquisiteces que venden en ese ya tradicional restorán porteño.
Nos acompañó mi novia, quien se pidió una lasaña de berenjenas, que debe ser uno de los platos más ricos que he comido en el último tiempo. Es de esas masas que se diluyen en la boca en forma suave y tibia y que al mezclarse con un vaso de vino hacen pensar que la vida es un milagro, una maravilla. Nosotros comimos una pizza y una provoleta. Todo espectacular. Mi hijo se tomó una limonada, mientras nosotros nos bajábamos un reserva Apalta Carmenere, que fue como fuegos artificiales neuronales
Pienso en cómo mi hijo se saca un 6.1, en primero medio, y yo no lo superviso en nada. No me meto en sus tareas, no sé cuándo estudia, ni sé cuándo tiene sus pruebas. pero así y todo llega con un muy buen promedio de notas.
Siento que él tiene algo que yo nunca he tenido: autodisciplina. Esa capacidad de hacer las cosas sin tener ninguna presión, sólo sabiendo que está haciendo algo correcto.
Creo que si habría cultivado la autodisciplina no sería tan curadito. Creo que esa extraña obsesión de tomar hasta quedar borracho tiene estricta relación con el control.
Podría echarle la culpa a mi personalidad adictiva (que al parecer es genética), pero eso sería "quitarle el poto a la jeringa". La cuestión es que desde chico fui siempre desordenado, bueno para la talla desubicada, gritón y no muy brillante en mis estudios. Sólo estudiaba lo que me gustaba, lo demás lo pasaba copiando o simplemente me bancaba el rojo en la libreta de notas.
Después, ya en la universidad, me pasaron el botellón y en tres segundos lo tenía seco y andaba juntando las monedas para comprar otro litro cervecero.
A mis 45 años pedirme autodisciplina es tarea perdida. Debo aprender a convivir con mis desordenes mentales y mi vida, que siempre está pendiendo de un equilibrio precario, donde la palabra estabilidad no tiene mucha cabida ni importancia.
Sólo me queda admirar a mi hijo, que todos los días está haciendo sus tareas, abriendo sus libros, sin que nadie lo obligue. Es mi nuevo héroe personal.