Un simple gesto como meterse la mano en el bolsillo, bastó para que quedara la grande en un gimnasio de la calle Etchevers en Viña del Mar. Todo comenzó el viernes, cuando el jefe de Christopher Undurraga, de 30 años, lo vio a través de las cámaras de seguridad guardándose algo. "Pero yo no me estaba robando nada. El gesto lo hago como 20 veces al día, pero yo no soy ladrón, lo juro", se defiende Christopher, que ha querido compartir su historia con La Estrella.
Sin embargo, el jefe no le creyó, ni aún cuando quiso demostrarlo. "Cuando me dijo lo del robo yo quedé muy mal e inmediatamente le dije que fuéramos juntos a cuadrar la caja para probar mi inocencia. Pero él se negó y no quiso hacerlo. Yo le dije que todo era un montaje para despedirme y él me decía que no, que yo andaba robando", relata Christopher.
El joven, que se desempañaba como administrador del gimnasio hace un año, indica que al llegar a su hogar en Forestal siguió insistiéndole a su jefe por Whatsapp porque no quería que las cosas quedaran así. "Le escribí harto rato repitiéndole que no había robado nada, que viera la caja, que incluso en la pega había ido a los bancos a buscar dinero y nunca le había fallado. Le recordé también que era el único que siempre le cuadraba la caja, pero no me pescó. Entonces le dije que iría a la Inspección del Trabajo a denunciarlo", explica.
"Conversemos"
Al día siguiente, el jefe le vuelve a escribir por Whatsapp pidiéndole disculpas. "Me dijo 'perro, disculpa, revisé la caja y estaba todo. Fue un error... acá está la embarrada en el gimnasio, conversemos mañana'. Yo aún estaba dolido, pero accedí", dice Christopher.
El domingo en la tarde, a eso de las 20.22 horas, el joven recibe una llamada. Era su jefe que le avisaba que estaba afuera de su casa. "Siempre me pasaba a buscar, así que salí porque la idea era ir a comer y conversar sobre el tema. Pero las cosas se pusieron raras cuando llegamos a Simón Bolívar con Álvares y se encontró con un supuesto conocido en un paradero. Ahí él le habló y le preguntó si lo llevaba y lo subió a su auto Ford K de tres puertas. Yo me corrí para atrás y quedé encerrado", explica Undurraga, consternado.
A medida que el vehículo fue circulando por las calles céntricas de la ciudad, Christopher comenzó a sospechar que pasaba algo extraño. "Me empecé a preocupar porque el tipo que se había subido tenía pinta de malo. Y cuando llegamos a Quinta con Arlegui, me empezaron a pegar y amenazar de muerte. Además me quitaron el celular para borrar todas las conversaciones que había tenido con el dueño del gimnasio, no querían dejar evidencias. De ahí nos metimos al estero", detalla el secuestrado.
Secuestrado
En el estero, Christopher recibió más golpes y amenazas. "El jefe me decía que había estado en la cana de Suecia y que me iba a matar, pero yo le imploraba que por favor no me siguieran pegando porque hace dos semanas me habían operado de una hernia y tenía las heridas. Ahí como que se calmaban un poco, pero yo estaba mal", afirma el viñamarino.
Como los tipos no supieron cómo borrar las conversaciones, le obligaron a la víctima que lo hiciera. "No sabían cómo se hacía y me dijeron que yo las borrara. Después me pegaron de nuevo, le sacaron el chip al celular y me tiraron abajo del auto andando en la calle Quillota, donde hay una tienda de pesca. Ahí tirado intentaron pasarme el auto encima y si no me corro, otra sería la historia", advierte.
Cuando sus agresores se fueron del lugar, Christopher buscó una comisaría. "Como pude llegué a la que está ubicada en Forestal, pero sin exagerar tuve que hacerlo gateando porque ya no daba más del dolor. Lo triste es que tampoco Carabineros me tomó en cuenta, se rieron de mí y me dijeron que estaba drogado. De ahí me fui arrastrando a mi casa", comenta apenado.
Christopher llega a su casa con el celular en su poder. Ahí se da cuenta que pese a que le sacaron el chip, puede agarrar la señal Wifi. Se comunica con sus familiares quienes lo acompañan a hacer la denuncia. "Carabineros ahí me toma en cuenta, me toman la denuncia, me llevan a constatar lesiones al hospital, pero el fiscal de turno no le dio la orden a la SIP para que investigara pese a que di todos los detalles y nombres. Al final todo quedó en una denuncia a la espera de ser citado en tribunal siendo que me acusaron de un robo que no cometí, me golpearon, me secuestraron y además casi me quisieron matar atropellándome", lamentó. J