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Libro rescata el legado de la "Generación Porteña"

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Afines de los años '20, un hecho que ha pasado desapercibido en la historia del arte en Chile sienta las bases de lo que, más tarde, sería conocido como la Generación Porteña de la pintura. Celia Castro, considerada la primera pintora profesional en Chile, regresa de Europa y se instala en Valparaíso.

En su pequeño taller, Celia Castro -abuela del ex Presidente Salvador Allende- recibe a jóvenes artistas porteños, sin recursos económicos ni escuela, quienes en las décadas subsiguientes darían forma a un movimiento artístico de características únicas, pero poco conocido en la historia del arte chileno.

Roko Matjasic, Carlos Lundstedt, Chela Lira, René Tornero, Jim Mendoza, René Quevedo y Manuel "Marinero" Araos forman parte de este grupo de artistas denominado la Generación Porteña. Poseen características en común: la mayoría de ellos tiene un origen humilde o una situación económica precaria, que les obliga a trabajar en oficios menores para mantenerse. Otros han llegado a Valparaíso como inmigrantes. Ninguno ha estado sentado a la mesa de la fama, la academia o los círculos artísticos de la capital.

Durante tres décadas -entre el '30 y el '60, aunque algunos sobrevivieron a esa fecha-, estos artistas pintaron afanosamente Valparaíso: sus cerros, la febril actividad en la orilla, los oficios en los barrios, la bohemia, los personajes extraviados en la urbe porteña.

Pese a la intensa actividad del grupo, tras la muerte de sus integrantes el legado de la Generación Porteña se desvanece. Apenas un puñado de sus obras fueron conservadas en museos y debieron pasar décadas antes de que recién se esbozara una definición.

Gracias a un trabajo de campo de más de dos años, los investigadores Carlos Lastarria Hermosilla, crítico de arte y curador del Museo de Bellas Artes de Valparaíso, y Marcela Küpfer, periodista y directora de este medio, lograron reconstruir parte importante de la historia de estos artistas y registrar algunas de sus obras, poco conocidas para el público, pues la mayor parte de ellas se encuentra en colecciones privadas.

El resultado de este trabajo es el libro "La Generación Porteña", que será lanzado el próximo jueves 29 de octubre, a las 18.45 horas, en la sala Rubén Darío de la Dirección de Extensión de la Universidad de Valparaíso, ubicada en Blanco 1113.

RESCATE

El libro, dividido en ocho capítulos, reproduce un número importante de obras de los artistas de la Generación Porteña, así como los hechos principales de sus biografías, que marcaron profundamente sus respectivos legados.

"En gran medida, este libro busca ser un rescate del legado de los pintores de la Generación Porteña, ignorado por la historia del arte. También buscamos acercar al público una obra prácticamente desconocida", apuntan sus autores.

La publicación del libro "La Generación Porteña" fue financiada por el Fondo Nacional del Libro y la Lectura 2015, a través de la modalidad de apoyo a ediciones. J

El malestar eterno

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En una sociedad donde las malas noticias se multiplican incesantes, no resulta extraño encontrar a los disconformes del sistema, aquellos que no soportan las grietas y buscan el falso consuelo que más allá, lejano en el horizonte, hay un mejor lugar esperando por ellos. Somos de ningún lugar, novela de la copiapina Claudia Latorre, ahonda en el malestar de Gabriel, un joven acomodado que huye de su casa atormentado por un entorno que no soporta, una nausea constante y donde la negatividad del mundo acaba como excusa para exteriorizar su propia negatividad. Donde utiliza su indignación con el mundo como excusa para justificar su naciente carrera de ladrón. Resulta interesante que se busque con ahínco en el exterior los signos que permitan justificar las propias perversiones. La clásica sentencia: "el ladrón cree que todos son de su condición". Queda por preguntarse donde se encuentra la cura para la amargura del protagonista. La autora no parece interesada en encontrarla y el devenir de Gabriel es desagradable y egocéntrico hasta el final. Como diría el Doctor House: "la gente no cambia". Pero, ¿es posible que la conducta de un hombre de un giro radical de un día para otro? Que, por ejemplo, alguien que por años ha asaltado, ha robado a la gente, decida dejar de hacerlo. Que se diga a sí mismo: "ya he hecho suficiente daño, es tiempo de cambiar". ¿No será acaso que las potencias invisibles que gobiernan el destino de un hombre le impedirán dar ese golpe de timón? Puede que la vida, como un continuo fatalismo, no de la posibilidad de un cambio en esa dirección. Que si hay un cambio es solo para ahondar en la decadencia. Eso, sin embargo, se puede contrastar con las expectativas que tiene cada uno de su propia vida, la creencia férrea e incluso desesperada que su vida si puede cambiar. Quizás lo único que resta es la espera de la epifanía, tipo San Pablo o Philip K. Dick en Valis, que la fuerza celestial literalmente te golpee y así uno pueda enderezar su vida. En la novela, sin duda que Gabriel no está interesado en cambiar. Se siente orgulloso de su destino infame que lo lleva de robar a su familia y a la gente que se cruza en su camino hasta llegar a ser un connotado carterista en Europa. No existe un querer ni razones que lo hagan enmendar los errores del pasado, un deseo honesto. Si existe, en cambio, una potente e incansable voluntad para la autodestrucción, el Tánatos del que habla Marcuse. El odio hacia si mismo como sentimiento

primordial.