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El Olivar: la tradición que le gana al tiempo

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Dicen que con los años se gana el respeto. Si lo medimos de esa forma, que no hayan grafitis ni rayados, da para creer. Que se puede.

Porque no es de exagerar que aquella fachada amarilla decimonónica de dos pisos enclavada en Victoria con Simón Bolivar, definitivamente, evoca una sacada de sombrero (clásico, de esos que presumiría tu abuelo o bisabuelo o...).

Y es que en medio de la cotidianidad porteña, Almacén El Olivar -que data de 1889 casi a la par de Santiago Wanderers- se erige como un patrimonio de esos a cuidar. Los mismos que el nuevo milenio se está encargando de bajarles cortina. Para siempre. Como a la mítica Bodega Pedro Montt Bacigalupo.

La suave voz proviene detrás del mostrador. "Tan educado él. Si hasta se llevó como regalo una virgen de plata italiana", cuenta la vendedora María Basaure, con 34 años de servicio, acerca de una de las tantas visitas ilustres a El Olivar: Marcelo "El Loco" Bielsa. "También han venido las actrices Coca Guazzini y Liliana Ross", complementa.

Unos pasos más allá, al resguardo de la impecable vidriera, asoman algunas finas porcelanas Capodimonte. Por ejemplo, una colorida frutera importada de Nápoles. También otra figura que asemeja a un animal pintado a mano.

Aquí la fama se la han ganado a pulso. Y por tradición. Tanto como para tener otra sucursal en Viña.

Nostalgia en presente

Encerrado en una lejana mina en el infernal desierto, el ingeniero Paolo Noce, dejó tirado su casco, calculadora y bototos de Codelco para enfundarse el overol comercial en Valpo. De eso hace 32 años, cuando asumió, una vez fallecido su padre, el teje y maneje de El Olivar. Junto a su tío Juan Noce -quien le enseñó los secretos del antiguo emporio-, la vena familiar genovesa pudo más y doblaron apuesta: adquirieron la propiedad en los noventa y, de paso, preservaron el legado. "A pesar de los difíciles momentos de hoy, estamos decididos a mantener el negocio. Claro, hasta donde se pueda", ahonda Paolo Noce, cuyo público objetivo son aquellos arriba de las cuatro décadas. "Gente de buen gusto, que saben de la calidad de los artículos", añade.

Aquí, aparte de las delicadas porcelanas, también llama la atención la elegante cristalería que traen de Alemania y, en antaño, de Checoslovaquia. De hecho, si se sumerge en este escaparate del pasado y tiene, digamos unos 115 mil pesitos en el bolsillo, un gallo italiano confeccionado en cristal con peltre, podría inducirlo a la tentación.

Si se inclina por la hora, en caso de disponer de mayor presupuesto, verá distinguidos relojes musicales de pared (24 distintas melodías de maquinaria japonesa). Así como un "cucú" mecánico alemán. "Funcionan impecables", asegura con orgullo su propietario.

También hay lindos productos a precios módicos, de 15 a 50 mil pesos. Incluso ollas, sartenes, lamparillas de vitral y máquinas para estirar masas ("desde hace 40 años", aclaran). Igual abarrotes (fideos, detergentes y más).

Ahora, para lucir un bar a la altura de un buen bebedor, están los italianos de madera con estaño, y no los corrientes de aluminio.

Si es fanático del deporte ciencia, en unas semanas más, podrá encontrar tableros de ajedrez hechos de madera con bronce y otros en forma de batalla, directamente importados desde Florencia. "Siempre buscamos objetos nuevos para que nuestros clientes regalen lo mejor", dice con temple Noce, quien acota que, para ellos, el valor agregado pasa por, reitera, la calidad de las piezas. "Lo que más compran es cristalería y figuras...".

Un alto en sus palabras. Paolo Noce da unos pasos sobre el piso de madera de laurel. Cada tablón sobre los que se desliza el comerciante tiene más de 70 años. No crujen, sí resplandecen, tanto como para una reflexión: "Afuera los negocios chinos florecen por todas partes y nos matan. Sí, también traemos cosas de allá. Pero hay que mantener una tradición". Y qué más ejemplificado, en carne propia: la raíz italiana, aquella de Génova.

Rebobinemos en el tiempo del blanco y negro. Valparaíso. Corría finales del siglo XIX y en las zonas aledañas al puerto se comenzaba a vivir una efervescencia comercial. Locales pululaban como aceitunas en olivos. Así, en la elegante avenida Victoria, la próspera familia Canessa puso sus fichas, junto al italiano Agustín Noce, en El Olivar. Para 1910 Agustín, se hizo de la administración del local, que ya para los años 30 y 40 del siglo pasado, se lucía con repisas que sacaban pica a establecimientos rivales, por sus finas porcelanas inglesas, cristalería Bacarat y objetos tanos de culto. "El orgullo de la colonia italiana en el puerto", recuerda el sobrino nieto de Agustín Noce.

De vuelta al hoy en color, Sandra Márquez, con 27 años de atención al cliente, concuerda con su jefe, Paolo, en que su nicho les es fiel. "Los clientes se van bien atendidos. Aconsejamos con los regalos".

Nelson, con tres años de laburo allí, anima al fotógrafo nuestro a empaparse de la historia. Suben hasta la segunda planta, justo sobre el antiguo letrero que dice: Almacén El Olivar casa establecida en 1889. El lente capta en sepia. ¡La hora se congela!