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Se atrevió a vivir sin dolor gracias a la marihuana

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La luna ilumina con intensidad las calles y el tejado de las casas que parecen peldaños de una enorme escalera, vistas desde la ventana de la cocina de Angélica (hemos cambiado su nombre para reservar su identidad), en el Cerro Alegre de Valparaíso.

Son casi las nueve de la noche y la oscuridad que le ganó el 'gallito' al día pone el ambiente propicio para que esta iquiqueña, pero ya con corazón porteño, busque alcanzar la calma, tal como las decenas de casas alcanzan la cima de los cerros. La marihuana es su aliada en esta necesaria tarea diaria: si no fumara, los salvajes malestares producto de un cáncer rectal la harían desfallecer.

Como cada tarde, Angélica prende su pito y lo hace con tal naturalidad que no necesita fósforos o encendedor, porque la llama del quemador de la cocina es suficiente. La mujer de 70 años es "directa y sincera", como ella misma se describe, de ahí que no entra en eufemismos. El pito es pito y no tiene otra forma de nombrarlo, "ni cigarrito, ni la hierbita, como algunos políticos mojigatos le llaman", como si se tratase del mismo demonio, asegura.

Pero si es tan directa para decir lo que piensa, ¿por qué no mostrar su cara?. Comenta que, la razón tiene que ver con la intolerancia que aún existe en muchas personas y el hecho de que los políticos y la legislación chilena aún no se hace cargo de una problemática que afecta a miles de personas enfermas en el país. "Temo porque no está aprobado totalmente el cultivo. Tengo a la PDI cerca de la casa, soy una persona conocida y temo a la persecución, no quiero que me molesten. Ojalá cambie ya esto y que la gente esté tranquila de que no la van a llevar presa", manifiesta.

Quince años

1999 fue el año en que la vida de Angélica cambió definitivamente. Entonces, el cáncer la sorprendió mientras ejercía como docente en colegios de Viña del Mar, trabajo que al poco tiempo tuvo que dejar para centrar sus fuerzas en su recuperación. Finalmente, nunca volvería a las aulas. De aquellos años, aún recuerda con nostalgia el contacto con los estudiantes y la alegría desbordante de la juventud. Sin embargo, "alejarme fue lo mejor para mi salud, no había otra forma", comenta. Si no lo hubiese hecho, tal vez hoy no estaría sentada contando su historia.

En ese constante transitar por hospitales, sometiéndose a exámenes y quimioterapia, Angélica se reencontró con la marihuana. En los setenta fue una de las tantas jóvenes que vio en el movimiento Hippie una vía de escape para el contexto histórico y social por el que atravesaba el país. Entonces, fumaba con un fin "creativo", como ella misma lo define. Casi treinta años después, lo hizo por la necesidad de calmar su sufrimiento físico.

Como consecuencia de la ingrata enfermedad, de la que hoy está dada de alta, padece dolores difíciles de describir y la prueba de ello son las secuelas imborrables en su cuerpo, como la ostomía -operación quirúrgica en la que se practica una abertura en la pared abdominal para dar salida a una víscera al exterior, como el tracto intestinal o uno o ambos uréteres-. "A mí me implicó que me ostomizaran de por vida. Tengo la ostomía al lado izquierdo, y la gente que la tiene al lado izquierdo nunca vuelve a recuperar el tracto; yo me voy a morir así", sentencia.

A raíz de este procedimiento, Angélica insiste en que está condenada a usar costosas prótesis, unas bolsas adherentes para ayudarle a eliminar los desechos de su cuerpo. La mujer cuenta que "en paralelo al ombligo tiene la salida del estomago, que es la salida del esófago y por ahí uno va defecando, adentro de esa bolsa plástica". Producto de la operación, también perdió parte de la vagina y el estómago fue intervenido, "me lo dieron vuelta", dice. Ahora, hasta su espalda sufre también, con el calor, el frío, el esfuerzo físico, no hay momento en que la amenaza del dolor la deje tranquila.

Tantos han sido los beneficios de la marihuana para Angélica, que reconoce que no se imagina su vida sin fumar diariamente. "Esto me inhibe el dolor", asegura mientras levanta con su mano un pito a medio quemar. También, "me entrega calidad de vida, porque sin ella sería una pobre señora en cama, con las piernas entumecidas", agrega.

Recado

El proyecto de despenalización del autocultivo de la marihuana aún sigue en tramitación, pero Angélica confía en que algún día podrá hacerle realidad su anhelo de poder tener sus propias plantas y no depender siempre de la generosidad de algunos vecinos quienes le regalan su dosis diaria. Espera que cambie la percepción del Gobierno, que llevó a incluir a la marihuana en el grupo de las llamadas drogas duras. "La sra. Bachelet es médico, pero se equivocó rotundamente al ponerla como droga dura, porque es medicinal. Me parece desafortunada su clasificación porque implica desconocimiento", señala enfáticamente.

Asimismo, le envió un recado a los parlamentarios y políticos: "den la posibilidad a la gente enferma de vivir dignamente y que tengan acceso a tener sus plantas y cultivarlas. Digan no, a los que pueden hacer de esto un negocio", finaliza decididamente. J