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Confesiones sin delantal: testimonios de trabajadoras

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Micaela Trafipan no parece cansada, pese a llegar desde lejos, de Reñaca.

Su voltaje es alto. No hay bajones, ni siquiera cuando se le consulta por su pasado, puertas adentro. "No tengo dientes de perro para comer eso. Usted me da puros huesos y sobras, me tiene muerta de hambre", lanza con la mirada fija, al recordar a una patrona chilena emparejada con un ex cura. "Esos mojigatos son los peores", dice. Estuvo dos meses con ellos, uno en un departamento en Viña del Mar, y el otro, en una casa en Santiago. "Ni a los perros lo tratan así, les puse mi renuncia".

Si se trata de canes, para ella, otro patrona de abolengo en La Dehesa, hasta le ladró: "Puede creer que primero le puso un plato de comida para que su perro lengüetiara (sic) y luego me lo da a mí. A esa le hice una demanda. ¡Por qué hay personas así!".

De raíz indígena, sus pupilas se dilatan hasta devolverla a su natal Coñaripe, en un recóndito rincón de la Décima Región. "Llegué sólo hasta tercero medio". Con 63 años a cuestas, y con el título de cocinera del Instituto Fontanar, Micaela supo sacar adelante a su dos hijos, ambos profesionales: un ingeniero magister y a un sargento de la Armada. "Me separé a los 25 años. Mi ex marido me sacaba la cresta. Tomé mis cosas y me fui". En 1978 llegó a la zona, su oficio: puertas adentro. "Antes nos trataban como esclavos, trabajábamos sobre 12 horas, ininterrumpidas. Me levantaba a las seis en punto de la mañana y me iba a la cama tipo 1 de la madrugada. Y si había fiesta, peor". Entonces, desgrana con pena: "Hubo un tiempo que sufrí mucho. Además me engañaron con las imposiciones y el sueldo. Una maldad. También tuve un patrón que me insultaba, muchísimo, hasta que un día (hace el gesto técnico) casi me golpea. Allí mismo llamé a Carabineros".

Su recomendación a las nanas jóvenes: ser avispadas y no confiar en la gente. "Nadie tiene derecho a decir que tú no vales", acota. De cerca, rememora un estremecedor caso de una colega sufrido en un barrio alto. "Un patrón drogadicto, y que ya venía con insinuaciones; al final, se la violó. Sin más. Él, ahora, no puede entrar al país". Hoy, después de remar y remar, Micaela Trafipan ancló, puertas afuera -por fin feliz, asegura- con la familia Carozzi. Para ella, los extranjeros tratan mejor a las trabajadoras domésticas que los chilenos. También, de paso, percibe 350 mil pesos. "De 8:30 a cinco de la tarde. Muy buen horario y trato. La nueva Ley nos beneficia. Y mucho".

a la interna

Es la entrada del Sindicato Interempresas de Trabajadoras de Casas Particulares de Valpo, ubicada entre Calle Valparaíso con Arlegui. Una antigua casona de dos pisos que ya en los años 50 las hacía de hogar de acogida. Hoy recibe a socias, unas 150 inscritas, de ellas, casi la nada de extranjeras. Los jueves es el día puntal de amiguis. Se cuentan todo. Se ayudan en todo.

Allí hacen diversos cursos. También toman ricas once juntas. Hay quequitos y emparedados de queso y chanchito derretido, que luego degustamos. Todo hecho por ellas. En sus manos hay trabajo. Y esfuerzo.

Se acerca a la puerta. Un pie detrás de otro, cada vez más rápido. Lucrecia Ortiz atiende en la entrada.

-Yo fui la que te contesté el teléfono el otro día -me aclara.

-Mira, en un rato. Sucede que están sacando a una socia. ¡Se la llevan en ambulancia! Pucha.

Ya dentro, la sala está iluminada, pese a la irrupción del ocaso. Hay calma. Unas sillas dan la bienvenida. Sentada, y con la pose casi de una avezada psicóloga, emite una pregunta.

-¿De qué quieren conversar?

Lucrecia Ortiz, se estira. Acomoda. De pronto, el relato se va a negro: "La patrona lo sabía. Eso no se hace. Ella me dejaba encerrada en el jardín. A veces, tardes completas. Me acusaba de robar, pero eso no era cierto. Hubo ocasiones en que amenaza con puntapiés. Creo que era bipolar", agrega, con aún la epidermis sensible, "fueron cuatro años de dolores, de soportar. Eso antes le pasaba a las huasitas de campo, como era yo", reflexiona la oriunda de San Carlos, Chillán, y que ahora labora puertas fuera, en el centro viñamarino. Empezó ganando 1500 pesos. Con eso, cuenta, adquirió un par de botas y el resto, para su familia. "Yo siempre ayudé a los míos". Hoy, después de mucho esfuerzo, por fin le salió su departamento, en el sector de Miraflores.

Con respecto a la nueva Ley 20.786, la ve como una salvación. Algo que debió salir hace mucho. "Los patrones ya están alegando por eso. Pero yo la defiendo, y mis derechos", añade, y cuyo salario está en 250 mi pesos mensuales. Su pequeño hijo Alonso, es del Everton. Sueña con enfundarse la "oro y cielo". Mientras merodea, su madre comenta: "De donde vengo, éramos 20 hermanos, no teníamos luz ni agua. Mi hermana mayor decide irse a Viña, y luego la seguí".

Lucrecia ha laborado en siete partes. En la última parada, lleva 25 años. En ese instante, un pensamiento puede más: "Nadie me va a pasar a llevar. Nunca más".

Ahora es el turno de otra voz. En ella, se percibe algo más que una gracia, se la ve animada. Es Liliana Vásquez, tesorera. Lleva poco más de cinco años como socia de Sintracap en la zona. Infla pecho y acota que además crearon su figura sindical hermana, en Concón. "Participar con tus pares siempre es bueno".

Liliana lleva treinta años casada. Su marido es de la construcción, se especializa en yeso. De joven, fue puertas adentro, en la capital. Luego, su apuesta fue la Ciudad Jardín. "Lo malo es que me cagaron con las imposiciones. Ahora que me toca el tema de la jubilación, me vino depresión. Mis patrones no me hicieron contrato. Pasó por muchos años".

Margarita lleva trabajando puertas adentro en Viña desde hace 12 años. Su contrato está regulado. "Venir al sindicato nos ayuda mucho. Esta Ley nos favorece. Antes, yo comencé en el año 65, y era complicado. Muchas compañeras sufrieron de todo. Solo disponíamos de un domingo libre al mes", rememora. A sus 64 años aún permanece soltera. Le fascina tejer y bordar. Nunca supo de hijos. Pero se siente a sus anchas en este lugar.

no afiliada

Jacqueline Pérez no pertenece a ningún sindicato. Es de Rodelillo y trabaja puertas afuera en una casona en Recreo. Está al cuidado de una señora mayor. La baña, toma la presión, sale a comprar los comestibles. Carga a sus espaldas con 15 años en este oficio, y dice haberle ido bien. Se la ve radiante. "No he tenido malas experiencias".

Trabaja de lunes a viernes, a veces 12 horas. Para Jacqueline, la nueva Ley traerá amplios beneficios. "Sobre todo en el aspecto de previsión laboral". Una última, nos dice que Olguita, quien labora puertas adentro hace muchos años allí, también está contenta con sus patrones de apellido italiano. Ya se dijo más arriba, los extranjeros tratan mejor… J