Bowie todavía no cumplía los 43 años cuando lo pudimos ver a pocos metros en un no repleto Estadio Nacional ese 27 de septiembre de 1990. Habíamos llegado temprano para acercarnos lo que más posible a la reja que divide la cancha del escenario. Entonces no había sector VIP ni cancha preferencial, todo era cancha como en las viejas pichangas de barrio. Era la primera vez, en pocos meses que tantos artistas de talla mundial pisaban la cancha del Estado Nacional, casi como un ritual de sanación.
El británico sin embargo era ajeno a esos simbolismos, lo suyo era la música, sus textos surrealistas, su vestuario luminoso y centelleante, el maquillaje transformista de un hombre del espacio, mas no de un astronauta, sino de un viajero de conciencia sicodélica. Pero ese día, Bowie vestía un pantalón oscuro y una camisa blanca que contrastaba con su pequeño chaqué negro. Se veía sobrio, quizás un poco distante, diferente a la glamorosa, colorida y extravagante puesta en escena que lo llevó a la fama en los 70.
David Bowie esa fresca noche de primavera tocó todos los éxitos esperados por el público, realizó un completo recorrido por su carrera que casi prescindió de los temas más recientes y menos conocidos. Desde la apertura con un Space Oddity que pulverizó toda molestia del público por su retraso en aparecer en el escenario hasta un bis con "Changes", un tema de los Velvet Underground y un guiño al pop sesentero con el inmortal "Gloria" de Van Morrison que cerraron un concierto único en el que Bowie si bien no mostró su tradicional impronta escénica sí su música desnuda y las ideas propias de alguien que nos miró siempre desde el espacio.
Rodrigo Reyes Sangermani.