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Las historias de los últimos triciclistas que reparten el gas

Estos trabajadores-deportistas desde hace 40 años recorren las calles de Valparaíso. Son los últimos en este oficio.
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Mirian Mondaca - La Estrella de Valparaíso

Aún el reloj no marca las nueve de la mañana y el movimiento ya es intenso en el centro de distribución de gas licuado de Lipigas de Avenida Francia con Baquedano, en Valparaíso. Junto a los camiones que salen repletos de balones directo a las casas porteñas, cuatro triciclos resaltan por su llamativo color amarillo y el carisma de sus conductores.

Son requeridos constantemente en los hogares del plan, dicen -sobretodo- por la rapidez y la atención personalizada en su servicio. "La gente nos prefiere, porque llegamos rápido a dejar el gas. Nos llaman y vamos altiro, y si quieren hasta les dejamos el gas instalado", cuenta Máximo Fuentes, el "Huaso", como es conocido también entre los triciclistas y que lleva 38 años llevando el combustible con que las dueñas de casa preparan sus exquisitos almuerzos.

Pero, la cuidadosa atención que tienen con sus clientes, no es la única razón para que sean la primera opción en el celular de muchos porteños a la hora de pensar a quien acudir cuando la llama se extingue de sus cocinas. El hecho de que estos hombres se sigan trasladando en los populares triciclos, a pesar de existir medios más modernos para hacer su trabajo, cautiva a los clientes que ven esto de manera pintoresca y como una forma de conservar la tradición de los antiguos vendedores.

Revivir la rutina que sus padres tenían cuando llegaba el gas hasta la casa, anunciado por el inconfundible sonido de la barra de hierro golpeando los balones, es un reencuentro romántico con el pasado, y los propios clientes se lo hacen saber a estos repartidores. "Esto (repartir gas en triciclo) se hace hace más de 40 años y es la única empresa que lo sigue haciendo y a la gente le gusta. A veces nos dicen que se acuerdan de cuando eran chicos o de la población donde vivían", comenta Guillermo "El Máquina" Gajardo, con 33 años como triciclista, sobre la iniciativa que tiene como objetivo de ir en línea con el carácter patrimonial de Valparaíso.

Trabajo extenuante

El trabajo es extenuante, pero no por eso la alegría está ausente de los rostros de estos hombres, que -además de su balón de gas- llegan con una sonrisa hasta los hogares de sus asiduos clientes.

La vida de esfuerzo que han tenido ha moldeado su carácter y les ha enseñado a enfrentar el día a día con un optimismo que asombra, como el caso de Roberto Garay, que a pesar de tener dificultades para comunicarse (sufre de sordera a causa de una meningitis) se las ingenia para realizar su labor sin problemas.

Con la ayuda de sus compañeros y una libreta de la que no se separa jamás, este hombre que hace 34 años llegó a la empresa, dice sentirse cómodo en este trabajo y que nunca ha pensado dejarlo. La tecnología lo ayuda bastante, ya que con un simple mensaje de texto sus clientes lo pueden contactar inmediatamente. En estas más de tres décadas nunca ha tenido un problema y asegura que ama tanto este trabajo, que trabajará como repartidor hasta el último de sus días. Además, dice sentirse orgulloso de su labor pues los repartidores en triciclo son parte de la historia de la Ciudad Puerto.

Carlos Burdiles, el "Naja", también infla el pecho cuando habla de su trabajo, hoy está feliz no sólo porque con su labor contribuye a mantener viva la tradición de los repartidores de gas en triciclo, sino que también porque gracias a su esfuerzo pudo ver cómo su hijo Erick se convirtió en el primer profesional de su familia. El mismo niño que -viéndolo como una diversión- acompañaba a su padre a repartir gas y hacía sonar los balones, ahora es tecnólogo médico en Clínica Valparaíso.

Después de conocer de cerca el duro trabajo de su padre, Erick le comentó en varias ocasiones su deseo de ser profesional, lo que finalmente consiguió hace poco más de cuatro años. "Él siempre dijo que iba a estudiar, la meta de él era ser profesional y lo consiguió gracias a su esfuerzo y el de la familia. Lo conseguimos juntos", dice este repartidor con más de 30 años pedaleando por el plan de Valparaíso.

Sólo quedan 5 de los más de 15 triciclistas que recorrían el Puerto a mediados de los setenta. El paso de los años y la modernidad ha mermado esta forma de trabajo, pero en Avenida Francia se niegan a que muera. "Somos pocos, pero buenos", dicen. Mientras tanto, sus teléfonos celulares ya suenan, en señal de que una nueva jornada por las calles porteñas está por comenzar.