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Brisca en el Puerto: antes de la última jugada

La emblemática plaza O´Higgins de Valparaíso es el escenario al natural donde avezados exponentes de las cartas y juegos de salón se reúnen, día a día, para desafiarse y compartir experiencias de vida. Un vistazo al porteño "gancho".
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Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso

Luces, dinero, limusinas, dinero, juego, dinero, más dinero... a diferencia de Las Vegas, aquí en la plaza O´Higgins en el sector del Almendral en Valparaíso, a un costado del Congreso Nacional, sólo se juega por un concepto: matar el tiempo. Y mantener un código: la amistad. No hay minas en ajustados trajes con Mojito en mano ni coloridas fichas para canjear botín en rimbombantes casinos.

Las agrietadas cartas que saltan sobre la mesa son la excusa ideal para que una nutrida cofradía de porteños, muchos de ellos ya jubilados, gocen a concho de un carrete que va de lunes a lunes (de 10 de la mañana a 8 de la noche). Porque en este lugar de esparcimiento al aire libre, cada semana y los 12 meses del año, los compadres, así se arengan, viven como si fuera el mejor día de sus existencias.

Al pisar el pasto de la plaza, erguida en 1912, primero con el nombre Plaza de Merced, y luego reinaugurada en 1966 con un monumento al libertador Bernardo O´Higgins (de allí su nombre), un fuerte aroma a hierba -de la otra- da la bienvenida.

Tras la mini reja que circunda el perímetro dispuesto para los jugadores de brisca, damas y ajedrez a contrarreloj, hay jóvenes que también se reúnen, pero algunos para otros fines, seguramente "recreativos". También deambulan "cogoteros" al acecho de incautos. Se escucha, y fuerte las bachatas de Romeo Santos. Es verano, cuatro de la tarde y el calor demanda refresco al paso.

A la interna, se aprecian cerca de 50 mesas a lo largo de unos 100 metros o más distribuidas de forma aleatoria. En torno a ellas, varios grupos, en su mayoría de cuatro integrantes de la tercera edad, que entran y salen de acuerdo a su talento con la baraja española. A los más capos en el juego, no los mueve ni Hulk de la silla plástica. Algunos parecen petrificados a sus asientos.

El escurrir de las cartas queda silenciado por la conversación. Es Alice Cooper, "el terror de las minas"… al menos así lo identifica un yunta a su costado. Alice, o más bien Jaime Beltrán, de Placeres, oculto tras sus gafas negras hace honor al rockstar yanqui gore. De paso, planea una jugada maestra. "En los naipes soy muy bueno", asegura con la barbilla altiva y pecho inflado de ganador. Cooper real estaría chocho.

Guillermo Alvarado lo desafía. El comerciante de Playa Ancha asegura venir casi todos los días porque "simplemente no tengo nada más que hacer". Esa honesta frase de Alvarado hace explotar en carcajadas a todos los integrantes de la mesa. Uno de ellos es Jesús Farías, de Las Cañas. Ante la consulta si a veces hay calenturas típicas de juego, procede a una mueca de rechazo. "Bah, todos nos llevamos muy bien. Y te lo digo yo, que llevo 12 años como socio".

Mirando cómo que no quiere la cosa, a pocos metros de ellos, José Luis Vera espera turno. Observa. No se aguanta y consulta: "¿Qué hacen ustedes acá?". Ante la respuesta, José Luis, quien vive en Santa Teresita en Barón, se deja querer como lo hacía Sampaoli con La Roja.

"Somos todos parejos. Vengo todos los días a jugar... la verdad no hay nada que hacer en la casa". Sincero de labia, se lanza con pedigrí: "Trabajé en el Muelle con la Compañía Sudamericana por 25 años. Luego todos se fueron para Quintero", rememora con la añoranza de haber dejado ese trabajo hace un lustro y la pena de estar viudo. "Tengo dos hijos bien grandes".

Guillermo Alvarado vuelve a intervenir. "Yo también tengo un hijo… que está viejo". Y es que el tiempo no pasa en vano para estos compadres ya en la cuesta abajo pero sin despegar chala del acelerador. "Esto es entretenido. Todo depende de las cartas que a uno le toquen".

Juegue

La brisca, de acuerdo a la biblia del conocimiento actual Wikipedia, es un juego de naipes de origen holandés que se juega con la baraja española. Se puede disputar de dos, de cuatro (dos parejas enfrentadas) o de seis (dos equipos de tres jugadores enfrentados). Para triunfar, un jugador debe obtener el mayor número de puntos posible, ganando las rondas.

Si nos vamos al imaginario literario, la brisca de cinco, un juego en el que se engaña y manipula a los otros jugadores, como metáfora de investigación y la propia vida, marcó al escritor italiano Marco Malvaldi. "La brisca de cinco" es su novela negra.

Otro escritor, el genial y ludópata ruso Fedor Dostoievski también sucumbió a los cantos de sirena del juego al "echarse unas manos con su gancho" en su ruta, como dirían los jugadores porteños.

Amador Bahamondes Martínez es presidente desde hace cinco años del club más numeroso de toda la plaza O´Higgins que agrupa a 40 socios: Club Brisca de la Tercera Edad.

Su rutina casi a diario en estos últimos años ha sido calcada: salir desde su hogar en la subida Santos Ossa para dirigirse hasta acá y velar por el correcto desempeño de la asociación de sus amores con registro municipal. En efecto, hay una cuota mensual de cuatro mil pesos. Con esa suma cancelan los gastos de mantención (mesas, sillas, etc) y programan paseos dos veces al año.

Este 3 de febrero será el aniversario número 12 de su institución. Pero Amador Bahamondes apunto de apagar sus 80 velitas no podrá decir las palabras de cortesía. Hoy, precisamente, es su último día al mando del club. Y por problemas de salud, la diabetes y bronquitis le están pasando factura. Por eso dará un paso al costado para que asuma otra directiva. "Esto ha sido muy lindo. Durante cinco años consecutivos me han reelegido gracias a la gestión. Es el mejor club de toda la plaza", sentencia el hombre que certifica estar contento con la vida, sus hijos y orgulloso de su esposa.

Palomas y cartas

A pesar del calor reinante, los viejos tercios siguen con su rutina. Un poco más allá, don Pedro, a secas, descansa en un taburete, sentado mientras la brisa cálida asoma a leves ráfagas. Al borde de su octava década, luce un pantalón de tela, camisa a rayas, bigote y sombrero de ala corta para "la calor".

Con un aire a lo Paul Newman en el clásico film de apuestas El Golpe, su bastón está en un rincón, lejos de los naipes… "aún hay pulso cabrito", dice. Y agrega: "No pertenezco a ningún club. Igual me gusta la brisca y el ajedrez".

Si hablamos de trayectoria, la eminencia, quien se roba los aplausos, el más grande -en todo sentido- es don Alejandro, y que hoy extrañamente no se encuentra. Quizás sus años en la Chilena de Tabacos lo volvieron humo. A sus 98 años, comentan que sigue tan lúcido como un lolo. "Un hueso duro de roer en las barajas", sostienen.

Una mujer pasa repartiendo vasitos de plástico con café. Celeste Aguayo lleva cuatro años como socia. Es de las pocas mujeres que aquí participa, juega y además vende. De Los Placeres, asegura, con pucho en mano, que la brisca es su pasión. Que de niña, a los ocho años, aprendió a jugarlo para patentar legado al resto de la familia. "En mi cerro me destacaba en el Club Deportivo Sara Brown. Una amiga me invitó acá. Yo quedé viuda en 2009, así que al tiro en 2010 me hice socia".

Entre los otros cinco clubes que se disputan socios en la O´Higgins, ella se inclinó por Club Brisca de la Tercera Edad. "Lo nuestro es más por entretención". La afirmación de doña Celeste marca una diferencia de con respecto de los demás clubes. En los "Tercera Edad" no se bebe trago ni apuesta por plata. Sólo puro pasatiempo.

Una enorme araucaria da sombra. Bajo ella, tres mendigos observan las partidas. Las palomas revolotean al paso de unas migas lanzadas por una romántica pareja. La feria de las antigüedades por el lado de avenida Pedro Montt está cerrada. Hacia allá converge la mirada cristalina de doña Adriana. "Soy buena, le gano a casi todos los hombres", añade con chispeza a lo gran Medel, mientras pasa por detrás Alice Cooper mordiendo el polvo de la derrota.

Pescador de bravas batallas en la dura mar, tipo curtido por los años de lucha contra los militares y el exilo, repasa parte de lo que ha sido su travesía de vida. Hoy Manuel Bermúdez está anclado casi con cemento a esta plaza y no a su Caleta Portales. Mientras se hace un cofee break con el cafecito de doña Celeste, repasa pasado y presente. "Esta plaza es un patrimonio para mi puerto. Los lanzas pasan, pero aquí nos respetan. Todos aquí vienen a contar sus problemas, también logros".

Con tres hijos, se declara hincha de la 'U' a pesar de la marea verde que lo rodea. En eso, suelta un comentario con aroma a nostalgia, antes de su último fajo de cartas: "Han fallecido hartos colegas de juerga. La brisca es nuestra excusa para juntarnos… y también contar historias, muchas historias".