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Horcón: una comunidad hippie que ¿sigue al desnudo?

A 52 kilómetros al norte de Valparaíso y 163 al noreste de Santiago, encontrarás el punto de desconexión ideal para pasar aquellas vacaciones que siempre soñaste. Un pueblo de pescadores que navega al vaivén de la buena onda.
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Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso

No existe un espacio terrestre al sur del mundo que se antoje más cercano a la idea de un Woodstock playero que la mítica y mística localidad de Horcón, en la comuna de Puchuncaví. Un lugar donde la civilización parece haber hecho un pacto con el tiempo; en la cual las horas y los días se estancan en la más plácida quietud. Echarse en una hamaca. Por siempre.

Un entorno con magnetismo natural, que seduce y atrapa por igual. En donde todo parece estar permitido y lejos de la pulcritud de otras partes. Vamos, descarga tus pupilas, intenta bloquear todos los agentes externos que alteran tus nervios e imagina esto: playas casi desiertas, ferias artesanales como en los años sesenta y picás gastronómicas de culto (la de la Araña es una o no "M"), hacen de Horcones, como algunos lo llaman, un refugio para distender los sentidos en aquel relax modo sedante.

Hasta acá nos trasladamos junto a "M" al volante, luego de adentrarnos en las fauces del periplo "playalais" por las topísimas Zapallar y Cachagua. Aquí, de entrada, resulta lo opuesto. Hasta el aire marino huele fuerte a marisco, porque la popular caleta de pescadores con sus folclóricos personajes da la bienvenida. Lo exclusivo pasa por empaparse de la gente, su gente.

Y eso lo capta al toque nuestra lente, la 'Kika', quien no tarda en tomarle el pulso a las imágenes en vivo impregnadas al sepia retro.

Se trata de un reducto de hippies, poetas, artistas y desnudistas. Aquí, en este pueblo, muchas leyendas se han tejido a través de las redes de sus esforzados pescadores. Naufragios, piratas y cantos de sirena en oda a Baco al calor de eternas fogatas forman parte de las leyendas que han hecho única a esta caleta, que no es balneario, a lo largo de Chile.

Omar Valdivieso, cronista y pescador de Horcón, posee una visión inquietante que ya ha expuesto en medios. "El modelo neoliberal puso sus ojos acá. Los pescadores para un lado, el desarrollo por otro". Y es que ya se aprecian al costado del camino aquellos polos de progreso que cercenan bosques y levantan proyectos de la mano de edificios, condominios y resort.

Hoy, la realidad de Horcón está alejada de su bien más reservado a través de los años: la virginidad. También hay menos pesca y más contaminación. Como dato, hace un tiempo se hizo un estudio y los índices de polución en sus aguas encendieron las alarmas.

Por si fuera poco, las marejadas de agosto y el devastador terremoto del norte del año pasado tuvieron eco por acá, destruyendo a su calle principal, con locatarios dejados a su suerte. Todavía no se sobreponen del todo, aunque aquí el lema parece ser 'tirar hasta con los caballos los botes'. Y en eso están… alejados incluso del apoyo municipal, que aseguran sentir los comerciantes y varios de sus coloquiales habitantes.

DE la buena

Ajeno a ello, un joven de silueta perdida, de entre una patota de muchachones apoyados sobre una combi, invade sin mediar mi metro cuadrado, casi al lado de la orilla marina.

-¿De dónde vienen? ¿Qué quieren? ¿Tengo de la buena… ?, me susurra "Topo". -Si quieres entrevistarme, dame algo, ahora me dice cómicamente convencido de que está hablado en serio. Resulta un poco incomprensible, pero él continúa.

-Aquí han venido gente famosa. Yo tengo fotos con ellos, -afirma con labia, jugando el rol con el que ha decidido presentarse.

-Bueno, yo ya soy conocido, si quieres entrevistarme…, -habla en tercera persona.

Sonreímos.

El histrionismo inicial se extiende en el tiempo. Luego, termina. Se va el "Topo" de vuelta con sus yuntas que parecen hacerle bromas ya bien subidos en la 'nube'. Sigo.

Pero aquí también hay un sano ambiente familiar. Sobre todo en verano, cuando al lugar acude gente proveniente de todas partes y naciones.

Una atracción turística es el Puente de los Deseos, adornado con cintas de variados colores, y que guarda una historia de aquellas: supuestamente un soldado gringo antes de volver a su hogar -después de la guerra de Vietnam- le dedica una carta a su amada. Una especie de Fuente de Trevi romana a la Horcón, pero construida por los artesanos locales como un homenaje a este romántico acto, mientras el mar revienta en sus bases.

Traté de dar con un personaje mítico de acá. Pero entre el ocaso y la noche, resulta jodido vislumbrar en qué punto podría ubicar a un alemán que dejó las comodidades del primer mundo por instalarse con mochila y petacas hace 40 años, al cobijo de una cabaña rupestre. De iPod o tablet, ni hablar.

Es Peter Buksdorf, uno de los últimos hippies del lugar, que ya lo ha dicho para la TV: "En los años 80 se popularizó mucho la caleta, y comenzó a poblarse de gente". Como él, otros lugareños coinciden en que, pese al arrollador presente, aún queda algo de esa nostalgia esotérica.

Artesas y duendes

Por eso, nada mejor que conocer de primera mano a alguien que conserva aquella aura propia de aquel movimiento pacifista denominado hippismo en pleno siglo XXI. Un tipo que junto a su mujer María Inés y prole -se niega a contarlos-, ha hecho de Horcón su mundo mágico ideal -canta Joe- y también de parar la olla.

Con pinta al Carlos Santana de Abraxas o algún Jaivas pre Alturas de Machu Picchu, allí está en el último rincón de la feria artesanal el quilpueíno Gastón Merino, prensando detalles en la confección de un esmerado aro… a sus tiempos. Gastón quiere a esta comunidad. Lucharía por ella, o tal vez ya lo ha hecho, a su modo.

"No me gusta que hablen mal de Horcón. Aquí hay gente que le pone pulenta a la vida, que trata de salir adelante con todas las dificultades y ser feliz", reflexiona Gastón.

Su piel tostada y tupido cabello que hacen juego con una prenda tornasol enchulada al morado son los de un hombre de una edad indeterminada. Que se le atribuyan varios hijos, un reflejo de la fertilidad propia de un entorno más liberal y propicio, como éste.

Sus palabras crean un ser atemporal. "Paso gran parte del año acá, me siento a gusto, viejo. Ya llevo cinco años en este mismo puesto; al lado, el otro puestecito lo maneja mi mujer que anda por allí con algunos críos míos", afirma sin tapujos y con la energía que sólo 'padre sol' le inyecta a diario.

Gastón, a secas, es un sujeto marcado por la vida, un nómade. Con su paño y objetos artesanales ha recorrido buena parte del país, de norte a sur. También Perú. Un patiperro criollo, hasta que "los pacos me llevaron por comercio ambulante. De allí me establecí".

Ahora enfocado en sus pulseras, collares, poleras y gafas de sol, también obra exquisita técnica en su taller abocado al oro y la plata. Ya en confianza -que en realidad siempre la tuvo- agrega que laboró para una joyería, en su intento de abrazar al sistema, pero los rígidos horarios le implicaron tortura. "¡Chao nomás!", sonríe.

Antes de decirle adiós, me añade un comentario: "Cagamos con el megasocavón del año pasado, pensé que nos íbamos a la chuña. Las autoridades debieron entregar el 16 de diciembre, pero ya ves…".

Y lo que veo es que falta mano por mejorar. Así al menos se aprecia al recorrer su arteria principal: quedan secuelas estructurales de las marejadas del 2015. Ya en subida, allí mismo, un local sacado del imaginario de Tolkien con su El Señor de los Anillos, encapsula atención.

No se encuentra la propietaria, Miriam Del Río. Sí quien atiende, Claudia Méndez. En su vitrina, pequeños seres adornan a toda vibra un reducido y original establecimiento. Fantásticos cachivaches para tentar a la buena suerte son los que ofrece este sorprendente recoveco digno de liliput. 'Seres Mágicos' es su nombre. "Lo que más vendemos son hadas, brujas, duendes. Todo lo que ven lo fábrica la dueña". La vivencia en Bariloche de doña Miriam le permitió forjar técnica en base a dos materiales: porcelana fría y parcec. "La gente viene por piezas específicas. Para la buena suerte. La verdad es que la pegó con el local", acota Claudia, quien aprovecha de darle palos al alcalde y agregar que tienen otra sucursal en Papudo.

El día comienza a dar paso a la noche. Los personajes se suceden, uno tras otro. Incluso tres al hilo. Multiculturales, Álvaro Aravena, Guillermo Herrera Jaramillo y "Joe" se acercan para narrar historias, luchas sociales, continentes y mujeres. Porque eso es Horcón, más que una caleta, un lugar mágico, donde el tiempo parece haberse olvidado de seguir dando más cuerda.