Secciones

Una historia de superación y sacrificio ganada a pulso

Conozca el caso de una madre de Porvenir Bajo que le dobló la mano al destino y supo abrirse paso en la vida aprovechando las escasas oportunidades que ella se generó. Hoy está a punto de cumplir su sueño: ser Asistente Social.
E-mail Compartir

Guillermo Ávila N.. - La Estrella de Valparaíso

Nos movemos despacio buscando una seña. En nuestra brújula sobre ruedas, todo se reduce a cámara lenta a través de la vía principal. A un costado de la estrecha ruta se aprecian aparatos destartalados y botellas vacías. También autos varados como si fueran viejos buques que sirven de improvisados parques infantiles.

Las personas observan desde las ventanas, tal vez uno de los pasatiempos más populares por aquí, al que yo suscribo. Imagínese a un forastero que llega y atraviesa la arteria principal, a la estampa de los viejos westerns.

Es una tarde gris de verano en Valparaíso. Soledad del Carmen Rojas Huenchuvil, de sangre mapuche, está esperándonos en la entrada de su casa, en un tranquilo pasaje -al menos de momento- ubicado en Porvenir Bajo (vaya nombre... ironías de la vida), Playa Ancha; allí donde los cerros se perfilan al mar y donde la noche despierta a esos lobos que acechan a despistados.

Con mirada cristalina y una sonrisa que invita a la confianza, Soledad parece un poco sorprendida por el material que el fotógrafo descarga desde el móvil estacionado poco más arriba sobre un montículo de tierra. De alguna forma, hemos roto la tranquilidad de su refugio, el mismo donde, además de ella, comparten sus dos hijos mellizos nacidos en 1998 -y también ejemplares alumnos-, Francisco y Felipe.

En aquella cálida nave colorida con tintes de amarillo rabioso en sus paredes y un flotante azul bajo nuestros pies que es su hogar desde hace casi una década, se vive una realidad que no deja indiferente. Quien todavía se ruborice ante el panorama desigual que nos rodea es que pertenece a otro mundo. Ya lo señaló la oficina del PNUD en Chile: la condición de pobreza alude a privaciones materiales que afectan esencialmente la calidad de vida de las personas.

Y es que en algún momento la pobreza relativa de Chile, que se sitúa en el 18% frente al 11,5% de media de la OCDE, se ha debido filtrar por las alcantarillas de esta sociedad sin que algunos -tal vez con vendas en sus ojos- se hayan percatado.

Que Chile sea el país con mayor desigualdad salarial de los 18 Estados de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en un informe, y que en esas páginas se compruebe en función del coeficiente Gini que la diferencia de ingresos entre el 10% más rico y el 10% más pobre en 2013 era de 27 contra 1, hace que personas como Soledad naden, pese a todo, contra la corriente.

Ya lo dijo aquella especie de estrella del rock y Biblia para muchos que versan sobre economía, el francés de moda Thomas Picketty: "La concentración extrema de riqueza amenaza los valores de meritocracia y justicia social sobre los que se asientan las sociedades democráticas".

Barro más cemento

Por eso temas como la pobreza infantil, el empleo informal y la desigualdad de género -ligados a lo anterior-, han motivado a esta porteña que nunca ha salido de su amado Valparaíso ("conozco toda la India y América a través de los libros"), a investigarlos a fondo. Porque ella los vive aquí. Día a día.

Mientras la luz tenue del cielo entra por la pequeña rendija de la puerta, un claroscuro se refleja en el rostro de Soledad Rojas, que delata aquella piel curtida en el esfuerzo y que durante algún tiempo supo sobreponerse a la subsistencia gracias a una pensión alimentaria de… 150 lucas.

Pero ella es audaz. Una madre soltera que sabe al dedillo cada uno de los recovecos del sistema, porque hay ciertos beneficios (su grupo pertenecía al programa familiar Chile Solidario) y bonos (por ejemplo, el para egresados de enseñanza media por 50 mil pesos) para quien busca alguna gota en el "chorreo" del Estado. "He aprovechado todo lo que tengo al alcance de mis manos".

Habla a gran velocidad, tropezando a veces sobre sus propias palabras, pero volviendo sobre ellas para enfatizar, precisar, especificar. La oratoria en ella es llamativa, su poder de convicción alcanza cotas de grandeza que ya se quisiera un político.

Precisamente su caso llamó también la atención de Abel Gallardo, seremi de Desarrollo Social de Valparaíso. "También representa la ayuda estatal, los bonos y subsidios. Nuestras políticas sociales tratan de generar condiciones para que la gente supere la pobreza".

Y esto le cae en un momento especial. Está a punto de concretar un sueño que pocos a su edad -tiene 45 años- pueden presumir: en marzo defenderá su tesis de grado enfocada a la infancia y la pobreza para recibirse de Asistente Social, de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; una carrera para la cual postuló y obtuvo beca nada como segundo puntaje en ingreso.

Toda aquella labia abarca una idea o intuición que, como la propia conversación de Soledad, intenta destacar a actores que han calado hondo en sus ansias de superación. Del ganarle a la vida. "Quiero agradecer al señor Álvaro Mella, que no sé qué será de él, por haberme gestionado la beca para dar la PSU. También a mi profesora guía María Soledad Quintana. Eso me emociona", recuerda.

Atrás queda aquel 1988, cuando Soledad rindió la antigua PAA al salir de cuarto medio del liceo A-25 Matilde Brandau de Ross. Una dura época en que haber quedado en la "U" sirvió de poco porque "no pude estudiar a pesar de haber rendido una buena prueba. Los problemas económicos me obligaron a renunciar".

De allí a las rebuscas informales. Pegas administrativas, pequeños pitutos, repartir la revista del cable. Había que traer el pan a casa. Y entremedio, dos bocas que alimentar y el vivir de allegada.

El todo o nada

Afuera en la entrada, un hombre mayor se las arregla de buena forma para barrer aquellas mugrecillas propias de la tierra. Es su padre, Felidor Rojas, de 85 años, un ex uniformado quien vive a un costado en otra morada de similares características a la de su hija. "No me gustan las fotos, no quiero salir en ellas", deja en claro.

Sin embargo, para quien fuera niño en la generación de Pedro Aguirre Cerda, aquel mandatario radical conocido como "el presidente de los pobres", un lema se quedó estampado a Sole como fotografía: "Gobernar es educar".

Así, asumiendo desde joven un rol más social, ella ha tratado de inculcar en sus vecinos la idea de superación. Y es que ser de barrio supone cargar un estigma social que persigue, incluso para las muchas almas honestas que viven aquí. "Las transferencias monetarias son un derecho que no son para siempre. La gente debe verlo como una ayuda para saber planificar", agrega.

De hecho, recibe aquel beneficio del Estado a las familias más vulnerables llamado ingreso ético familiar por 47 mil pesos

Ante todo, respeta a las instituciones. Considera que gracias a ellas, como un trampolín se ha podido lanzar a la consecución de otros retos. "De la población de donde vengo es difícil salir adelante. Solo hay dos profesionales universitarios, conmigo serán tres y si mi hijo entra a sicología, seremos cuatro".

Soledad asume que el asunto de la pobreza la ha marcado fuerte. Allí donde vive, la norma indica que los niños a la temprana edad de 10 años ya han desertado del sistema educacional. La única alternativa diferente que conciben los menores a ser pandilleros o traficantes de drogas es convertirse en futbolista, como el emblema panzer David Pizarro. O ser alguien en base a los estudios, como una Soledad.

Porque si nos medimos con aquella organización de países más desarrollados, los niños son el grupo de edad con mayor índice de pobreza, del 23,5% frente a la media del 13,3% de la OCDE.

Ejemplo social

Se dice que una mano ayuda a otra mano. "Hay que desarrollar las habilidades blandas. Siempre fui buena para las matemáticas pero ya ves, lo social y humanista pudo más. Buscar ayuda y abrirse por un buen camino. Deseo abrir la mente a otros jóvenes".

La futura asistente social rebobina al momento del click. "Participé en programas de 'Lidereza' hace unos años. Allí conocí a otras mujeres con las mismas inquietudes que yo".

Uno de sus anhelos pasaba porque sus hijos tuvieran la posibilidad de educarse mejor. Por eso celebró por partida doble cuando se enteró en 2008 de la implementación de la jornada escolar completa (le daría tiempo para laborar) y el tema de la gratuidad en la educación, mismo ítem que ahora, por ejemplo, sirve como bálsamo para un lavado de cara en verano que llega hasta La Moneda con encuestas al alza.

"Todo eso se complementó en ayuda mía. Así pude entrar a la carrera porque disponía de tiempo para los estudios". No es todo, su hijo Felipe la rompió en la PSU: acaba de recibir un diploma y un premio de la municipalidad de Valparaíso. "Ellos siempre han sido constante en sus estudios. Creo que ven a la mamá como modelo", agrega humilde.

Felipe es alto pero reservado a la vez. El ex estudiante del liceo Eduardo de la Barra asegura no tener claro si estudiará sicología o seguirá fortaleciendo su veta humanista. "Mi madre es aperrada. Ha sido como un papá y mamá a la vez. Es perseverante. Un ejemplo en nostros".

Antes de subir a jugar su play a la pieza, lanza un preocupante comentario: "Chao con los pasteles de la droga. Andan por todas partes, yo ni allí con ellos, solo quiero estudiar".

Soledad Rojas Huenchuvil se despide. Procede a despejar su mesa plagada de documentos, certificados y diplomas que dan cuenta de logros, porque ella y sus vástagos, así se lo han forjado.

Nos marchamos. En la salida, se aprecian algunos juguetones quiltros. Cerca, adultos algo desconfiados que miran de reojo. A su alrededor, latas vacías permanecen en el área.

En las improvisadas veredas, unos niños parecen felices. Otros -si es que continúan con su año escolar- intentan también así parecerlo.