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Molinos en Villa Alemana: ¿Lo que el viento se llevó?

Todavía no. Ni el paso del tiempo ha podido derribar del todo a estas moles mecánicas que se resisten al olvido. La Estrella fue tras el pasado y presente de aquel ícono estampado en el escudo de la ciudad, y que busca ser patrimonio.
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Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso

Justo antes de que caiga la tarde, durante ese puñado de minutos conocidos como "hora azul" en que los colores del cielo toman un matiz sobrenatural, resulta emotivo plantarse -como un Quijote en la Mancha- frente a esos mastodontes ensombrecidos de aún despiertas aspas. Entonces, la magia gira.

Hace dos décadas, aquí en la famosa "Casona de Villa Alemana", localizada en Peñablanca, se filmaron escenas de la película chilena 'Bienvenida Casandra', aquel largometraje de unos casi púber Marco Enríquez Ominami (dirección), Luciano Cruz-Coke (actuación) y Rafael Gumucio (guión). Pero el protagonista que eclipsó las miradas, no fue otro más que el molino de viento.

En esa cautivante finca de 1400 metros cuadrados -originaria de 1920- las vetas de agua que todavía pasan por debajo del terreno, dieron pie a la creación de aquel engranaje mecánico de 15 metros de altura, con la finalidad de suministrar agua a la residencia. De eso hace un siglo.

"Hoy mi casa está a la venta. La adoro y amo el molino, pero debo venderla. ¿Qué pasa si la inmobiliaria se deshace de mi querido molino? No... Así te digo, ¡yo no la vendo!". Las palabras de preocupación vienen de una mujer muy querida en la zona, Elsie Contreras, dueña de la "Casona" para quien, pese a que el molino se encuentra en desuso, aún conserva aquella calidez y bellos recuerdos que vuelven único a este hogar.

De acuerdo a su hidrografía, Villa Alemana está levantada en gran parte por el estero de Quilpué, el que atraviesa la ciudad de Oriente a Poniente, con un régimen fluvial intermitente. Allí, donde se encuentra el estero de Quilpué -además hay otros esteros menores- está establecido el casco histórico y urbano de la comuna.

Si buceamos en la historia de la mano de los expertos Juan Couyoumdjiam y Bárbara de Vos Eyzaguirre, nos encontramos que ya a fines del siglo XIX, la firma Saavedra Bernard & Cia se abocaba a la importación desde Estados Unidos -Chicago, con la firma Fairbanks, Morse & Cia- de piezas y elementos alusivos a la instalación de molinos de viento. Estructuras metálicas, aspas y engranajes necesarios para convertir la fuerza del viento en energía mecánica. Así da testimonio el registro escrito en las "colas" de algunos molinos erigidos en la ciudad.

Con el avance de las décadas, estos molinos de viento -que llegaron a 330 entre fines del siglo XIX y 1940- fueron cediendo paso a los tendidos eléctricos y la red de abastecimiento de agua potable (a contar de 1938). De allí que solamente en la actualidad se encuentran en pleno funcionamiento una veintena de ellos, de un total de 75 en pie, debido -en gran parte- a la dedicación, nostalgia y cariño que los propios lugareños han dedicado en su preservación.

Hablamos de guardianes de la tradición cultural villalemanina como expuso -incluso en el Congreso- Felipe Urquieta en 2011 con su registro fotográfico 'Los molinos de Villa Alemana, símbolos de nuestro crecer'. Para el fotógrafo, es un asunto crucial. "Tienen más de 100 años. Ojalá sean monumento histórico nacional".

¡Monumento, ya!

Si uno mira hacia Europa, en los Países Bajos -tan sólo en Holanda cuentan con 1000-, son más que una atracción, un verdadero patrimonio turístico.

Por eso, la Municipalidad de la 'ciudad de los vientos' se puso las pilas con una cruzada. Todo nació en marzo del 2015 cuando se crea la Unidad de Patrimonio, cuyo objetivo radica en preservar, proteger y difundir aquel rico legado con que cuentan los villalemaninos.

Así, tras un diagnóstico realizado en la comuna, los vecinos, casi a coro, le manifestaron al alcalde José Sabat ir al rescate del elemento distintivo de acá. "En junio de 2015 se encargó a la Unidad de Patrimonio Comunal realizar un catastro con los molinos que quedan. Se contabilizaron 75, de los cuales siete están en terreno público", manifestó el alcalde Sabat, dejando la expectativa en alto.

Entonces, todo fluyó. La Unidad de Patrimonio junto a la asesoría del Centro de Estudios y Gestión del Patrimonio de la Universidad de Valparaíso, arrancaron con la investigación histórica y el levantamiento arquitectónico de estos verdaderos tesoros giratorios. La idea es presentar los antecedentes en el expediente técnico ante el Consejo de Monumentos Nacionales.

De hecho, se han iniciado conversatorios. "Hoy son un símbolo. Queremos que los vecinos y las empresas comprendan que un terreno con molino es un valor adicional. Si están en malas condiciones o desechados, ¿Por qué no colocarlos en espacios públicos, una plaza o avenida de los molinos?", nos aventura el alcalde subrogante, Jorge Jorquera.

Con la sequía, los molinos han dejado de prestar el servicio que era vital en el pasado. "Es más fácil reemplazar con una motobomba que reconstruir un molino con tecnologías que ya no existen", añade el arquitecto Jorquera.

Puro movimiento

Al salir en su búsqueda, podría toparse -y los hay- con solo fierros oxidados carcomidos por la vegetación. En tiempos en que una buena parte de la marea pensante se deja arrastrar por la conservación del medio ambiente, no resulta quijotesco apuntar a la fuente de energía eólica. Recuerde: hoy las energías renovables son claves.

Pero además estos molinos revisten de un gran valor arquitectónico y patrimonial. Incluso están representados en el escudo de Villa Alemena.

El comerciante Jorge Gatica tiene 57 años. Asegura haber vivido toda su vida en la zona, y 27 en esta casa. A diferencia del molino del emblema de "La Casona", este sí funciona. Pero advierte un peligro: "Hay muchos malos. No hay gente que los arregle, hay que ingeniárselas… ser creativo. Por ejemplo, este molino está frenado, pero funciona bien. Con pozo, agua y todo. Le hace falta la manilla, pero debe ser con soldadura de fierro fundido".

Gatica dice que él lo mantendría. A su juicio, hay gente especializada para repararlos (por ejemplo, en las manillas). "Es un lujo mantenerlos, sale caro. Hay que engrasar constantemente. Si te fijas esos de allá (señala a dos molinos en casas vecinas) funcionan, pero la mayoría no. Hoy quedan pocos en Villa Alemana".

Marcos Muñoz es concertista en guitarra clásica. Ahora, desde la testera pública como director del Departamento de Cultura de la muni, le puso movimiento al tema. Y nuevos acordes: salir a la calle, generar apoyo e identidad con los molinos. "Conversamos con gente que participó del catastro y nos dimos cuenta que están desapareciendo. Trabajamos en la elaboración del expediente para declararlos monumento nacional", dijo.

En el centro de la ciudad, al costado de la antigua línea férrea, una bella residencia alberga en su patio una torre. Probablemente sea uno de los molinos mejor cuidados. La joya de aquí. Su dueño, el dentista Rodolfo Kamke, no se encuentra. Desde adentro, una voz femenina confirma que el molino funciona. Más allá, un vecino dice que incluso se han abastecido de su pozo.

Así, los molinos de viento, el orgullo de Villa Alemana, siguen a la espera de un patrimonio. Pero en el intertanto, algunas estructuras se desmigajan en secreto. Otras, siguen allí, firmes y oscilantes… desafiando al tiempo.