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Se remata el siglo: ¿Bolsa de Valores de Valparaíso al alza?

La cruzada por el rescate del patrimonial edificio -hoy bajo un claroscuro- continúa. Un recorrido al interior de uno de los emblemas arquitectónicos y de rica historia más valiosos no sólo de la zona, sino que del país.
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Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso

La puerta de entrada al vibrante confín del mundo de este lado americano, ha sido y aún lo es, a su modo, Valparaíso. Una urbe, como pocas, que desafía a la ciencia ficción con aquel perfecto desorden estructural que tanto seduce. Y al mismo tiempo sorprende.

Al surrealista hervidero de tribus urbanas, turistas y algunos despistados lugareños que hoy peinan el asfalto pegajoso de verano durante el día y se lanzan al bullicio de la noche, tal vez se les pase por alto, frente a sus narices, aquellos imponentes 5 mil metros cuadrados patrimoniales de fachada neoclásica de corte francés, situados en la céntricas calles Prat con Urriola.

Allí, en esa histórica esquina curva, más de 100 años de gran legado están en juego, y no precisamente en movimientos bursátiles o colocaciones propias de "Chicago Boys" -o tal vez sí-, sino en una fuerte apuesta local: preservar el emblema arquitectónico de los porteños que es la Bolsa de Valores de Valparaíso.

Esa misma Bolsa que vibró con luz propia en el pasado, pero que ahora palidece bajo su sombra. También, de paso, ha perdido presencia y la emoción de los hombres de traje y corbata que se han trasladado al universo bursátil capitalino y que, vamos modernidad, trabajan en alguna cafetería tipo franquicia desde su smartphone.

Un baño de historia

Pero si uno silencia el celular, cierra los ojos y se deja transportar a la época de los carruajes tirados a caballo y los elegantes sombreros de ala estrecha tipo bombín como ejercicio mental, desde ese mismo edificio se puede sentir un vozarrón titánico: es la multitud comerciante.

Estamos en 1880 y recién se da el vamos a las primeras actividades de corretaje en Chile. Ya han transcurrido 22 años de cuando se inauguró con pompa un bello e imponente palacio (6 de marzo de 1858) destinado a cobijar a la primera bolsa comercial del país, hasta que las autoridades destinaron esos mismos terrenos para levantar el Monumento a la Marina.

Ya en 1880, y con la nueva edificación construida por el arquitecto chileno Carlos Claussen, el Puerto parece una cuna dorada de billetes: negocios, compañías de seguros, bancos y colonias extranjeras, se entrelazan en grito y plata, donde también se dan cita políticos y la aristocracia.

En la calle, la gente irrumpe para hacerle consultas monetarias a un vecino ilustre. Es don Alfredo Lyon Santa María, quien practica con éxito el pionero corretaje informal de acciones, bonos y letras de cambio… "para consultas, acuda a mi oficina particular", casi que se le escuchar decir.

Play cerebral. Ya el asunto bursátil va al alza, tanto que en 1892 se crea el salón de corredores formado por un grupo de comisionistas. Así, cuatro años más tarde, levantan la Bolsa de Valores de Valparaíso, con un capital de 60.000 pesos divididos en 60 acciones. De hecho, no es hasta 1905 en que se transforma en Bolsa de Corredores de Valparaíso Sociedad Anónima.

Esto hizo posible afianzar negocios tan potentes para Chile como los salitreros, mineros e industriales. Ergo: con la creación de la Bolsa de Comercio de Santiago (1893), ambas entidades tendieron a un acercamiento institucional, con ventaja de movimiento en transacciones para la porteña… hasta que con las décadas todo, todo aquí se fue a negro.

En su coraza

De vuelta al lúgubre presente, basta con adentrarse, pese a todo, en sus pasillos de aún pulcro mosaico en cierta tonalidad pastel y erguidos pilares a prueba de terremotos (¡lo que son el hierro forjado y acero!), para ser testigos de una historia que pudiera terminar de caerse a pedazos, mientras observan desde arriba gárgolas que asemejan la cabeza de un león.

En el interior del espacio patrimonial, con algunos leves elementos de aire victoriano, en su quinto piso, un agrietado -de casi dos metros- techo desafía la luminosa cúpula con un dejo a la de San Pedro, en el Vaticano. Para la arquitecta Barría, del departamento de Monumentos, este edificio sigue teniendo potencial. "Hay que hacer urgente un modelo de gestión para que sea autosustentable".

De entrada, el primer piso deslumbra con el legendario reloj Leroy (Paris), a la vez que da la hora frente a un sobrio tablero bursátil que se resiste a la buenaventura de su colorido símil en la Bolsa santiaguina, ahora epicentro inversionista del país.

Desde hace meses, el martillo de la puja busca reales interesados. "Hemos tenido ofertas de discotecas, restaurantes y ¡hasta de un McDonald's!, pero las hemos rechazado. No se trata de aceptar a cualquier comprador, queremos preservar este inmueble digno de la Unesco", sostuvo Ariel Gelfenstein, gerente general de la Bolsa porteña, para quien no tiene sentido seguir gastando en mantenimiento. ¿La razón? acoge sólo a 20 de sus analistas de mercado, mientras que la ocupación total alcanza un modesto 10%.

En los pisos superiores, se ubican cómodas oficinas de cinco metros. Allí funciona un pequeño departamento de informática donde agentes de bolsa (broker) hacen transacciones. Los dos ascensores, de modo casi decorativo, son de antigua data.

En el core, un entendido Manuel Millones, ha sacado la voz en el tema: "El municipio de Valparaíso está interesado en tenerlo". Jorge Castro, alcalde porteño, también: "Hemos hablado con varios actores para adquirirlo. No queremos que desaparezca. Haremos todo el intento".

A la interna, decimonónicos pasadizos capturan miradas. Debajo de la primera planta, un subterráneo de aquellos: secretas bóvedas almacenan boletines y archivos hasta del mismísimo Arturo Prat. Aquí los corredores guardaban sus valores como títulos. Hoy, cajas y cachureos se amontonan en sus húmedas paredes. Incluso aún se aprecia un pozo de agua que en sus tiempos surtía al edificio.

"Que quede claro: queremos que este patrimonio se mantenga dentro de la zona", es el anhelo de Carlos Marín, presidente de la Bolsa, mientras las ornamentadas escalinatas de mármol conducen rumbo al exterior de este Monumento Nacional que todavía del pasado, tiene mucho presente.