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Las dos caras de la moneda: el drama de la gente que duerme en la calle

Cuando cae la noche, los callejones de Valparaíso alojan a decenas de personas que buscan un lugar para dormir. Unos están ahí porque no tienen un hogar al que llegar y otros lo hacen buscando un sector para seguir con el carrete.
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Matías Valenzuela - La Estrella de Valparaíso

Desde siempre, las calles de Valparaíso han alojado a cientos de personas sin casa que han encontrado en la vía pública su hogar. Son personas que pasan todo el día en la calle, donde comen, descansan y conviven mientras a su alrededor, los transeúntes recorren el plan porteño. Cuando cae la noche y la gente vuelve a sus hogares, ellos se mantienen allí y bajo la luz de las estrellas buscan un cobertor, un cartón o a un perro callejero que los acompañe para cerrar los ojos e intentar conciliar el sueño mientras están a la intemperie, para luego despertar con el ruido de los vehículos a la mañana siguiente y repetir su rutina diaria una y otra vez.

Por otro lado, hay otro grupo de personas que también optan por pasar sus noches en la calle, aunque no por necesidad ni porque no tengan donde dormir, sino porque ven en la calle un lugar para carretear, beber alcohol y pasarlo bien sin horarios ni límites. Son gente joven que aprovecha la oscuridad de la noche para reunirse alrededor de una caja de vino o una botella de cerveza que no sueltan hasta que amanezca.

Es el cara y sello de las personas que viven en la calle. Unos lo hacen porque pueden y otros, porque quieren.

Perros y cartones

Los bandejones son ideales para los indigentes que buscan un techo y un suelo blando. El que está ubicado cerca de la avenida Errázuriz, es uno donde llegan varias personas en situación de calle, algunos incluso con carpas y perros.

Fredy Molina trabaja haciendo el aseo en ese sector y es testigo directo de las condiciones en las que viven estas personas, las que llegan a ser muy precarias.

Según cuenta, la mayoría son personas de avanzada edad que llegan de vez en cuando y se instalan con sus pocas pertenencias: un colchón, un par de frazadas viejas, termos y algunos bolsos pequeños; a veces llegan algunos que tienen carpas y sacos de dormir, pero en muy malas condiciones. "Me da pena a mí porque son gente igual mayor que vive aquí, cerca de los ratones y pasan solos, más encima vienen los carabineros a veces y los sacan", indica Fredy y cuenta que cuando él llega a trabajar ve como algunos se levantan y salen a trabajar en los alrededores limpiando parabrisas de autos y con el dinero que ganan compran comida y alcohol que consumen después en su lugar.

"Nunca hacen problemas, son tranquilos y a veces me conversan un poco. Son tranquilos, pero yo tampoco me los hecho encima. A veces me piden alguna moneda y yo les doy cuando tengo", cuenta Fredy y añade que además de algunas basuras que dejan en el lugar, no causan mayor alboroto o incovenientes. El porteño indica que generalmente son las mismas personas las que rotan y van regresando a sus lugares después que los echan.

Al otro lado de la ciudad, en Playa Ancha, también ocurre esto. Diego vive hace más de tres años bajo un paso nivel con su carrito, su carpa y su perrita, a la que llamó "Guardiana".

Ante la pregunta de cómo fue que llegó a la calle, Diego responde con una broma: "Caminando llegué aquí poh, no voy a llegar volando", afirma y poniéndose más serio sostiene que prefiere vivir en la calle en vez de buscar refugio en un hogar, así que no no cree que alguna vez abandone su puesto, el que eligió hace mucho tiempo porque está bajo una pasada de camiones, lo que lo protege de la lluvia en el invierno. "Si me voy a un hogar ¿Qué voy a hacer con mi perrita? No, no, yo prefiero quedarme aquí" dice mientras se pone sus zapatillas al lado de "Guardiana".

En efecto, Diego tiene todo lo que necesita en su carpa: su ropa, sus cobertores, y todas sus pertenencias. Cuando se levanta, abre su termo para servirse un té y saca unos sándwiches desde una pequeña mochila. Luego de comer recorre las calles en su triciclo recogiendo cartones y otros deshechos hasta que llega la noche y vuelve al refugio de su carpa. "Yo aquí estoy bien, me siento tranquilo y seguro, además los marinos me han ayudado harto con algunas cosas. Es difícil que me vaya de aquí a un hogar o algo así", apunta.

Jóvenes Y alocados

El revés negativo lo ponen los jóvenes que llegan en patota a tomar y carretear en la vía pública adueñándose de los espacios públicos.

El bandejón ubicado al frente de la PUCV, es el punto de encuentro de varias personas que llegan a beber alcohol y consumir drogas hasta la mañana del día siguiente.

Escándalos

Sandra Silva trabaja en un kiosko hace 20 años y cuenta que el problema de los carreteros nocturnos existe desde siempre y la situación se acentúa en el verano pues llegan jóvenes de afuera que acampan en plena calle. "Uuuuh, esto pasa desde que llegué aquí, y en el verano es peor porque llegan los cabros en carpas y se quedan toda la noche tomando y haciendo escándalo. Cuando yo llego en la mañana me los encuentro y todavía está ahí", cuenta que muchos de ellos viven con gran relajo su situación. "Algunos se levantan van a comer al mercado y vuelven. Cuando van saliendo yo les digo 'Y ¿Cortaste el gas?, ¿Apagaste la luz?' y ellos me responden 'Sí tía'. Yo los palanqueo', pero el problema es que mean en las palmeras donde camina la gente y se ve de todo acá", señala la mujer.

En el epicentro del carrete porteño, la plaza Aníbal Pinto, la situación es incluso más extrema.

El miércoles pasado, Rafael Miranda se disponía a abrir la florería donde trabaja, en La Pérgola de las Flores, y se encontró con una carpa repleta de gente armada en la entrada del negocio. "Eran como doce personas adentro de la carpa, yo les dije que se corrieran para poder abrir el negocio, pero ni me pescaron", cuenta Rafael, que tuvo que llamar a los carabineros para "desalojar" al grupito de jóvenes, quienes estaban en evidente estado de ebriedad.

Marcelo Salinas, el dueño del "Jardín Primavera", cuenta que esta es la primera vez que se encuentran con una carpa, pero no es la primera vez que ven a gente tomando en la entrada de las florerías. "Esto no es nuevo, lo único distinto es que ahora aparecen con carpas", ironiza.

Respecto al problema, Marcelo afirma que la situación está descontrolada, pues antes se luchaba con las pozas de orina y las fecas en los candados, lo que ya era desagradable pero ahora hay que echar a los carreteros, quienes pueden llegar a ser muy violentos.

En enero de este año, cuando su empleado, Rafael se disponía a abrir el negocio, llegó una persona que lo apuntó en la cabeza con un arma de fuego y le dijo que no abriera el local, porque la gente quería seguir tomando, y luego de eso escapó. Afortunadamente, Rafael dio aviso a carabineros, y el sujeto fue detenido minutos después y se le requisó el arma y unas dosis de pasta base.

"Lo que pasa en la Aníbal Pinto no es nada comparado con lo que pasa más arriba. Aquí se comportan como una verdadera tribu salvaje", se lamenta Marcelo.