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Un día en la casa del "Tío", el dios minero de Potosí

Cuando se trabaja a 240 metros bajo tierra en Bolivia, detonando a mano cartuchos de dinamita e inhalando gases tóxicos 24 horas seguidas, el mejor aliado podría ser una divinidad de las tinieblas que promete riquezas a cambio de alcohol, tabaco y mucha farra.
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Bernardita García Jiménez

Es último viernes de febrero. Nos bajamos de la van de la agencia turística Altiplano, vestidos con botas de hule, un sucio camisón y un casco que sostiene un pequeño farol. Parecemos disfrazados de mineros de principios del siglo XX.

Antes de llegar a una de las entradas de la mina "Rosario", en el Cerro Rico de la ciudad de Potosí (sur de Bolivia), pasamos frente a los vestidores de los trabajadores. Poco antes, en el trayecto, hemos visto los buses que salen cargados hacia las minas con jóvenes de 18 o 20 años, gorras y camisetas, peinados como el futbolista Arturo Vidal.

Avanzamos hacia los grupos de mineros que beben y conversan a viva voz fuera de los vestidores. Uno se acerca y me quita de las manos la botella de agua que he traído para el recorrido. Otro nos ofrece lo que en buen chileno se llamaría una "mamadera". Se trata de "Ceibo", alcohol de 96° que mezclan con agua o gaseosa.

Hoy es "chaya", eso quiere decir día de fiesta y de tomatera. Imposible rechazar un trago.

La "chaya" es un ritual que se celebra los primeros y últimos viernes de cada mes. Es el momento sagrado en que, al terminar la faena, los mineros rinden culto al "Tío", el dios que habita en lo más profundo de la mina. "Cuando no le demuestras tu estima al 'Tío', pasan cosas malas. Para eso es la 'chaya'", cuenta un trabajador.

El diablo mismo

Las minas de Potosí fueron descubiertas por los indígenas locales incluso antes de la llegada de los conquistadores españoles, pero dice la leyenda que una voz misteriosa les aconsejó mantenerse alejados del mineral.

Durante la Colonia, su riqueza -plata, plomo, zinc, estaño, entre otros- era tal que para comienzos de 1600 fueron importantes sostenedoras de la Corona Española. Los nativos eran forzados a trabajar durante penosas campañas subterráneas que duraban hasta seis meses en las más pobres condiciones. Fue precisamente para mejorar su disposición a estas labores que los españoles inventaron la figura del "Tío": un dios aliado que podía concederles grandes riquezas si se esforzaban lo suficiente, pero que también podía castigarlos. No hay que ser un creyente para adivinar que se trataba del diablo.

Penetramos en una de las bocas de la mina. A nuestro alrededor: aire frío y húmedo, y el sonido de nuestros pasos y voces que rebotan contra la roca cubierta de franjas de colores y estalactitas. A medida que avanzamos la temperatura sube (¡puede llegar hasta los 45°!) y los pasillos se tornan estrechos. La mina y sus galerías se asemejan a un queso suizo. Allí, trabajadores de entre 14 y 65 años faenan de martes a viernes, desde las tres de la mañana. Los gases en el aire hacen lagrimear los ojos, y arder la garganta y los bronquios. Todas, molestias que los mineros palian masticando hoja de coca que filtra el polvo, los energiza y calma el hambre.

Turismo de subsuelo

Los primeros recorridos turísticos hasta las entrañas de las minas datan de 25 o 30 años atrás. Milsa Zusaliño (45), una de nuestras guías, pertenece a una de las primeras promociones de graduados de la carrera de turismo de Potosí. En ese sentido, ella fue una de las pioneras. Y dice que no fue fácil, especialmente porque la creencia popular prohibía el ingreso de las mujeres a la mina. Se creía que ante su presencia el "Tío" escondía el mineral. Finalmente convenció a los mineros que permitieran el acceso a los turistas, a cambio del pago de un ticket de entrada y de regalos para las faenas. Hojas de coca y barras de lejía, botellas de "Ceibo", cigarrillos artesanales (mezcla de tabaco, hoja de coca y eucaliptus) y cartuchos de dinamita son los favoritos de los trabajadores. Estos últimos se pueden comprar libremente en el mercado local a $20 pesos bolivianos (unos $2.000).

Verónica Castro (30) es la otra guía que nos escolta a través de los recovecos de la mina, en busca del escondite del "Tío". Tras treinta minutos de dificultosa caminata, consigue llevarnos a puerto. En el fondo de una galería, sentado en la oscuridad, la figura de un dios nos espera.

Fabricada con arcilla y pelos de chancho (para la suerte), tiene la contextura de un hombre fornido. Hay vestigios de la "chaya" por doquier. La imagen está cubierta de serpentinas de colores y hojas de coca, y a sus pies hay latas de cerveza y el feto disecado de una llama. Verónica se sienta a su lado y saca un cigarrillo artesanal, lo enciende y ubica entre los labios semiabiertos del dios. "Dice la leyenda que si el 'Tío' acepta el cigarrillo, entonces todo está bien. Pero si el cigarro se cae, mejor empezar a correr…", advierte.

Fue a partir de la independencia boliviana que los cerros de Potosí dejaron de explotarse a tajo abierto y se construyeron las galerías subterráneas. En 1952 el estado nacionalizó las minas y el sector vivió una época dorada. Pero en 1985 se produjo una crisis política que, sumada a la caída de los precios y a los despidos, terminó con el estado cediendo el control a un cuestionado sistema de cooperativas vigente hasta la fecha, con socios que adquieren permiso para extraer el mineral e invierten en sus propios explosivos y trabajadores. Los sueldos van desde los 150 pesos bolivianos a la semana ($15.000) hasta los $4.000 bolivianos ($400.000) para el caso de los "perforistas", quienes van a la cabeza de las excavaciones. Esta es, claramente, la labor más riesgosa.

Dicen que en Potosí todos tienen un familiar o un amigo que trabaja en la mina. Para muchos, este todavía es un oficio que se traspasa de generación en generación. El padre de Verónica, la guía turística, trabajó ahí y ella, en cierto modo, ha seguido sus pasos. Él le contaba que a veces, cuando caminaba solo por los túneles, veía al "Tío" disfrazado de ingeniero o de trabajador, con un casco blanco y una cola que le asomaba sobre la cintura del pantalón. Tras escuchar esa anécdota con que cierra la visita turística, es difícil seguir al grupo y alejarse de la estatuilla rojo furioso y con cuernos de buey, sin mirar hacia atrás… aunque sea de reojo.

Minero de Potosí

Cuando no le demuestras tu estima al 'Tío', pasan cosas malas.

Para eso es la "chaya".