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El hombre del carro

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Era un vagabundo que usaba un gracioso sombrero de cowboy y una holgada chaqueta de cuero que le llegaba hasta sus bototos. Se decía que era de origen mexicano.

Cada tarde promovido de un carro de supermercado y una bandera de Chile adosada a éste, lo estacionaba en una esquina de 8 Norte con Libertad. Era habitual verlo, en las mañanas o en las tardes, pedir dinero a los automovilistas que se detenían, en esa avenida de 8 Norte hacia el lado Oriente de la ciudad. Al caer la noche, ponía un colchón frente a la entrada de rejas de una casa con arquitectura de palacio.

Muchas veces lo vi en estado intemperancia, pero siempre con una sonrisa. A veces le traía un emparedado y un café el cual me lo rechazaba. No sé si era un alma enferma, o un inadaptado social, o producto de una tragedia familiar. Lo cierto es que muchos le conocían y se acercaban a él a conversar. Ahora que ya no está, la avenida la cual transito a diario, ya no es la misma. Más bien por el recuerdo que me asiste de su incógnita procedencia, de su impenetrable personalidad, la cual siempre me será un enigma.

Algunas veces me lo topaba en un supermercado y me saludaba a voz en cuello, sin ningún recato o vergüenza.

Algunos dicen que murió, otros dicen que una hermana desde México lo vino a rescatar. A dónde esté, le deseo lo mejor. Siempre lo recordaré sonriendo para un dieciocho de septiembre mientras le sacaba unas fotos, y él posaba, orgulloso mostrando la bandera de nuestro país.

Felipe Acuña Lang

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