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Adiós a un clásico: la última cena del Hotel San Martín

Una de las leyendas hoteleras arraigadas en el corazón de los viñamarinos pone fin, de momento -aún no está claro su destino- a más de medio siglo de historias, anécdotas, vivencias y amores. Un amor, para muchos, a primera vista.
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Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso.

Nadie, en este salón repleto de comensales sazonados a la etiqueta y fina gala, tiene apuro por irse. Y menos en una lluviosa noche de sábado, antesala de la última semana de abril.

La calma se posa en el sereno bar Don Joaquín, mientras la nostalgia va de la mano con las alargadas copas rociadas por el "exquisito pisco sour peruano" como dicen acá, quizás el emblema a la salud del buen beber en el San Martín. Y tal vez un brindis por "la última noche bailable", como han denominado a esta particular velada de agridulce despedida.

Sobre la madera oscura de las mesas, las charlas salpicadas en anécdotas flotan, maceradas por música suave, de esa apegada al bolero, el tango y los pasos sincronizados al garbo danzante. Hay espejos que develan ese aire distinguido en gente; gente linda que comparte un momento mágico. De esos sofisticados años que remiten a un tiempo opuesto al hoy de agenda corta.

También el vintage piano apegado a la pared en la sutileza Fabulosos Baker Boys, una nutrida barra y la luminosidad ambarina que brota de lámparas hasta traspasar el umbral de la vidriera que destella brillo, incluso afuera, en la vereda de la esquina Avenida San Martín con 8 Norte.

Cuesta creerlo, pero en este coqueto espacio de aparente placidez y buena vibra, la cortina está próxima a bajar, al menos -se espera- por unos meses. También para los cerca de 160 trabajadores que, mientras usted lee estas páginas, ya no laboran aquí. De momento, un borrón y cuenta nueva: se cierra el Hotel San Martín.

Nostalgia pura

Pero, como en el vals, recordar es vivir. A muy pocos pasos del mar, levantado en una de las zonas turísticas de Viña del Mar, se encuentra uno de esos lugares donde uno debería pasar por lo menos una noche en la vida. Elegante y a su manera glamoroso, dicen que en el Hotel San Martín "todo ha sido preparado para que el huésped se sienta como en su propia casa". Es decir, todo "muy casero", corrigen los botones desde adentro.

Y uno de esos es el trabajador más antiguo de aquí, al que ya le peinan sus canas en la cuesta de la vida. Abraham Montero, del cerro Las Cañas, con cuatro hijos, llegó en 1986, "siempre y con orgullo" como botones. "En esos años no había estudios de hotelería. Me gusta mi pega. He tenido buenos compañeros y jefes, como la antigua dueña, muy generosa con nosotros".

La pena lo embarga en el hoy solitario salón Mundo, en honor al pintor Edmundo Searle, quien firmaba como Mundo. "Me tocó atender a los ex presidentes Patricio Aylwin y Sebastián Piñera. También a Tonka Tomicic", afirma cálido Montero. "Tengo nostalgia porque se nos vienen los recuerdos. Todos nos reconocían la buena atención".

Algo que, según corroboran acá, lo agradecía a todo pulmón el ex conductor televisivo y rostro de Chile, Felipe Camiroaga. Y como él, otros famosos, huéspedes (sobre todo en época de Festival) y quienes supieron de la cálida atención y cercano servicio de este bastión hotelero viñamarino.

Para Michelle Junod, gerente comercial, el asunto resulta muy emotivo. "Ha sido una experiencia increíble, de crecimiento. Camas hay muchas en Viña, pero buenos servicios… hay pocos".

Ahora es jueves 28 de abril, a horas del cese de operaciones. Una vez en la entrada y tras la ida del último huésped registrado, el sonido del viento costero desaparece. El silencio, en sus antes concurridos pasillos cargados al ocre y las terciopeladas alfombras, evoca una carta abierta al pasado. Adentrarse en otro siglo. A una historia que, muchos aseguran a la interna, se espera no cierre ciclo.

Si lo miramos del hecho estructural, su diseño y arquitectura corresponden al siglo XX… enero de 1958 para ser más exactos, una época en el que se dio el vamos con un lema ganador: "El lugar de encuentro". Y eso, téngalo presente, tenía su caché.

Su propietario, el que hizo realidad la idea, fue don Joaquín Escudero Nuin. Y trayectoria poseía el hombre: primer concesionario del Casino de Viña del Mar, durante los años 1928 y 1965 a través de la empresa Joaquín Escudero y Compañía. Entonces, bajo su figura, se inauguró el flamante edificio de siete pisos y 180 habitaciones.

Ya en 1962, la administración del hotel queda en manos de la viuda de Joaquín Escudero, Yolanda Escobar, quien se mantuvo a la cabeza hasta su muerte en 2003. De ahí en adelante, la hija de ambos, doña Marta Escudero Escobar se hizo cargo del hotel.

Como una líder, así la reconocen en sus dependencias, marcó a fuego con estilo y cercanía al personal; de trato afable e ideas claras. Por ello, no sorprendió que en 2004, Marta Escudero se abocara a un cambio no sólo estético sino que de infraestructura general: la decoración y equipamiento, tanto en sus áreas de producción como de servicios, vieron ajustes más que cosméticos. También el sistema eléctrico, cañerías, pisos y techumbres.

Pero todo eso, por lo que se apostó y concretó, hoy, para sus cercanos, se cubre de negro. Un luto, coinciden sus trabajadores, de la mano del fallecimiento de doña Marta Escudero, en Estados Unidos (Oregon, donde residía), en abril del año pasado.

El alma del San Martín

No obstante, según el cristal con que se mire, hay esperanza en lo que se viene. Porque con el paso de los años el San Martín se ha ido renovando sin perder su clase. Hoy en día, aparte del prestigio que lo respalda y de ser uno de los recintos hoteleros más emblemáticos de la Ciudad Jardín, está provisto de una rica historia que lo hace entrañable.

Y eso lo comentan dos amigas que se dedican a compartir alegremente los secretos de sus vidas en una mesa del Don Joaquín. Marcela Torres, de Nueva Marina, asegura venir hace 15 años con distintos grupos de amigas. "Esto me da una nostalgia terrible: no vamos a tener nunca un lugar así en Viña, además el personal es encantador, ¡a estos cabros los quiero como hijos! Aquí hay tanta alegría, la gente ya se conoce".

A su lado, Patricia Aros, viñamarina, sonríe y suspira: "Es muy grato venir acá. El ambiente es cálido, familiar, tranquilo, pero lo que más disfruto es el tipo de música que tocaban en vivo, sobre todo los días viernes. Incluso teníamos carta libre para pedir los temas. Una pena".

Claudia Solís es de Pucón. Labora en el bar y les trae los pedidos a Marta y Patricia. Dice llevar ocho años acá, que al principio le costó un poco sobrellevar cierta frialdad del viñamarino, pero que un sueño suyo pudo más: "Soñé con las puertas del hotel. Dejé currículum y me llamaron. Se dieron todos mis objetivos, también el impregnarme de una líder como doña Marta, una mujer proactiva en todo sentido". Pero la pregunta de Claudia es: "¿A dónde vamos a ir ahora?"

Fanny Díaz, subgerente de marketing, también se inquiere lo mismo. "Llevo trabajando nueve años, esto más que una empresa es una familia. ¡Es nuestra casa! Estoy triste, con el corazón apretado. Un lugar que hace 58 años está en la misma esquina. Va a ser raro ver otra cosa acá", acota.

Eduardo Cisterna, subgerente de alimentos y bebidas, con 30 años de edad y recién cumplida una década en el San Martín, llegó armando salones para luego escalar peldaños. "Tengo sentimientos encontrados, de mucha gente que hizo amistad pero que ahora se pierde porque no es lo mismo a que cuando a uno lo despiden y los demás siguen en el lugar".

Recordar es vivir. De vuelta a la intermitente lluvia de sábado. Mientras abandono el Hotel San Martín y observo a los botones recibiendo a los últimos clientes VIP de la última cena bailable, unas gotas escurren por mi cabeza, y en ella, me empapa la vieja anécdota.

Hace muchos años, un hombre mayor y su esposa entraron en la recepción de un pequeño hotel en Filadelfia intentando ponerse a resguardo de una tormenta. Allí un empleado llamado George C., les comunica que no hay habitaciones disponibles, pero (he aquí el detalle) les ofrece su propia habitación. A la mañana siguiente, al pagar la factura, el hombre pidió hablar con él y le dijo: "Usted es el tipo de gerente que yo tendría en mi propio hotel. Quizás algún día construya uno para devolverle el favor".

Pasaron dos años y el conserje recibió una carta de aquel hombre, donde le recordaba el hecho de aquella noche lluviosa. Dentro del sobre había un pasaje de ida y vuelta a Nueva York: William Waldorf Astor, aquel hombre, construyó, nada menos, el Waldorf Astoria original y contrató a su primer gerente… de nombre George C.