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El relato del peoneta que vivió el infierno de la ruta Las Palmas

Rubén Avila quien trabajaba en uno de los camiones accidentados cuenta en primera persona cómo logró quebrarle la mano a la muerte.
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Matías Valenzuela - La Estrella de Quillota

"Fue de milagro lo de los cabros, ellos tienen fuerza", dicen en La Calera, los amigos de Rubén Ávila y Michael Gutiérrez, quienes lograron sobrevivir al accidente en la vía Las Palmas.

A una cuadra de distancia en la villa Los Lagos, está la casa de Michael Gutiérrez y una a la izquierda, la de Rubén Ávila, quien luego de haber pasado por la noche más larga de su vida, se encuentra descansando junto a sus hijos con una venda en la pantorrilla derecha.

Él vivió con sus propios ojos la destrucción y el desastre que causó uno de los accidentes carreteros más cinematográficos de los que se tenga memoria.

Aquel martes 10 de mayo, marcado a fuego para las víctimas, parecía ser un día como cualquier otro. Se levantó con el agudo sonido de su alarma, se despidió de su esposa Ingrid y sus tres hijos de cuatro, siete y catorce años para partir a trabajar. El viaje era el mismo de siempre y la tripulación también; abordar el camión cementero a toda capacidad con su compañero de labores y vecino Michael, junto al conductor José Matías, oriundo de Quilpué, para repetir la misma travesía que emprendían cada día desde hace tres años: salir en la mañana desde una bodega de Viña del Mar para llegar en la tarde a la Villa Olímpica de Quilpué a dejar la carga y luego retornar con el camión descargado.

Faltaban unos cuantos kilómetros para que el conductor emprendiera el rumbo por el Troncal Sur, cuando escucharon por la radio que había manifestaciones en apoyo a los pescadores de Chiloé por lo que habían cortado la ruta que hacían siempre. Lo anterior los obligaba a desviar el camión para atravesar la temida ruta Las Palmas. Pese al desvío, el viaje seguía su rumbo sin novedad cuando de un segundo a otro, se desató el caos.

"Íbamos viajando y el camión de repente no reaccionó, no frenó, no aceleró, nada. El chofer desenganchó para bajarle una marcha y reducir la velocidad, pero no entraban los cambios y después le pegó unas patadas al freno y nada. Tampoco íbamos fuerte, eran como 50 o 60 kilómetros por hora y de repente cuando íbamos bajando... (hace una pausa) vimos los autos y el chofer iba por el lado izquierdo de la carretera, donde iba un camión y ahí empezamos a chocar. Chocamos un auto que voló por arriba de nosotros, después chocamos a otro auto, otro auto y otro auto hasta que paramos y quedamos ahí". Así es como Rubén reconstruye los segundos exactos en los que fallaron los frenos del camión.

Recuerdos nebulosos

Rubén explica que su memoria sigue un poco golpeada. Cuenta que al momento que el camión iba derribando automóviles, él se afirmó fuertemente al pasamanos de la puerta del copiloto cargando su cuerpo hacia arriba hasta que la máquina se detuvo y sintió el latigazo desde la espalda a la nuca, quedando en un estado adormilado, como semi-consciente, mientras se movía erráticamente apoyado en su costado izquierdo. "Yo me fui tirando para arriba y quedé como acostado. Ahí yo pienso que quedé con el pie afuera y cuando se prendió la primera llama el chofer gritó auxilio, mi compañero despertó y me dijo que nos quemaríamos. Yo no reaccionaba aún y cuando se me empezó a quemar el pie como que desperté", señala mostrando su pantorrilla derecha vendada.

Deduce que el fuego nació de uno de los autos que quedó depositado al lado derecho del camión. "Me enteré que habían autos y nosotros al pegarle los dejamos de lado", explica usando unos autos de juguete de su hijo menor como ejemplo, y continúa: "Primero fue como una llama, después una más grande y después fue la explosión, no sé si los autos o los forros. Eran ruidos tremendos, bombazos, si hasta los bomberos retrocedieron porque nadie podía ayudar a nadie", manifiesta el peoneta y advierte que estuvo a segundos de ser alcanzado por la explosión, ya que su compañero Michael, que estaba a su lado izquierdo, le ayudó a reponerse y ambos escaparon. "Atinamos a correr, desde que chocamos pasaron diez segundos desde que salimos, el Michael se da vuelta y cuando un conductor pidió que lo ayudaran, se prendió la segunda llama, la grande, gigante; y entre que estábamos desorientados, alcanzamos a darnos cuenta que esto iba a explotar, corrimos y ahí quedó la grande, explotó ahí mismo, en la puerta donde estaba yo", afirma Rubén y añade que esa fue la explosión en la que lamentablemente falleció el chofer de la máquina, José Matías. Esa fue la primera de siete explosiones.

De pesadilla

Desde el sofá de su cama, ya sano y salvo, por fin puede dimensionar lo cerca que estuvo de la muerte. "Yo cuando me levanté ese día nunca pensé que me iba a morir", señala el hombre de 35 años y agrega: "Yo ni siquiera tengo algo quebrado, los de la ambulancia me tocaban las piernas y como no tenía nada algunos me pidieron que hasta les diera los números del Loto por la buena suerte que tuve", recuerda Rubén y luego esboza una pequeña sonrisa y asegura que la noche del martes fue tormentosa, pues seguía con los últimos estertores del impacto mental que significó haber estado en el primer vagón del tren de la muerte, del cual se salvó de forma inexplicable, pues estuvo en el punto exacto donde se desencadenó el torbellino de destrucción, fuego y muerte. Es la historia de Rubén Ávila, un sobreviviente de la tragedia más infernal que recuerda la ruta de Las Palmas.