Componedora que se salvó de la muerte vuelve a Valparaíso
"Sarita" siendo apenas una bebé fue sanada por una tía y en honor a ella lleva su mismo nombre. Además de arreglar huesos, es yerbatera, partera, rezadora, escritora, tejedora y payadora.
Mirian Mondaca Herrera. - La Estrella de Valparaíso.
Agónicos rayos de sol iluminan los últimos minutos de la tarde porteña y una mujer rompe la jornada habitual de quienes a esa hora están a punto de abandonar su trabajo en la biblioteca Santiago Severín de Valparaíso.
Por las ventanas del edificio se cuela un pequeño haz de luz que ilumina su llamativa mirada serena, como queriendo quedarse para saber el por qué de la visita de esta persona que, antes de subir al segundo piso, se acomoda su largo poncho de lana tejido por ella misma.
Esa mujer es Sara Olguín Montenegro, porteña de nacimiento pero putaendina por adopción. Aunque, en estricto rigor no nació en la tierra de Valparaíso, sino en sus aguas, regresar a la ciudad que la vio crecer durante sus primeros tres meses de vida fue un reencuentro con su pasado y sus emociones. "Soy nacida en aquí, en el puerto de mis amores. No soy nacida literalmente en Valparaíso, porque nací en un barco cuando mi papá era marino, pero soy inscrita en El Almendral", comenta.
Con apenas tres meses dejó la Ciudad Puerto para no volver jamás. Su vida estaba en peligro y en un acto desesperado sus padres la llevaron a Putaendo, para que una tía abuela yerbatera la salvara.
Más tarde, casi en agradecimiento a la naturaleza y a la mujer que la curó, aprendió con ella sobre la medicina ancentral. "Sarita", como le gusta que la llamen, no duda en reconocer que "a mí la naturaleza me devolvió la vida. Si no hubiese sido por los remedios naturales que me hizo mi tía no estaría aquí".
De aprendiz a maestra
Después de que su tía la sanara por completo de la enfermedad intestinal que los médicos de la época habían declarado incurable, "Sarita" se convirtió en su sombra. Aunque la lluvia se dejara caer con fuerza o llegara la noche, si su salvadora tenía que salir a atender algún parto o un enfermo, ella la seguía inmediatamente.
El interés por la medicina ancestral y la sabiduría ya se estaban apoderando de la pequeña niña que, con apenas 8 años atendería por primera vez un parto, guiada por su mentora. "Le ayudé a mi tía, porque el mismo día se 'mejoró' la madre y la hija. Entonces yo le decía: tía se asoma la cabeza, y ella me indicaba lo que tenía que hacer", comenta con el recuerdo fresco en su memoria, como si los años no hibiesen pasado .
Esos mismos conocimientos que alguna vez recibió de su tía, son los que ahora se esfuerza por entregar. La palabra egoísmo no está dentro de su vocabulario, y por eso, viajó casi 130 kilómetros para encabezar una charla en la biblioteca Santiago Severín, como parte del Ciclo de Medicina Ancestral que ésta organiza durante junio.
Antes de comenzar el encuentro, y mientras toma un café, los ojos de la porteña se llenan de emoción al recordar los años de aprendizaje. Su madre y su padre (con quien tuvo una relación lejana cuando niña, pero luego se reencontró) fueron pilares importantes, pero su tía Sara fue fundamental a la hora de escoger lo que haría con su vida.
"Yo me fuí metiendo en esto de forma natural. Iba caminando y ella me decía: mira hija, esta hierba se llama así y sirve para esto. Ella me enseñó a conectarme con lo natural ", asegura.
Esa misma metodología es la que ahora "Sarita" usa para instruir a la gran cantidad de aprendices que tiene, ya que además de enseñar en el puesto de la feria de Putaendo los fines de semana, hace clases a alumnos de Medicina de la Universidad de Valparaíso en la sede de San Felipe.
El interés de los futuros médicos tiene satisfecha a esta mujer, pues sabe que serán profesionales con un conocimiento más amplio y que sabrán aprovechar los beneficios de la medicina natural.
Poderosas manos
Además de yerbatera, partera, payadora, cocinera de comida típica, escritora, rezadora y tejedora, esta porteña es componedora de huesos; una labor que hasta el siglo pasado era común en los campos chilenos y que ahora está casi extinto.
Son pocos los que saben cómo sanar zafaduras, los ahora conocidos como esguinces, pero "Sarita" es una de las dos personas que aún realizan ésta labor en Putaendo. "Yo sé arreglar torceduras, zafaduras y descontracturar. Si es torcedura, zafadura, en dos minutos queda perfecto", dice.
Su tía no sabía leer ni escribir, pero fue una perfecta maestra, se valía de dibujos y explicaciones sencillas para que la pequeña aprendiz pudiera comprender. "Por ejemplo, me decía que los huesos en el tobillo eran como los rodamientos de la bicicleta. Siempre me explicaba que tenía que tocar, porque las yemas de mis dedos son mis ojos. Uno se fía de lo que los dedos tocan", cuenta, mientras hace una pequeña demostración con Natalia Ramírez, una joven licenciada en Arte santiaguina que ahora es su discípula.
Restan sólo algunos minutos para que "Sarita" se enfrente a las decenas de curiosos porteños que ya esperan por ella en la biblioteca Severín para aprender de su amplia sabiduría y, aunque el viaje desde Putaendo fue de varias horas, la vitalidad que demuestra es sorprendente.
La mentora de esta mujer murió a los 116 años y ella goza de una salud de hierro. La longevidad y ausencia de enfermedades puede ser de familia o, tal vez, algo tiene que ver la medicina ancestral.
Para la mujer, ésta última es la única respuesta. "A la gente le diría que se eduquen, que aprendan sobre las hierbas medicinales. Tienen el remedio botado en el suelo y no lo saben", aconseja, antes de levantarse de su asiento y encontrarse con el público que la espera expectante.