'Centro de Día' Raúl Villarroel: el cálido hogar de los sin hogar
Bajo el amparo de la Fundación Don Bosco y con el respaldo del Ministerio de Desarrollo Social conozca un sitio que busca reinsertar a aquellas personas en situación de calle. Un lugar donde nadie se queda bajo la mesa.
Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso
Domina el manual de la diplomacia como si estuviera instalado en la corte de La Haya. Su modulación y eximio lenguaje también dictan cátedra. Pero no es canciller, tampoco conductor televisivo. Sí abogado; y por si fuera poco, ingeniero comercial, aunque no ejerza propiamente tal (o tal vez sí). Más bien, y por esas locas vueltas del destino, la ruleta de la vida le ha jugado en la ficha equivocada, esa que lo ubica en situación de calle.
Pero Luiggi Potaluppi Valero, a sus 62 años, cree que su suerte no está echada. Que prefiere los ases bajo la manga. Y de esos, sólo guiña el ojo. Oriundo de la caliente Guayaquil, en Ecuador, su tren de vida lo vio bajarse, ya de adulto, en una estación al norte del continente: Estados Unidos. Allá deambuló a mediados de los noventa sin dar el palo al gato. De vuelta en su tierra natal, las oportunidades le escasearon.
Así, de viejo y sin familia, dice, se lanzó en una aventura a la conquista del sueño del pibe y una nueva estación más al sur. Con 15 meses en nuestro país (asegura que su abuelo fue chileno), se la sigue jugando. Primero Santiago y luego Valparaíso. Cinco meses en el Ejército de Salvación en la Plaza Echaurren, para de allí mudarse a las dependencias del Hogar de Cristo.
Hoy don Luiggi cuenta que su aventura ha sido dura, "pero bonita". Que gracias a su buena educación y la fe católica pudo abrirse camino. Y que ahora aplica, de alguna forma, la administración de negocios en su nuevo oficio en una empresa de aseo.
Sin embargo, al dar unos pasos, las piernas le flaquean: son las várices que no dan tregua. Pero una vez avanza hasta su sitio regalón en la zona, el rostro se le ilumina. Es su as bajo la manga.
'de Puertas abiertas'
Hablamos del Centro de Día 'Raúl Villarroel Correa' para la Superación, de la Fundación Don Bosco. Una entidad ligada al Ministerio de Desarrollo Social y ubicada estratégicamente en avenida Errázuriz, epicentro de aquel nudo urbano que circunda el barrio Almendral, muelle Barón, Hospital Van Buren y céntricas arterias porteñas.
Allí es atendida gente como don Luiggi. Diariamente este Centro de Día recibe sobre las 30 personas en promedio que se encuentran en situación de calle. Aquí se les brinda estadía diurna todos los días hábiles del año, apoyo para la preparación de alimentos, uso de servicios básicos. También trato psicosocial y asistencia social en general.
Una vez al interior de esta casa de acogida, un trío de chicas recién con la mayoría de edad cumplida confeccionan simpáticas bolsitas en una colorida sala. Son los premios que se ganarán los participantes que almuerzan. Y que no son pocos.
Por ejemplo, hoy que es lunes -un día potencialmente complejo y con alta demanda de visitantes- pueden recibir a 40 personas. El amplio comedor tipo mesa té club está listo para los comensales. Pese a que el miércoles suele ser el día que destina el Centro para darles almuerzo, hoy hay excepción. Y amerita un contundente menú. El resto de la semana son los mismos necesitados quienes traen y preparan su colación.
Don Luis tiene 61 años. Mira de reojo, sin dejar de hincar el diente a su plato. Asegura ser de Osorno, pero que es porteño de alma. Que ama al Puerto y su gente. "Esta casa está súper bien. Los que a veces nos portamos mal somos nosotros", lanza entre cómplices carcajadas con colegas de circunstancia.
Y uno de ellos es Enrique, de San Juan, Argentina. Lleva un año a los tumbos por la zona. Encima, carga una pesada mochila… de luto: perdió a su esposa. "Llegué a este lugar por el boca en boca. La gente aquí es buena. Hay un ambiente cálido".
Más tarde, habrá karaoke y otras actividades dignas de recreación. Y es que hay que tratar de cambiar chip a la dura realidad de visitantes ávidos de cariño y comprensión. Una tarea no menor para el equipo conformado por seis personas de planta, más la colaboración de practicantes y voluntarios.
Que la estadía y el tiempo diurno que pasen aquí les sea grato a quienes han coqueteado con el lado B de la vida, no hace más que elevar aquella mano amiga al espaldarazo definitivo. Reinserción es la palabra. O el "dar hasta que duela", como pregonaba el Padre Hurtado.
Una de esas jóvenes que laboran en los talleres es Genoveva Fernández, practicante. Futura diplomada en trabajo social de la Universidad de Valparaíso, éste es su debut. "Todos con los que he compartido son buena onda. Con respecto a los que aquí acuden, algunos son más tímidos. Y se entiende".
El lado humano
Carlos Aravena es el director de esta casa. Su experiencia como bombero, salesiano de enseñanza y trabajador social de profesión lo encumbraron en la esfera del 'Centro de Día' en febrero de este año. "Esta es una política de sistema de calle, que emana del Ministerio de Desarrollo Social y se ejecuta a nivel nacional", dice de entrada.
Ahora, comenta, están en la etapa de elaborar nuevas políticas. Mejorar lo hecho: un nuevo catastro para los en situación de calle. "Como equipo ejecutor llevamos este Centro en Valparaíso. Y hemos logrado buenos resultados", agrega seguro Aravena.
Romina Del Solar es de cerro Barón y está encargada de la coordinación del voluntariado. El empuje y ganas que le pone a su labor resultan contagiosos. Proactiva de ADN, conoce el teje y maneje del asunto. "Somos el único Centro de Día en Valparaíso que busca la superación en quienes vienen. El rango de edad fluctúa entre los 20 y 40, aunque hay excepciones Aquí los instamos a salir adelante, fortalecer su talento. Que dejen su condición de calle".
A la interna, como en la 'Roja' Bicampeona, el trabajo es de equipo. Con un presupuesto estimado de 900 mil pesos al mes, cuyo fondo absorbe en gran parte el arriendo de la casa donde están situados, deben ingeniárselas para dar el ancho. Por ejemplo, en dos meses, entre abril y mayo de este año, atendieron a 1006 personas. Un promedio a tener en cuenta: 24 individuos por día.
Muchos tienen su "ruco", que es como los indigentes llaman al lugar donde duermen. Dentro de los códigos de la calle existen sectores que son respetados para que no se produzca una avalancha de gente en estos comedores. De lo contrario, la capacidad de atención, por ejemplo de este Centro, colapsaría. "Aquí no permitimos que la casa sea un refugio de delincuentes", afirma Del Solar, sentencia que comparte su director, Carlos Aravena. Ambos añaden: "Nosotros vemos el otro lado, el humano de la persona".
Factor vital a la hora de la confianza y espíritu de familia que acá se genera. La aspiración es una sola: que el sitio sea el primer peldaño de una escala hacia la reinserción social.
Aracely González labora en este Centro desde hace cuatro meses. Como trabajadora social del AIEP, la práctica la tiene a gusto. "Ha sido una excelente experiencia. Uno ve una realidad distinta. Hay que saber manejar a quienes vienen. Pero sí, hay solidaridad entre todos".
Y aquí debe haberla. Por ejemplo, los días lunes resulta complicado laborar con gente en situación de calle: la mayoría llega en evidente estado de resaca. Los hay quienes recaen en la droga, el alcohol o el desamparo. Los fines de semana suelen ser desmadres. Y en eso, los profesionales del 'Raúl Villarroel Correa' tienen que apañar.
Nicole escucha atenta. Santiaguina, a sus 20 años ya ha bajado a los infiernos terrenales: de pernoctar con cartón a las orillas del Mapocho a las improvisadas carpas en la zona. Su indómita cabellera de la vida contrasta con aquellos finos rasgos que pudieran ilustrar portadas de belleza. No ha sido su caso: "Llevo tres años en Valparaíso junto a mi marido Michael. Me gustaría plumillar en la esquina. Ganar monedas. Los chiquillos se portan bien en el Centro", avala sincera.
Don Luiggi acaba de disfrutar de las bondades culinarias que el mismo personal ofreció en sus bienaventurados fogones. Procede a limpiarse la boca. Evoca… de aquellos días en que se instalaba hasta que cayera el sol en la biblioteca Severin, ahora la jornada se le va entre escoba y pala en Viña del Mar. Pero acá obtuvo lo más importante: reinsertarse con un trabajo digno en la sociedad. Su as ganador.